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Suicidio Policial: Guía Para Una Prevención Eficaz
Suicidio Policial: Guía Para Una Prevención Eficaz
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Suicidio Policial: Guía Para Una Prevención Eficaz


A pesar de lo cual en ocasiones se puede extraer estos resultados de forma indirecta, por ejemplo, fijándose en el número de defunciones, estas se registran en varias categorías según su causa asociada, para el caso lo que nos interesa es en sí dos que comprenden a la salud mental, el primero sería el correspondiente a trastornos mentales y del comportamiento y el segundo el de las enfermedades del sistema nervioso y los órganos de los sentidos. Si bien el primer epígrafe con respecto a los trastornos mentales y del comportamiento abarcaría una gran parte de los casos de la salud mental, tal y como se recogía siguiendo los criterios del C.I.E. (Clasificación Internacional de enfermedades) en su novena versión (O.M.S., 1988), cuando estos se vieron cambiados a la versión décima (O.M.S., 2009), casos como el de la enfermedad de Alzheimer se trasladaron al segundo epígrafe, es decir al de las enfermedades del sistema nervioso y de los órganos de los sentidos. Es por ello por lo que los resultados que se presentan a continuación se corresponden con ambos epígrafes y que abarca la mayoría de los problemas de salud mental.

Para ejemplificar la utilidad de los datos de la defunción empleando este criterio de clasificación del C.I.E.10, nos centraremos en una comunidad autónoma española, en concreto en Andalucía, cuyo gobierno apuesta por el Open Data, y así se pueden extraer datos sobre las defunciones en esta comunidad desde 1980, pudiendo observar la evolución de los datos acumulados hasta la actualidad sobre las causas de las defunciones por cada localidad independientemente de su tamaño, es decir, de cada ciudad o pueblo de dicha comunidad autónoma.

Basándonos en los datos en bruto es posible observar cómo ha ido evolucionando durante los últimos 33 años en Andalucía el número de fallecidos asociados a problemas de salud mental, habiéndose producido un importante incremento en Sevilla, Málaga y Cádiz, siendo menor el incremento en Huelva y Almería. Pero si nos quedamos con estos resultados podríamos llegar a falsas conclusiones, debido a que no tenemos en cuenta un importante factor de corrección, el número de habitantes de cada localidad. Es decir, no es lo mismo que aparezcan 10 casos en una población de 100 habitantes, que 10 en una de 5000 habitantes, para hacer más comprensibles los datos se suele establecer un mismo marco de comparación, por ejemplo, cada 100.000 habitantes, así siguiendo con las cifras anteriores se puede hablar de una tasa de 0,01 casos cada 100.000, y de 0,05 casos cada 100.000 habitantes respectivamente.

Teniendo en cuenta lo anterior, y siguiendo con los datos históricos de la comunidad autónoma de Andalucía, para ajustar los resultados de las causas de defunción relacionadas con la salud mental a la población real del momento se extrajeron los datos correspondientes a las cifras oficiales del Padrón Municipal de Habitantes a partir de 1997 y se realizaron los ajustes correspondientes, de forma que los resultados son totalmente diferentes a lo observado con anterioridad, siendo Córdoba, Granada y Jaén los que encabezan el porcentaje de casos por habitantes, mientras las que tienen menos casos son Málaga, Sevilla y Huelva.

Es por ello que al igual que las comisarías conocen en qué zonas es más probable que se dé un tipo de delincuencia en vez de otro debido a múltiples factores como la población del lugar, las facilidades de acceso, el número de establecimientos,… igualmente se puede conocer en qué poblaciones es más probable encontrarse ante una determinada problemática relacionada con la salud mental que con otra, pero ¿de qué le sirve a un policía conocer dicho aspecto?, ¿acaso estamos hablando de un número relevante de afectados?, al respecto el Dr. Quazi Imam, Director Médico del Hospital Memorial de Arlington (EE.UU.) comenta:

Casi 1 de cada 5 estadounidenses sufre una enfermedad mental, así cada año, alrededor de 42,5 millones de estadounidenses adultos (el 18,2 por ciento de la población total de adultos en los Estados Unidos) sufre de alguna enfermedad mental, soportando condiciones como la depresión, el trastorno bipolar o la esquizofrenia. En otros países, por ejemplo, en Inglaterra se estima que 1 de cada 4 adultos británicos experimenta al menos un problema de salud mental diagnosticable en un año. Por su parte la Organización Mundial de la Salud publicó en 2014 una cifra alarmante, estimando que aproximadamente 476 millones de personas en todo el mundo tienen un problema de salud mental.

