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Psicología Animal
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Psicología Animal


La mayoría de los animales, nada más nacer son capaces de ponerse en pie sobre sus patas y andar, o de nadar sin ninguna dificultad cuando son acuáticos, pero, ¿Qué pasa con los humanos?

El bebé humano es uno de los más indefensos y dependientes, precisando de cuidado y atención hasta más allá de la pubertad antes de ser independiente y autosuficiente; el momento de dejar su casa, con un trabajo con el que mantenerse, es el que se podría equiparar al de la independencia de los animales, que en la mayoría lo hace sin que haya pasado mucho tiempo desde que nació, y en los humanos a veces se prolonga hasta los 30 años, pero ¿Por qué es esto así?

Algunos autores han definido a la especie humana como aquella que está más indefensa durante mayor tiempo, así cuando nacen precisan del cuidado y la atención de sus semejantes, de protección ante los depredadores de otras especies, o incluso de sus congéneres. Pero si bien este es un proceso natural, como en todos los animales, en la especie humana se ve extendido del tiempo, más allá que en otras especies.

Así a las pocas horas, días, o semanas las crías ya pueden caminar, saltar o nadar libremente, pero los seres humanos tienen que estar continuamente auxiliados hasta que se consiga un desarrollo neuromotor y cognitivo suficientemente habilidoso para poder emprender el camino de independencia.

En estas primeras etapas de dependencia, los miembros de la comunidad o los progenitores, van a ser los que se encarguen de proporcionar cuidado y alimento a los bebés.

Tarea que en muchas culturas ha sido encargada a la madre, la cual desempeñará durante años esta labor formándose un vínculo muy importante tanto a nivel cognitivo como emocional denominado díada madre-hijo, pero ¿Qué efectos conlleva una madre con problemas mentales?

Esto es lo que se ha tratado de averiguar con una investigación realizada desde la Universidad de Maryland (EE.UU.), cuyos resultados han sido publicados en la revista científica Psychology.

En el estudio participaron ciento trece madres, con edades comprendidas entre los 29 a 54 años, que asistían con regularidad para recibir terapia psicológica en el propio centro de investigación, e igual número de sus hijos con edades comprendidas entre los 12 a 18 años.

Se realizaron tres evaluaciones; dos a la madre, la primera, midiendo la presencia de traumas psicológicos, mediante el cuestionario estandarizado denominado T.S.I. (Trauma Symptom Inventory); y la segunda mediante el cuestionario estandarizado denominado P.P.Q. (Parenting Practices Questionnaire), donde se hacía referencia al estilo parental empleado en la educación y relación con sus hijos; con respecto a los adolescentes se valoró la presencia de síntomas depresivos, empleando para ello el cuestionario estandarizado B.D.I. (Beck Depression Inventory).

El análisis al comparar los datos obtenidos con las pruebas anteriores, entre la presencia de traumas en la madre y su estilo parental, frente a la presencia de síntomas depresivos en los adolescentes, mostró relaciones positivas significativas entre que las madres obtuviesen altas calificaciones en traumas y estilos estrictos parentales con una mayor presencia de síntomas depresivos entre los adolescentes; y al contrario, bajos niveles de traumas en las madres, y un estilo parental más flexible correlacionaron significativamente con una menor presencia de sintomatología asociada a la depresión en adolescentes.

Una de las ventajas con respecto a este estudio, es que busca las implicaciones de la diada madre-hijo, más allá de los primeros meses e incluso años de vida, al analizar y participar en la investigación los hijos adolescentes de estas madres.

Entre las limitaciones, comentar que se trata de una población muy específica de estudio, la americana, por lo que se requiere de nueva investigación en otras localidades para comprobar si se obtienen similares resultados.

Igualmente, al limitar la investigación a la relación madre-hijo, se está obviando los posibles efectos que tiene la figura paterna tanto en interferir o facilitar dicha relación, por lo que se precisaría de incorporar en este mismo análisis a la pareja para comprobar sus consecuencias.

*Las emociones

La información proveniente del exterior va a pasar por un primer tamiz, en el cual el sistema límbico debe de “dar el visto bueno” antes de ser consciente.

En éste sistema la amígdala juega un papel destacable, para identificar si los estímulos entrantes representan algún tipo de peligro o no, y de serlo pone en marcha al organismo para que pueda dar lo antes posible una respuesta de huida, quitándose de en medio o de freezing, quedándose helado, intentando que ese peligro no le vea.

