banner banner banner
La Lista De Los Perfiles Psicológicos
La Lista De Los Perfiles Psicológicos
Оценить:
 Рейтинг: 0

La Lista De Los Perfiles Psicológicos


Si hubiese tenido más tiempo para intercambiar información con este Maestre, seguro que me hubiese podido aclarar esta y otras cuestiones, que todavía hoy rodean de misterio las míticas figuras de unos hombres tan valerosos e ingeniosos que fueron capaces de detener el avance de las temidas hordas de Sülleyman el Magnífico.

Un personaje del que realicé uno de mis análisis de perfiles psicológicos, tal y como hice con otros grandes de la historia como Napoleón I, o el propio Alejandro Magno, pero que, por su lejanía en el tiempo, apenas pude recabar más que anécdotas sueltas, ya fuesen de sus súbditos resaltando las bonanzas de su figura, o de sus adversarios, contando lo cruel y despiadado que era.

Algo que me hizo decantarme por personajes más próximos en el tiempo, donde existiese documentación e incluso algún escrito realizado por la propia persona. De esta forma, me era más fácil acercarme a la verdadera personalidad, y descubrir cuáles eran sus ambiciones, deseos y anhelos, pero también qué era aquello que temía y evitaba. Ya que, por nuestra naturaleza, no sólo nos movemos por aquello que queremos sino también para evitar lo temido.

Cerré la puerta de la habitación y me dirigí al dormitorio, donde me senté pensativo en la cama, “¡Qué situación más rara!”, me dije, si ya había sido extraña la tarde, esto ha sido la guinda del pastel.

Abrí aquel sobre y extendí su contenido sobre la cama, eran tres montones de papeles con un gran clip sujetando a cada uno, cogí el primero y para mi sorpresa era el currículo de un joven de veinte años, con información sobre dónde había estudiado, qué práctica profesional tenía y los puestos a los que aspiraba.

En un segundo folio, de ese mismo montón, encontré su partida de nacimiento, con los datos del día, hora, y lugar de nacimiento, datos de la madre, y nombre del hospital.

En un tercer folio, había un mapa de la ciudad de Nueva York, y grapado a este, un billete de avión.

Lo examiné con cuidado y me di cuenta, para mi sorpresa, que era para un vuelo a mi nombre para el próximo lunes, “¿cómo?”, me pregunté asombrado, “¿y si no hubiese aprobado esta prueba?”.

“¿Ya está?” ―exclamé al comprobar que no había más información ni sobre esa persona, ni sobre lo que debía de hacer al respecto.

Lo más importante a la hora de realizar un perfil es, precisamente tener cuanta más información mejor, sobre todo si es de primera mano, de algún familiar o amigo próximo o de la propia persona a analizar, y con esta escasa información lo más que podría tener para un descriptivo muy general.

Ojeé los otros dos montones y tenía la misma escasa información, pero en esta ocasión era con un billete para París y otro para Viena.

“Bueno, al menos los lugares de destino no están mal” ―me dije tras observar que cada uno de esos billetes tenía una separación de una semana entre ellos.

Es decir, tenía que ir, encontrarme con la persona, analizarla, realizar un perfil y volver. Todo ello en el tiempo récord de una semana, ya que al lunes siguiente debía de hacer lo mismo en un nuevo destino.

No recuerdo haber viajado con tantas prisas, ni siquiera cuando tenía que acudir a los congresos científicos a los que iba para conocer las últimas investigaciones en mi materia; ya que me gustaba pasar unos días en la ciudad de destino para conocer sobre sus costumbres y tradiciones, pero esto es demasiado.

“Menos mal que entre París y Viena no hay mucha distancia, no me imagino qué hubiese podido suceder si llega a ser en Sídney, nada más que en el viaje perdería como mínimo dos días, uno de ida y otro de vuelta, pero, ¿para qué tendrán tanta prisa?” ―me preguntaba mientras recogía los papeles y los devolvía al sobre que me habían entregado, depositándolo luego sobre una mesa auxiliar que tenía en el dormitorio, cuando de repente.

–¡Abra la puerta! ―se escuchó con voz prominente.

–Abra o tiramos la puerta abajo! ―dijo otra voz con tono amenazante.

–¿Quién es? ―pregunté mientras me acercaba a la puerta del dormitorio.

