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La Lista De Los Perfiles Psicológicos
La Lista De Los Perfiles Psicológicos
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La Lista De Los Perfiles Psicológicos


–Acaba de decir que no conocía a ningún Maestre y ahora dice que tenía prisa, está claro que le está intentando encubrir, ¿por qué? ―preguntó la voz autoritaria.

Me llevé las manos a la cabeza, y dije rápidamente:

–Quiero un abogado, no diré nada más si no es delante de un abogado, conozco mis derechos.

–No somos policías, ni tan siquiera de Hacienda, somos de Seguridad Nacional, y está usted en un gran problema. Esa gente a la que defiende es sospechosa de muchos delitos, tráfico de influencia, lavado de dinero, tráfico de personas… y la lista sigue y sigue, en realidad hacen lo que quieren, cuando quieren y donde quieren ―afirmó aquel hombre enchaquetado que portaba un arma en su mano y que hablaba con tono autoritario.

Por fin conseguí ver con claridad mientras mi mente se despejaba. En el cuarto había seis personas a parte de mí. Estos dos enchaquetados que eran los que hablaban y otros cuatro vestidos con chalecos antibalas y cascos, portando metralletas, esas que son de tamaño reducido, tal y como llevan las fuerzas de intervención rápida en casos de secuestro o similares.

Pero en esta ocasión era yo la víctima y ellos los secuestradores, al menos eso parecía por la proporción de seis a uno, y porque todos estaban armados menos yo.

–¿De qué cuerpo han dicho que son? ―pregunté recordando que en ningún momento me habían leído mis derechos.

–No se lo hemos dicho ―afirmó el que debía de dirigir que hablaba con voz autoritaria.

–No sé lo que quieren, pero les aseguro que se han equivocado de persona ―insistía así en mi inocencia.

–¿Y estos billetes? ―preguntó el segundo enchaquetado que agitaba nervioso su arma como si fuese a disparar al techo, a la vez que me mostraba los billetes de avión de la documentación que apenas hace unos minutos había recibido.

–Es un encargo, ya se lo he dicho.

–¿Tiene que llevar algo?

–No.

–¿Tiene que recoger algo?

–No.

–¿Entonces a qué va? ―preguntó el enchaquetado nervioso mientras me tiraba los billetes sobre la cara.

–A realizar un perfil de estas personas.

–¿Un perfil?, ¿nos toma el pelo?, ¿cree que alguien que está buscado internacionalmente se molestaría en dejarse ver para encargarle un perfil?, ¿nos toma por tontos? ―preguntó molesto dejando su tono irónico.

–Yo no sé de él, ni lo que hace ni lo que no hace, sólo les digo que me ha hecho este encargo.

–¿Y cuánto le ha ofrecido?

–¿Ofrecido?

–Sí, por el trabajo, ¿cuánto ha sido?

–Pues no hemos hablado de dinero.

–¿Cómo? ¡oye!, yo no puedo escuchar más tonterías, déjame que le saque la información a mi manera ―dijo el enchaquetado nervioso al otro enchaquetado que debía ser el jefe ―dame media hora con la puerta cerrada y cantará como un ruiseñor.

–Es la verdad ―dije mientras trataba de levantarme.

–¡Que no se levante!, le dije ―afirmó el autoritario mientras me apuntó con su arma entre ceja y ceja.

–¡Está bien!, ¡está bien!, me quedo donde estoy, pero les aseguro que es todo lo que sé.

–¿Para qué quiere esos perfiles?, ¿Quiénes son esta gente?, ¿objetivos?, ¿contactos?,…

–No sé nada, les he dicho todo lo que sé ―insistí mirando aquella arma que tenía a escasos centímetros de mi frente.

–Será mejor que sea así. Haremos lo siguiente, queremos que siga con el plan y que se entreviste con estas personas, y que realice su labor, y cuando vaya a entregar los perfiles intervendremos nosotros ―dijo el enchaquetado autoritario mientras con un gesto hacía salir a los demás de la habitación.

–¿Cuándo y dónde será la entrega? ―preguntó el nervioso, mientras los hombres armados con metralletas salían de la habitación andando hacia atrás.

–¿La entrega?, ¿qué entrega? ―pregunté viendo cómo el autoritario todavía no había bajado su arma.

–¡Los perfiles!, ¿cuándo y dónde tiene que entregarlos? ―preguntó el autoritario acercando aún más su arma.

–No lo sé, no me han dicho ―contesté tratando de ser lo más convincente posible.

–¿Nos quiere decir que alguien viene, le encarga algo, y no sabe si le pagará por ello, ni cuándo ni dónde tiene que entregar el resultado del encargo? ―preguntó con todo satírico el segundo hombre enchaquetado.

–¡Eso es! ―acerté a decir con voz entrecortada.

–Esto es increíble, nos está haciendo perder el tiempo, pero ¿cree que somos imbéciles? ―volvió a preguntar el hombre nervioso mientras deambulaba de un lado a otro del cuarto.

–Les he dicho todo lo que sé, ¿qué esperan más de mí?

–¡La verdad!, para empezar ―afirmó el hombre que tenía la pistola frente a mí con voz autoritaria.

–Se lo he dicho, una y otra vez. Llegó, me dio el encargo, me dio el sobre y ni siquiera lo había abierto hasta que no se había ido. Dentro encontré tres fichas de tres personas y tres billetes.

–Muy inteligente, es usted un correo ―afirmó el que tenía voz autoritaria mientras bajaba su arma.

–¿Un qué? ―pregunté confuso.

–Un correo, alguien que va a los sitios sin saber su destino, así si le atrapan no podrá informar de nada ―señaló con tono exaltado el hombre nervioso.

–¿Eso es bueno? ―pregunté sin saber si eso era una salida para aquella situación.

–No se crea que por eso se libra, es usted tan culpable como el resto, sólo que está menos informado ―afirmó el hombre autoritario mientras bajaba su arma.

–¿Entonces? ―pregunté viendo que la situación se estaba tranquilizando.

–Entonces usted va a cumplir con su labor, pero nosotros vamos a estar ahí, no le vamos a perder de vista. El problema es que está fuera de nuestra jurisdicción, y no tengo ninguna autoridad en estos países, así que le asignaremos un compañero.

–¿Un compañero? ―volví a preguntar sin saber a qué venía aquello.

–Será su perro guardián y nos dará buena cuenta de su actuación. Si se porta bien y coopera puede que le rebajen la condena.

–¡Otra vez con la condena! ―protesté ante aquella amenaza.