Alegría, tristeza, rabia, culpa, son sentimientos que van a “teñir” la forma de ser y pensar, y en definitiva guiar el comportamiento, de hecho, la publicidad busca precisamente incidir en las emociones del consumidor, asociándolas con un determinado producto o servicio, de forma que cuando vea éste, recuerde la emoción que le provocó el anuncio y con ello tenga una mayor predisposición a adquirirlo.

Pero el mundo de las emociones, y por tanto la influencia del sistema límbico va mucho más allá de servir como filtro o para “sentir” emociones, ya sean estas positivas o negativas, además juega un papel fundamental en la atención, el aprendizaje o la toma de decisiones.

- La atención se ve inmediatamente captada por aquellos estímulos afectivamente cargados, frente a los “neutros”, además de entre ellos, se atiende antes y con más intensidad a los que tienen una carga negativa, es decir, aquellos que pueden suponer un peligro para la persona y, por ende, requieren de una respuesta más inmediata para su supervivencia.

Una vez captada la atención, por parte del estímulo afectivo, es más fácil que se aprenda, o que se esté dispuesto a tomar la decisión, por lo que se trata de un proceso básico, necesario y previo a cualquier otro, que se produce de forma “instintiva”, sin poder elegir aquello que llama la atención o no, aunque con posterioridad si se puede decidir, una vez que se sea consciente de lo que sucede alrededor, seguir prestando atención o dejar de atenderlo.

- El aprendizaje, cuando se piensa en ello, se suele hacer en los estudios “reglados”, donde se debe uno sentar delante de un libro para “engullir” lo allí escrito. Lejos de ser algo monótono y repetitivo, se puede aprender “de todo”, no sólo nombres, datos y fechas que es lo que se denomina conocimiento explícito, sino también a cómo realizar las cosas, por ejemplo, conducir, conocimiento implícito. Todo lo anterior puede ser estimulado en un ambiente afectivo afable, agradable y positivo, o entorpecido, cuando no se dan las condiciones anteriores.

Además de lo anterior, cualquier situación que se haya vivido o que alguien haya contado, va a quedar fuertemente registrada y por tanto aprendida, cuando ésta va acompañada de estímulos cargados afectivamente. Por ejemplo, casi todo el mundo puede describir multitud de detalles que se produjeron alrededor de aquellos acontecimientos positivos, como por ejemplo la boda, el nacimiento del primer hijo...; aspectos que por muchos años que pasen, estarán “tan vívidos como el primer día”.

Igualmente, un acontecimiento desagradable como un robo, un accidente de tráfico... va a hacer que se recuerden esos momentos y los detalles de las circunstancias que lo rodearon, durante mucho tiempo.

De ahí que a veces a las personas les cueste superar el duelo, por un familiar o amigo perdido, ya que tiene vívidos recuerdos de todo aquello durante largo tiempo, lo que le provocará un daño psicológico continuado.

- La toma de decisiones, lejos de ser algo “frío y calculador”, en que se busca el máximo beneficio para la persona, está mayoritariamente influido por el mundo emocional de la misma. Si se piensan en las grandes decisiones de la vida, con que pareja se comparte, qué estudios se realizan, dónde se adquiere la vivienda…, se puede uno “autoengañar” pensando que era la mejor opción y por eso se eligió, pero si se reflexiona sobre ello, se puede dar cuenta que existieron multitud de aspectos emocionales, implicados en dichas decisiones; ya sean sentidas por uno mismo, como aconsejadas por personas que se estiman y valoran.

Aspecto que queda constatado en un estudio realizado conjuntamente por la Universidad de Cambridge (Inglaterra), la Universidad de Radboud y la Universidad M.C. St. Radboud (Noruega) cuyos resultados han sido publicados en la revista científica Frontiers in Human Neuroscience en donde se realiza una exhaustiva revisión de los artículos publicados sobre la toma de decisión hasta la fecha.

En el mismo se analizaron los distintos factores que influyen a la hora de decidir entre varias opciones, prestando especial atención a la influencia social del contexto como modulador de las propias decisiones, ya sea desde el aprendizaje de conductas y valores dado por el aprendizaje social, como por fenómenos como la presión grupal, el conformismo social, la cooperación y estrés social entre otros, todo ello modulado por el campo de las emociones.