–¡Abra!, he dicho ―repuso con tono autoritario.

–¡Váyanse o llamo a la policía! ―contesté cansado de tantas sorpresas para un día.

No había terminado de decirlo cuando escuché un gran estruendo, y una luz cegadora iluminó el dormitorio, y eso que tenía la mano en la puerta para cerrar y aislarme así del resto del cuarto, pero no me dio tiempo.

Sentí un fuerte pitido en los oídos. Me había cegado los ojos que me lloraban, y apenas podía respirar, era una sensación tan desagradable que casi no podía pensar en lo que estaba sucediendo.

–¡Siéntese!, ¡siéntese! ―dijo alguien mientras evitaba que me tambalease de un lugar a otro.

–¿Me escucha? ―preguntó en voz muy alta, pero al que apenas escuchaba pues tenía la cabeza como embotada, como si me fuese a estallar.

–Espere que se le pasará, ponga la cabeza entre las piernas y relájese ―decía alguien al que apenas entendía.

No sé el tiempo que había pasado, pero no recuerdo una situación tan desagradable que hubiese vivido en los últimos años. Era como si todo me doliese, pero a la vez me apretase y quisiera desprenderse de ello. Tenía calor y frío al mismo tiempo, y a pesar de abrir los ojos de vez en cuando, sólo veía manchas de claroscuro.

–¿Está bien? ―conseguí escuchar tras un momento.

–¿Quién? ―acerté a preguntar, sin poder ver nada todavía.

–Es sólo una granada aturdidora, ¡no es para tanto! ―respondió una segunda voz con tono sarcástico.

–Una granada, ¿están locos? ―dije molesto tratando de levantarme, cuando me di cuenta de que tenía algo que sujetaba mis manos juntas.

–Cálmese y procure no levantarse, está detenido y lleva bridas de plástico en manos y pies a modo de esposas.

–¿Esposado?, ¿qué he hecho? ―pregunté tratando de frotarme los ojos, para ver si conseguía ver algo.

–¿Qué no ha hecho querrá decir? ―preguntó ese que utilizaba el sarcasmo como forma de hablar.

–¿Le parece bien cargos por obstrucción a la justicia y pertenencia a organización sospechosa de blanqueo de dinero? ―afirmó la voz autoritaria.

–¿Pertenencia a qué…?, yo trabajo sólo ―contesté sin saber a qué se referían.

–¿Y esto?, ¿está preparando sus próximas vacaciones? ―preguntó con tono sarcástico.

–¿El qué? ―pregunté tratando de limpiarme los ojos para ver, aunque todavía tenía la visión borrosa.

–Nueva York, París, Viena… ¿a qué va allá?, ¿de vacaciones? ―volvió a preguntar con sarcasmo.

–Me han hecho un encargo ―contesté sin entender qué podía tener de malo aquello.

–Muy bien, siga cooperando y se le reducirá la pena ―afirmó quien hablaba con tono autoritario.

–¿Pena?, ¿qué pena? ―pregunté sin saber siquiera con quién estaba hablando.

–¿No creerá que vamos a llegar a un acuerdo para exculparle?, para eso necesita mucho más que su testimonio, requeriríamos llegar hasta la cabeza de la organización.

–¿Qué organización?, ¿qué cabeza? ―pregunté confuso pues no conseguía entender a qué venía toda esta situación.

–No se haga, la cabeza, el máximo dirigente, ese al que llaman Maestre ―dijo el sarcástico.

“¿Maestre?” ―pregunté para mis adentros, tratando de atar cabos en el poco tiempo que había conseguido recuperarme―. “Estos están buscando a los que acabo de hablar”.

–No conozco ningún Maestre ―afirmé categóricamente para observar sus reacciones.

–Sí, seguro, entonces nos habremos equivocado. Llevamos meses tras su pista, y por fin cuando llega a la ciudad, ¿a que no sabe lo que hace?, verse con usted y coger el primer vuelo de salida. ¿no le parece sospechoso? ―preguntó con rin tintín.

–Pues la verdad es que no, puede que tuviese prisa ―contesté con el mismo tono de burla.

–Entonces, ¿confirma que le conoce? ―dijo la voz autoritaria.

–Yo no he dicho eso ―repuse confuso por su afirmación.