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El Secreto Oculto De Los Sumerios
El Secreto Oculto De Los Sumerios
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El Secreto Oculto De Los Sumerios


Lo más difícil fue realizar una maqueta en mitad de la sala de exposición, réplica del zigurat de Ur, próximo a Nasiriyah (Iraq), santuario del Dios de la luna, Nanna. Una antigua edificación de Mesopotamia, construida con base rectangular, con superposiciones de plataformas que van estrechándose desde la base hasta la cima, la cual es plana y donde se ubicaba un pequeño templo. Una estructura a modo de torre o pirámide escalonada, formada por varias terrazas conectadas entre sí mediante rampas.

Aunque existían otros ejemplos más fidedignos de la construcción primitiva, como el caso del ziguart de Dur-Untash ubicado en Susa (Irán). El abandono, la erosión del desierto y el paso del tiempo, ha desdibujado la majestuosidad del edificio quedando apenas algunas muestras de tan colosal construcción.

Un intento por mostrar uno de los pilares de la cultura sumeria, el culto a sus deidades, y la relación entre la religión y el pueblo. Ya que estos monumentos se erigían como vehículo para aproximarse a sus dioses, lugares que únicamente podían pisar los sacerdotes, pero que al estar construidos en lo alto de las explanadas eran visibles desde largas distancias.

Pero aquello me acarreó muchos problemas pues algunas comunidades religiosas decían que aquello era una provocación en contra de su propia historia como pueblo, tal fue el revuelo que se formó que al final me tuve que desistir.

Conformándome con recrearlo, fotografiarlo y desmontarlo, dejando únicamente una gran fotografía de la maqueta recreada en una de las paredes de la sala de exposiciones con un pequeño cartel indicativo del modo de construcción de la antigüedad sin entrar en mayores detalles.

Eran muchas las piezas que había conseguido reunir en aquella exposición sobre el mundo sumerio, cuna de la humanidad, a pesar de lo cual mi predilecta era la Estela de Hammurabi pues refleja lo actual de aquella cultura.

Un largo repaso de piezas de lo que es para algunos la más inquietante civilización perdida, a un paso entre la realidad y la ficción, llegándose a comparar con la mítica Atlántida por sus extraordinarios avances en relativamente poco tiempo y por haber dejado una huella indeleble en la historia de la humanidad.

Para los amantes de lo extraordinario, de las leyendas y las conjeturas, aquellos eran los restos de una civilización que habían mantenido contacto directo con sus dioses y que gracias a estos pudieron establecerse como civilización extendiendo su cultura a las poblaciones colindantes.

Un hecho cuando menos sorprendente que en este lugar, Mesopotamia, ubicado entre los ríos Éufrates y Tigris, es que se concentró tanto poder y conocimiento, cuando a su alrededor todavía no se daban las condiciones para que surgiesen tales avances.

A pesar de que algunos grupos científicos me criticaron mi visión parcial sobre la historia del mundo olvidando otros lugares que por estar alejados no por ello menos importantes como la China, la India o la América precolombina.

Con lo que la historia se debería de rescribir para incorporar a la olvidada por occidente civilización China, que en mi opinión ha sido la única que ha tenido una cierta continuidad en el tiempo, siendo las occidentales de unos cientos de años escasos, a pesar de que se daba una gran sucesión de pueblos dominantes según la época.

A muchos les pareció raro que escogiese a este pueblo y no a los egipcios, como era habitual hacer. Personalmente a pesar de que admiraba esa cultura, entendía que ya estaba casi todo dicho, aunque todavía guardaba incontables secretos y preguntas por responder como ¿Quién fue el que construyó las pirámides?, ¿De dónde procede la esfinge?, o ¿Cómo llegó a formarse un pueblo aparentemente disperso en el desierto como civilización?

A pesar de lo poco que sabemos, día a día se producen nuevos descubrimientos sobre ese mundo que ha cautivado a tantos. Eclipsando con ello a otros lugares de interés en la zona como pueden ser las pirámides de Sudán, que a pesar de ser de menor tamaño no por ello dejan de conservar cierta similitud y sobre todo mantener el halo de misterio.

Otros me criticaron que la exposición no la hiciese sobre Grecia, cuna de la civilización occidental. Por lo menos así se proclamaba, ya que fueron los artífices de la escritura actual, pero sobre todo de la forma de pensar, gracias a los eruditos como Sócrates, Platón o Aristóteles que dejaron sus pensamientos plasmados para posteriores generaciones y que ha sido materia de obligado estudio desde entonces.