De toda la problemática que supone la salud mental 300 millones de personas sufren depresión (O.M.S., 2017), bueno esto no sería más que un dato anecdótico, útil para el personal relacionado con la salud, y en específico con la salud mental, pero ¿qué tiene que ver esto con la policía?

El trabajo policial en su mayoría por no decir todo, está íntimamente relacionado con su comunidad y con la problemática que esta tiene, así hay barrios donde existe un mayor índice de delincuencia que otros, incluso aquellos en los que la policía no puede pasear de forma segura, necesitando “refuerzos” para entrar en determinadas zonas. Una situación que permite en unos casos e impide en otros, que exista una relación fluida entre los policías y sus vecinos. Así si en una determinada zona se da más un tipo de problema de salud mental que en otra, esto también lo van a tener que contemplar los policías, ya que las demandas de su comunidad van a ir más orientadas a atender estos casos. Por lo que es frecuente, que, si en un barrio existe un centro de atención a pequeños con discapacidad psíquica, se requiera en ocasiones de la intervención policial si alguno de ello se “escapa” de su cuidador. Igualmente, si en una zona existe una población especialmente envejecida donde el porcentaje de personas que sufren enfermedades neurodegenerativas es importante, los policías van a tener que intervenir en más de una ocasión para auxiliar a uno u otro anciano cuando este se “despiste” y se “pierda” o no sepa cómo regresar a su casa.

Con ello se trata de ejemplificar cómo la actuación policial, aun sin ser en muchos casos los agentes conscientes de ello va a ir ajustándose a las necesidades de la salud mental de la población en donde se trabaja, pero en otras ocasiones es un trabajo consciente con pacientes. Aunque cuando se habla de salud mental, no necesariamente va a ir asociado a problemas “menores”, pudiéndose presentar casos de agresividad e incluso violencia, a los cuales también debe de dar respuesta la policía haciendo lo que buenamente puede por mantener la situación bajo control, pero ¿cómo afecta a los policías trabajar con personas con problemas de salud mental?

Esto es lo que se ha tratado de dar respuesta mediante una investigación realizada desde el Instituto de Ciencias Biomédicas Abel Salazar, Universidad de Oporto junto con el Hospital de Magalhães Lemos (Portugal) y la Unidad de Psiquiatría Social y Comunitaria (Centro Colaborador de la OMS para el Desarrollo de Servicios de Salud Mental), Universidad Queen Mary de Londres (Inglaterra) (Soares & Da Costa, 2019). En el estudio participaron diez agentes, con una edad media de 46 años y 22 de servicio, de los cuales únicamente había una mujer. La labor de estos profesionales era trasladar a los pacientes al psiquiátrico cuando así se les requería mediante ingresos obligados.

Se recogió información de las entrevistas realizadas a los agentes, la cual fue codificada y analizada, sobre cinco temas, “Actividad policial y el ingreso obligado “, “El papel de la familia en el proceso de ingreso obligado “, “El éxito del ingreso obligado”, “Las opiniones sobre las enfermedades mentales” y “Mejoras que propondrían en su labor del ingreso obligado”. Según los informes de los agentes, para ellos esta labor fue la más estresante y difícil que habían tenido que desempeñar en el cuerpo de policía, destacando el papel mediador de las familias para facilitar su labor de ingreso obligado. Con respecto a la percepción sobre los pacientes de salud mental estos eran percibidos como imprevisibles y peligrosos, sintiendo que ellos como agentes no estaban preparados para tratar este tipo de casos y entendían que debía de estar presente personal cualificado en esta labor. Investigación que no hace sino reflejar la buena voluntad de los agentes, pero que en ocasiones es insuficiente para tratar con determinada problemática, sobre todo en los casos más graves de la salud mental. Por tanto, la salud mental de la población va a suponer en muchos casos un plus en cuanto al estrés generado en la labor policial, y eso sin tener en cuenta que el propio agente puede estar sufriendo algún problema en este ámbito, ya sea un trastorno de depresión, ansiedad o de otro tipo.

