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La Lista De Los Perfiles Psicológicos
La Lista De Los Perfiles Psicológicos
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La Lista De Los Perfiles Psicológicos


–¿Ha escuchado bien?, ¡emoción!, no diálogo ―afirmó el tercer bailarín, mientras se sentaba a mi lado.

–Bueno, pues felicidades, y seguir así ―dije intentando acabar con aquella situación tan extraña, pues era mi primera vez que visitaba una de esas representaciones alternativas o como quiera que se llame.

Apenas acudía a sitios artísticos, pero cuando lo hacía buscaba siempre que fuesen obras de compañías internacionales.

–¡Un momento! ―dijo la joven sujetándome del brazo de la chaqueta―. ¿Y esto que es?

–¿El qué? ―pregunté asombrado por aquello.

–¿Este anillo y esta nota?, ¿qué quiere decir con esto? ―dijo extrañada mientras lo sacaba de la caja.

–Ni idea, venía con la caja ―afirmé yo sin saber el motivo de su extrañeza.

–Nosotros dejamos la caja en el parque para que aquella persona que quisiera pudiese vernos y así conocer su opinión, pero no pusimos esto ―afirmó el primer actor.

–Pues les aseguro que cuando recibí la caja estaba dentro ―insistí.

–¡Tenga! ―dijo la chica entregándome ambos objetos.

–¿Y qué quiere que haga yo con esto? ―pregunté contrariado al ver que no era de ellos.

–No sé, pero no es de aquí, muchas gracias por su visita, y por su opinión sobre nuestra representación ―afirmó la mujer mientras me señalaba el escenario con la mano.

–Acompáñeme a la salida ―dijo el tercer bailarín, mientras andaba delante de mí.

Le acompañé hasta la salida atravesando el pequeño pasillo y tras cruzar el umbral me di la vuelta y lo único que recibí de aquel hombre fue:

–¿Más diálogo?, ¿qué sabrá usted de balé?

Dicho lo cual cerró la puerta y quedé por unos segundos contemplándola antes de darme la vuelta y mirar a mí alrededor.

Casi toda la calle permanecía a oscuras, a excepción de algunos establecimientos de bebidas o de juego, esos que no cierran ni de día ni de noche.

Miré para ambos lados y no vi ni un coche. Consulté el reloj y vi con asombro que había transcurrido más de una hora desde que salí de mi despacho.

“¿Y a estas horas donde encuentro un taxi?”, me dije mientras comencé a andar calle arriba, a la espera de que pasase uno.

Como empezaba a refrescar me subí el cuello de mi chaqueta y metí las manos en los bolsillos cuando me di cuenta de que tenía aquel anillo. Lo saqué y vi con dificultad que tenía un grabado, algo de lo que no me había percatado antes, pero que con aquella escasa luz no conseguía ver con claridad.

Lo guardé de nuevo en el bolsillo y con la mano toqué la nota, y me di cuenta de que tenía un relieve en una de sus caras. Lo saqué, lo miré, pero no veía nada.

“Puede que a tras luz se vea mejor”, me dije mientras lo levantaba en dirección a una lámpara que a varios metros de altura hacía lo que podía por mantener la calle iluminada.

–Nada, así no se puede ―afirmé después de intentar verlo desde distintos ángulos.

Estaba en esto cuando se empezó a iluminar la calle y vi que venía un coche, rápidamente guardé aquel trozo de papel y me dirigí a pararlo.

–¡Taxi!, ¡taxi!… ―grité mientras realizaba aspavientos con las manos para que me viese.

–¿Taxi señor? ―me dijo el conductor parándose a mi altura.

–Sí, gracias ―afirmé aliviado mientras me introducía en la parte de atrás del vehículo.

–¿A dónde le llevo?

–Al Hotel Plaza.

–¡Ha tenido suerte de que volviese por aquí!, no es una zona muy recomendable.

–Sí, me estoy empezando a dar cuenta ―dije mientras pasaba y veía que se trataba de un vecindario algo descuidado.

–¿Viene por visita? ―preguntó el taxista.

–¿El qué? ―repuse mientras miraba el barrio que atravesábamos.

–¿Es su primera vez en la ciudad? ―insistió.

–Yo vivo aquí.

–¿Dónde?, ¿en el hotel? ―preguntó el taxista con tono de burla.

–Sí, así es ―afirmé categóricamente.

–Perdone, pero no entiendo ―dijo el hombre sorprendido.

–Llevo años viviendo ahí, de esta forma puedo centrarme en mi trabajo sin necesidad de distracciones en cosas innecesarias como las labores del hogar.

–¿Qué trabajo puede ser tan absorbente? ―preguntó curioso el taxista.

–Soy psiquiatra ―afirmé mientras me bajaba el cuello de la chaqueta.

–¿Psi…?, ¿qué?, ¿el loquero? ―preguntó mientras soltaba una carcajada.

–El que cuida de la salud mental de los ciudadanos de esta ciudad ―puntualicé sin alterarme por aquel comentario jocoso, que no era de los más ofensivos que había tenido que soportar.

–Bueno lo que sea, ¿y le da a para vivir en un hotel?, ganará usted mucho ―dijo mientras hacía un gesto con los dedos índice y pulgar, indicando dinero.

–No tanto, pero como no tengo más gastos me lo puedo permitir.

–¡Ah!, sí, claro ―afirmó el taxista mientras mostraba una sonrisa burlona.

–Si usted echase cuenta de lo que gasta en alquiler o hipoteca, más los gastos de luz, agua, seguros, y comida, probablemente optaría por una solución como la mía ―afirmé tratando de que viese las ventajas de aquello.

–Si le digo a mi parienta que nos vamos a vivir a un hotel, lo primero que me preguntaría es que si me ha tocado la lotería ―contestó jocosamente el hombre.

–¿Y lo segundo? ―pregunté siguiendo su broma.

–¿Que qué haría con mi suegra? ―respondió a carcajadas.