Sin disgustarme del todo la idea me parecía un poco pretencioso, querer asignar a un pueblo como el griego el calificativo de cuna de la cultura, cuando ellos únicamente tuvieron una influencia parcial.

Es cierto que marcó el curso de la cultura del mundo conocido, por lo menos a nuestros ojos occidentales, pero en la Tierra de existían otras civilizaciones que se desarrollaban a la vez en otras latitudes, por eso considero que tuvo un impacto parcial.

Igualmente, los menos me instaron a honrar también a los primeros pobladores de Iberoamérica, cuya civilización se desarrolló en paralelo aún en la evidente distancia y separación física, cuando no existía ningún contacto entre culturas de tan alejados lugares.

Pero mi interés era más ambicioso quería dar una visión aún más global, revelar la naturaleza del hombre actual desde los orígenes de la civilización, compartiendo mis inquietudes sobre una esencia que se mantiene a lo largo del tiempo, permitiendo que el pasado nos sirva para explicar lo que somos y por ende de lo que seremos.

Algunos me han criticado el intentar cambiar la forma de concebir la historia con la exposición, pero aquello más que una crítica me parece una abalanza a mi trabajo.

Mostrar los hallazgos de una civilización milenaria con los descubrimientos actuales ha suscitado que unos pocos detractores me hayan tachado de ilusionista, por querer crear una ficción de la realidad en vez de presentar sólo los datos y todo eso lo han dicho sin siquiera haber visto la exposición, pues no se ha inaugurado.

Aparte de lo que iba a ser la exposición durante más de un mes de las obras más representativas, unido a los tablones explicativos, fotografías, reconstrucciones de momentos de su vida cotidiana, política, comercial y religiosa, de las explicaciones auditivas, paneles interactivos y proyecciones.

Además de lo que conforma la exposición tenía programado una serie de jornadas de puertas abiertas para poder escuchar a los conferenciantes más renombrados en la materia para exponer su punto de vista sobre aquella civilización casi desconocida para el gran público.

Eso que al principio podía ser fácil, me resultó una tarea realmente complicada, pues los estudios principalmente se desarrollaron durante los años sesenta y de entonces quedan pocos investigadores vivos, unido a que existía un gran descontento en la comunidad científica sobre mi enfoque de la exposición, que me dificultaba aún más la labor de encontrar a expertos dispuesto a colaborar.

Pero después de incontables llamadas y gestiones, conseguí lo que quería, a pesar de que tuve que aceptar algunos invitados casi impuestos, como fue el director del Museo de Arte Faraónico del Cairo (Cairo, Egipto) o del Museo Nacional Chino, en la mítica plaza Tian’anmen, la más grande del mundo (Beijing, China). Estos querían dar sus respectivos puntos de vista, contextualizando según ellos la importancia de la muestra a la idea global de humanidad.

Una imposición por los fondos que nos iban a ceder temporalmente, un cambio justo, aunque temía que llegase el día en que tuviesen que hablar, pues podría ser cuando menos desmotivador desolador escuchar a un ponente tan renombrado deshacerse en elogios en sus propios descubrimientos pormenorizando el trabajo de la muestra.

Pero el riesgo era aceptable, logrando hacerles un hueco, en donde entendía que no iba a ir demasiada gente, pues coincidía con un evento deportivo en la ciudad, por lo que sin ellos saberlo se iban a encontrar con un público reducido, con lo que el efecto de sus quejas sobre mi exposición iba a ser poco efectivo.

Para la muestra me tuve que desplazar varias veces a la zona, yendo museo por museo pidiendo piezas que presentar en la muestra. Habré recorrido tantos museos grandes y pequeños que me es imposible recordar el número.

Lo que más me ha sorprendido es saber que la gran mayoría de las piezas de esta civilización se encuentran en manos privadas y sólo las más grandes están en los museos.

Esto me llevó a un atolladero, pues ningún gran coleccionista quería dejar su tesoro ni por un momento y menos a un desconocido.

Pero ahí es donde volvió a entrar en juego quien fuera mi director de tesis, él es un reputado investigador en su campo y gracias a su renombre me hicieron caso y me prestaron piezas que nunca habían visto la luz.

Tanto es así que para nosotros nos resultó sorprendente ver algunas piezas pues no teníamos ni la datación, ni siquiera idea de lo que se trataba ni significaba.

Tuvimos que llamar a algunos de esos conferenciantes para que nos ayudasen en la tarea de organizar aquellas piezas aparentemente inconexas y sin sentido; poco a poco formamos aquel puzle que me llevó tanto tiempo desde que se fraguó la idea hasta que tuvo forma.