La conducta de riesgo

Resaltar que no todas las muertes que parece suicidio van a serlo, ya que existen los accidentes, por ejemplo, las personas que manejan armas, pueden sufrir un accidente con ellas, e igualmente realizar una conducta arriesgada puede conllevar un accidente que parezca suicidio, lo cual es más frecuente entre los adolescentes, pues cuando uno piensa en conductas de riesgo, lo suele hacer en aquellos comportamientos más extremos, como el conducir a altas velocidades, o el hacer puénting, pero igualmente de arriesgado para la salud son las menos llamativas, como el consumo excesivo de tabaco, alcohol u otras drogas, pero ¿se pueden prevenir las conductas de riesgo?

Esto es precisamente lo que se ha investigado desde la Universidad de Oviedo (España) (Lana, Baizán, Faya-Ornia, & López, 2015), con un estudio en donde participaron 275 estudiantes del grado de enfermería, a todos ellos se les evaluó su nivel de Inteligencia Emocional mediante la escala estandarizada Schutte Emotional Intelligence Scale (Salovey & Mayer, 1990), y la conducta de riesgo, entendida esta como el consumo de tabaco, alcohol, drogas ilegales, así como la realización de dietas poco saludables, si se tenía o no sobrepeso, si se trataba de una persona sedentaria o no, su nivel de exposición solar, y la práctica de relaciones sexuales sin protección, además, se recogieron datos socio-demográficos y de satisfacción vital.

Los resultados muestran que aquellos estudiantes que tenían niveles elevados de Inteligencia Emocional tienen menos conductas de consumo excesivo de alcohol, no siguiendo dietas poco saludables y observando prácticas sexuales con protección; y, al contrario, los que mostraban niveles más bajos de Inteligencia Emocional tenían conductas de riesgo en cuanto a un mayor consumo de alcohol, el seguimiento de dietas poco saludables y prácticas sexuales sin protección. No obteniéndose diferencias significativas en las conductas de riesgo de consumo de tabaco o drogas ilegales, el nivel de sobrepeso, el sedentarismo o el nivel de exposición solar en función del nivel de la Inteligencia Emocional. Los autores señalan sobre los beneficios de tener altos niveles de Inteligencia Emocional a la hora de manejar adecuadamente la presión grupal, principal elemento en conductas como el consumo de alcohol. Los resultados parecen claros en cuanto a la conveniencia de educar a los más jóvenes para que tengan una Inteligencia Emocional desarrollada, ya que esto le va a servir para prevenir conductas de riesgo futuras y evitar los accidentes que entrañan, en ocasiones que conducen a situaciones que se asemejan al suicidio; en el caso de la policía se ha encontrado que los agentes varones entre los 26 a 34 años son los que más probabilidades tienen de exhibir conductas de riesgo (Walterhouse, 2019).

Otra de las variables que se puede analizar con respecto a la asunción de conductas de riesgo es el género, así tradicionalmente se ha considerado que los hombres suelen tender a asumir más riesgos que las mujeres, pero ¿existen evidencias científicas que lo apoyen?

Cuando uno piensa en niños, éstos suelen ser considerados más dinámicos en cuanto a actividades físicas y también de riesgo que las niñas, tal es así que los niños son los que estadísticamente sufren más accidentes domésticos, ya sea por subirse a lugares indebidos como por “tocar lo que no deben”, presentando una mayor cantidad de conductas exploratorias, en cambio, las niñas suelen tender a realizar actividades menos físicas y más intelectuales, que implican la lectura o la conversación entre iguales y con adultos, y por tanto tienen “menos riesgo” de sufrir ningún tipo de accidente doméstico o de otro tipo. Tendencia que parece mantenerse en la adolescencia, donde los jóvenes muestran un mayor número de acciones que ponen en riesgo su vida, ya sea para “presumir” delante de las chicas o para “destacar” compitiendo con otros chicos. En cambio, las jóvenes tienden a “destacar” en otras facetas como las intelectuales, por la vestimenta que utilizan; o en actividades lúdicas como bailar.

Es precisamente en esta etapa de la vida donde se dan un mayor número de conductas de riesgo, debido a la creencia falsa de que no les va a suceder nada, y en cambio es la época en donde se producen más accidentes, ya sea de tráfico, o de otro tipo. Actitudes que con el tiempo van “relajándose”, aunque se mantienen durante toda la vida, nada más hay que ver cómo tradicionalmente existen profesiones mayoritariamente de hombres asociados a una mayor actividad física, o conducta de riesgo, ya sea en el ámbito del deporte o del espectáculo; en cambio, las mujeres desde hace mucho han ocupado un mayor porcentaje en las aulas obteniendo mejores resultados académicos a todos los niveles.