Las emociones son parte de la vida, sea uno consciente o no de ello, están presentes en cada una de las acciones y decisiones que se toman, de ahí la importancia de su estudio.

Entre los teóricos de las emociones, existen dos principales corrientes, aquellos que consideran a las emociones como un concepto univoco e inseparable que se extiende desde los afectos positivos hasta los negativos, en un continuo; y aquellos que lo consideran como un concepto multidimensional, compuesto por elementos cognitivos, conductuales y fisiológicos.

La emoción puede considerarse como un estado particular del sujeto, que le permite percibir y responder al medio ambiente (al modo del arousal). Simplificando, se podría considerar tres estados posibles, el positivo (alegría o felicidad), el neutro (indiferencia) y el negativo (tristeza, displacer o infelicidad); se trataría por tanto de un modo de percibir y responder ante el ambiente; cuando este estado se hace crónico, pasa a considerarse como un “rasgo” de la personalidad, es decir, el individuo lo convierte en su modo habitual de respuesta, ante la estimulación interna o externa.

Cuando los estados emocionales se hacen crónicos, se “desajustan”, aparecen desviaciones anómalas del procesamiento emocional, que van desde la acentuación de rasgos ansiosos o fóbicos, a patologías como el trastorno por ansiedad generalizada o el trastorno de depresión mayor.

Otra aproximación a la emoción, es considerarla como un procedimiento adaptativo de reacción cognitiva, fisiológica y conductual ante la estimulación ambiental o interna que puede ser positiva o negativa; por tanto, la emoción influye tanto en los pensamientos, como en el organismo y la conducta.

Entre las funciones de la emoción se destaca: coordina el sistema de respuesta conductual; modifica la jerarquía de conductas; proporciona mecanismos de comunicación y vinculación social; detiene o retiene brevemente los procesos cognitivos; facilita el almacenamiento y recuperación de información.

Se pueden distinguir dos procesos implicados en el procesamiento de la emoción, la percepción y experiencia emocional; así el primero implica un procesamiento cognitivo de bajo nivel, donde se percibe y evalúa el estímulo emocional; mientras que el segundo implica un procesamiento cognitivo de alto nivel, en el que se contextualiza lo percibido, y se interpreta según las experiencias previas.

Estos parecen ser procesos independientes, por lo que el procesamiento de la percepción emocional puede o no involucrar una experiencia emocional.

Con respecto a la relación entre cognición y emoción, han sido tres las posturas principales que se han adoptado; así por un lado hay quien defiende que, en determinadas circunstancias, las emociones bloquean y anulan la cognición, siendo precisamente las habilidades y capacidades afectivas, el rasgo que caracteriza a los humanos, en comparación con el simple procesamiento matemático o categorial de datos que sucede en un ordenador.

La postura opuesta defiende que aquello que define a los humanos y por tanto lo hace diferente de los animales, son los procesos cognitivos superiores, dejando relegadas las emociones a procesos secundarios, irracionales y casi siempre equívocos, propios de los animales. Una tercera postura, seria aquella que considera ambos procesos cognitivos como independientes, pero que en determinadas circunstancias trabajan de forma conjunta.

La existencia del circuito emocional-perceptual-memorístico en el cerebro humano está ampliamente consensuado, en donde la amígdala tiene un papel crucial registrando las ocurrencias de los estímulos emocionales. Así la información con contenido emocional tiene significativamente más probabilidad de ser mejor almacenada y recuperada frente a la información con contenido neutro.

La extensa conexión entre la amígdala y las regiones visuales extraestriado y del hipocampo, permite a la amígdala modular su funcionamiento y facilitar la función perceptiva y mnémica en esas áreas.

Sin embargo, hay evidencias que indican que el aprendizaje emocional asociado con la amígdala está limitado temporalmente, y que los efectos posteriores sobre la memoria podrían deberse a la participación de otras regiones del cerebro, como la corteza orbitofrontal.

Según lo comentado anteriormente, se estaría ante un circuito de procesamiento emocional, que contrastaría con la vía de procesamiento cognitivo especifica. En el circuito emocional los estímulos parecen ser analizados automáticamente de forma más ruda y rápida, siguiendo una estrategia configuracional, se trata de una comunicación simplificada, pero con información de gran relevancia, necesaria para la supervivencia y el desarrollo adecuado dentro del nicho ecológico.


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