Un nutrido grupo de expertos a última hora quiso colaborar para conseguir así que sus nombres apareciesen en los créditos de agradecimiento. Pero al final no fueron admitidos, primero por motivos de seguridad, pues según decía la policía cuantos menos fuésemos, más fácil sería su tarea de control y segundo por una cuestión de principios.

Sabía que no podía contentar a todos, pero aquello era un asunto personal y por ello el éxito o fracaso de la muestra me lo quería atribuir exclusivamente a mí y a los pocos amigos que desde un principio creyeron en el proyecto.

A pesar de las muchas discusiones que he tenido que mantener con todo tipo de personas que ostentaban cargos públicos y privados, aquella colosal obra parecía que iba a dar sus frutos, ya solamente quedaban tres días para la inauguración.

Los carteles anunciando el evento se llevaban puesto por toda la ciudad semanas, igualmente se acometió una campaña publicitaria difundiendo el evento mediante prensa y radio para estimular el interés del público en general, al cual no le quedaba muy claro a priori de qué civilización se trataba.

Eso fue mi mayor desconcierto al conocer la opinión de la calle cuando un taxista me comentó que aquello hubiese atraído más público si hubiese llevado las palabras “Egipto” o simplemente “Oriente Medio”.

Estaba tan ilusionado en mostrar al mundo lo que fueron sus orígenes, un dato tan fundamental para su propia historia y lo único que querían era ver momias, sarcófagos y dioses antiguos con cabeza de chacal.

Aquello me irritó bastante, pero no me había hecho flaquear, por el contrario, me motivó para ser aún más tenaz en mi intento de dar un poco de luz a una población neoyorquina, que por lo menos a ellos les suenen los primeros padres de la humanidad.

Los pendones colgantes ondeaban desde hacía semanas en los tres arcos de la puerta de entrada. El de en medio en que se anunciaba el nombre de la exposición y la fecha de la misma. A ambos lados de esta se mostraban las imágenes de las piezas más significativas de la muestra, el códice de Hammurabi y la estela en que se conmemora la victoria de Naram-Sin.

Cada una de ellas tiene su particularidad y encanto. El códice de Hammurabi, un bloque de basalto negro de cerca de dos metros y medio es uno de los primeros conjuntos de leyes descubiertos y de los mejores conservados inscritos en caracteres cuneiformes acadios.

Leyes inmutables de procedencia divina, tal y como lo indica su cabecera donde se muestra cómo el Dios de la justicia le entrega estas leyes al rey Hammurabi. Una pieza arqueológica que, a pesar de ser de origen Babilónico, una civilización posterior asentada en el mismo lugar geográfico, es una recopilación de leyes Sumerias.

En este códice como en otros similares se establecen las normas de vida del pueblo, destacando entre otros asuntos los derechos de la mujer, de los menores, un salario justo y días de descanso al mes para los obreros, así como el castigo para cada una de las normas infringidas, condenas que podían llegar hasta la pena de muerte.

Éste constituye un claro ejemplo de la Ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, o como se dice modernamente “Ley de la acción y reacción”, siendo las consecuencias proporcionales a los hechos, pero con la particularidad de que el castigo se identificaba con el crimen cometido.

Algunos estudiosos defienden que éste es el origen de algunas de las leyes recogidas en la Ley de Moisés por la que se rigen los judíos.

Estos mismos investigadores apuntan que fueron adoptadas durante el cautiverio de este pueblo en tierras de Babilonia, cuando estuvieron recluidos fuera de sus tierras por espacio de casi cincuenta años en el siglo VI antes de nuestra era.

Un éxodo de buena parte del pueblo judío tras la destrucción del primer Beit Hamikdash (Templo de Jerusalén) situado en el monte Moria o Moriah por Nabucodonosor II.

La estela sobre la victoria de Naram-Sin realizada en arenisca rosada representaba el éxito de la campaña de este rey sobre sus enemigos. Lo que ha dado tanto que hablar ha sido que sobre la cabeza de este rey se representa nuestro sistema solar, con el sol en el centro y diez planetas en su órbita, con la luna alrededor de la Tierra.

Según algunos investigadores los antiguos Sumerios conocían la cosmología tan bien que fueron capaces de identificar los nueve planetas actuales y de registrar un décimo planeta en nuestro sistema solar al que se denominó Niburi.

Hay que tener en cuenta que lo que nos puede parecer una obviedad, que cualquier niño desde pequeño es capaz de identificar correctamente al conocer que nuestro sistema solar está formado por nueve planetas, no ha sido igualmente conocido a lo largo de la historia.