En el caso de los cuerpos y fuerzas de seguridad, a pesar de que cada día son más las mujeres que se incorporan a dichos cuerpos todavía existe una gran diferencia entre hombres y mujeres, así en España en el caso concreto de la Policía Nacional en el 2019 la cifra de mujeres representa el 14,5% de los miembros del cuerpo, es decir 9.063 mujeres de 62.953 agentes (El Plural, 2019), muy por detrás de países como Estonia con un 33,9%, Países Bajos con un 28,9% o Suecia con un 28,8% en 2012 (Institut for Public Security of Catalonia, 2013).

Sobre el origen y “utilidad” de estas diferencias se ha identificado que se trata de un comportamiento “heredado” de nuestros antecesores, en donde el varón era quien debía de “salir” a cazar y enfrentarse a las dificultades del exterior, en cambio la hembra permanecía dentro del “territorio seguro” en donde existía menos peligro, lo que la permitía desarrollar otras habilidades más “útiles” para las funciones que tenía. Esta aportación ha sido discutida ya que actualmente no existe ese marcado reparto de roles, tal y como sucedió en el pasado, a pesar de lo cual se siguen produciendo, pero ¿cuál sería el motivo de las diferencias en la asunción de riesgo según el género?

Para responder a esta cuestión se ha llevado a cabo un estudio realizado conjuntamente por la Universidad de Ciencias Electrónicas y Tecnología de China, el Hospital General Universitario Médico de Tianjin; y la Academia China de Ciencia (China); junto con la Universidad de Adelaida y la Universidad de Queensland (Australia) (Zhou et al., 2014), en el estudio participaron 289 voluntarios de una edad media de 22 años a los cuales se les administraron 15 pruebas psicotécnicas además de estudiar la actividad cerebral a través de resonancia magnética funcional (fMRI). Los resultados relacionan los datos obtenidos de todas las pruebas encontrando diferencias significativas entre los participantes en la corteza somatosensorial secundaria derecha, que incluía la anterior dorsal bilateral, cortezas insulares medias y la corteza cingulada anterior dorsal.

El estudio trata por tanto de dar respuesta a un comportamiento que hasta ahora no había podido ser explicado, comprobando cómo la conducta diferencial entre hombres y mujeres jóvenes está sustentada en diferencias cerebrales importantes, con lo que se daría cuenta de la mayor tendencia a asumir conductas de riesgo por parte de los hombres.

Basado en estos resultados se podría esperar que existiese una tasa superior de suicidios entre los policías varones y más jóvenes los cuales además exhibirían conductas de riesgo, para comprobarlo se emplean datos obtenidos desde la Agrupación Reformista de Policías en su Estudio y Análisis Complementarios al Plan de Prevención de Suicidios en el ámbito del cuerpo de la Policía Nacional donde se recogen las estadísticas de la incidencia de suicidios en este cuerpo desde el 2000 al 2017 separados por edad (A.R.P., 2019) ver tabla I.

Tabla I. Distribución de suicidios en función de rangos de edad entre la Policía Nacional entre 2000 a 2017

Con estos datos es posible comprobar que la mayor tasa de suicidio en el Cuerpo de la Policía Nacional no se produce entre los más jóvenes, de 24 a 29 años con una incidencia del 11,84% sino entre los que tienen 30 a 35 años con una incidencia del 21,71%, es decir estos datos van en contra de la premisa comentada sobre la mayor tasa de suicidio entre los más jóvenes debido a una mayor exhibición de conductas de riesgo. Las posibles causas de estas discrepancias podrían encontrarse en que en la vigilancia durante los primeros años de servicio por parte de los veteranos sobre los “recién llegados” es mucho más estricta, en aras precisamente de garantizar su seguridad y en que desarrollen adecuadamente su labor, supervisión que se va “relajando” con los años.

Indicar que en la población general, el mayor porcentaje de casos de suicidio se produce en los jóvenes entre los 15 a 24 años y entre los ancianos de más de 75 años (O.M.S., 2009), precisamente en estas edades es donde se realizan los mayores esfuerzos por parte de los planes de prevención debido a la incidencia del suicidio, pero que en el caso de la Policía Nacional ni se contemplan ya que se salen de las edades de incorporación o jubilación del cuerpo; diferencias que también van a verse reflejado en las prioridades de las políticas de prevención que se puedan desarrollar al respecto.

Con respecto a la Inteligencia Emocional como factor de protección frente a la conducta de riesgo, hay que indicar que ha sido un concepto que se ha visto relacionado con la capacidad para el manejo del estrés, las habilidades sociales e incluso con aspectos de la salud. Dentro del mundo laboral, hoy en día se considera a la Inteligencia Emocional como pieza clave y fundamental en cualquier líder, de ahí que las escuelas de negocio hagan hincapié en esta formación, igualmente se ha encontrado que está relacionado positivamente con un mejor desempeño en el puesto de trabajo, y negativamente con el absentismo y la renuncia del puesto. Algunas teorías apuntan a que las personas con alta Inteligencia Emocional son capaces de conocer mejor a los demás, de ahí que sean más efectivos en las relaciones interpersonales, otorgándole cierta habilidad para conocer los puntos fuertes y las limitaciones del interlocutor, pero ¿se ve afectada la percepción del otro por nuestra Inteligencia Emocional?

Esto es precisamente lo que se ha tratado de averiguar con una investigación realizada desde el Departamento de Administración y Empresa Internacional, Universidad de I-Shou (Taiwán) junto con el Departamento de Dirección y Gestión, Escuela de Negocios (Noruega) (Lee & Selart, 2015). En el estudio participaron treinta estudiantes de la escuela de negocios, de los cuales once eran mujeres, con una edad media de 23 años. A los participantes se les hizo pasar por una situación controlada, donde observaba el desempeño de una persona en una tarea de resolución matemática, un Sudoku, y luego debían de valorar si esa persona pudiera resolver otro, pero en un tiempo limitado de tres minutos. Se manipularon las variables correspondientes a la dificultad de la segunda tarea, la posibilidad o no de ganar dinero por acertar según su nivel de seguridad en la respuesta, y la introducción o no de una tarea distractora entre ambas tareas.

Los participantes debían de rellenar una prueba online sobre Inteligencia Emocional denominada Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligence Test (Mayer, Salovey, & Caruso, 2002) donde se comparó la ejecución de los participantes según la puntuación en el M.S.C.E.I.T., como con alta o baja Inteligencia Emocional. Los resultados muestran que no existieron diferencias en las predicciones de la ejecución de la tarea de los otros en función de la Inteligencia Emocional de los participantes.

Hay que tener en cuenta el limitado número de participantes, y que se trata de una manipulación experimental con baja validez ecológica, con lo que es probable que en una situación real se pudiese observar el fenómeno de predicción esperable. A pesar de las limitaciones del estudio hay que destacar lo innovador del enfoque de esta investigación, que trata de conocer cómo la Inteligencia Emocional posibilita que la persona tenga un mejor desempeño social. Aunque no parece que una mayor Inteligencia Emocional tenga que ver con acertar sobre las predicciones de ejecución de un tercero en una concreta tarea matemática, eso no descarta que no confiera a la persona de esa cualidad para otras tareas, de tipo más emocional; esto es, conocer los puntos fuertes y débiles de un interlocutor no supone saber exactamente cómo va a actuar en todas las tareas, pero sí qué tipo de compromiso y comportamiento general esperar de esa persona.

Algo que si se consigue comprobar mediante investigaciones posteriores estaría informando sobre que aquellas personas con altos niveles de Inteligencia Emocional están mejor preparadas a la hora de conocer a los demás, y de ahí la ventaja observada en las interacciones sociales. Un último apunte sobre la Inteligencia Emocional es que, a diferencia de otras inteligencias, esta se puede mejorar con un entrenamiento adecuado, es decir, una vez que se conozcan las muchas ventajas que sobre el mundo laboral y social tiene, se puede buscar la forma de reforzar las habilidades propias y con ello mejorar la Inteligencia Emocional.

Con lo anterior comentado, en la medida que se vea útil la aplicación de la inteligencia emocional entre los cuerpos y fuerzas de seguridad, en la consecución de la reducción de las conductas de riesgo, cabría esperarse que también se redujesen las tasas de suicidio, en donde se incluyen estos accidentes.

Teniendo en cuenta que en definitiva el suicidio es un drama para las familias que sobreviven, pero también para el cuerpo que pierde a un compañero y agente preparado. Si bien las causas asociadas al estrés y la presión social tratan de “justificar” esta conducta entre los agentes de cuerpos y fuerzas de seguridad hay que tener en cuenta que el acceso a estos cuerpos es restrictivo y muy exigente, debiendo pasar por pruebas específicas psicológicas y una intensa formación posterior tanto física como psicológica, pero a pesar de ello las tasas de suicidio son extremadamente elevadas.

Referencias

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Capítulo 2. Características del suicidio en el ámbito policial