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La Tragedia De Los Trastulli
La Tragedia De Los Trastulli
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La Tragedia De Los Trastulli


—Entremeses calientes al estilo piamontés, agnolotti con salsa de estofado o mantequilla fundida, a elegir, luego… bueno, evidentemente el estofado con guarnición y, para acabar, el postre: fruta, panna cota bañada en chocolate fundido y, es evidente esto, porción de panettone o pandoro, a elegir, recubierto por crema pastelera. En cuanto a la bebida, aperitivo Torino Milano, sí, lo conozco, es bueno: un cóctel sencillo compuesto por vermut de Turín y aperitivo rojo de Milán,

cubitos de hielo y una piel de naranja. Evidentemente en Milán lo llaman Milano Torino. Además, vino de mesa de la casa en botella, tinto o blanco a elegir, para mí blanco y elige tú el tuyo y, con los dulces, una flûte de prosecco veneciano o de moscato piamontés. Está bien, Ran, parece que es todo de tu gusto. Para un napolitano como yo, en medio de los demás platos habría estado muy bien un primero con marisco y algo de pescado, pero… —Hizo una mueca entre divertido y molesto simulando aguantarse—, paciencia, me contentaré.

Con la comida y la bebida, solo salimos a mitad de la tarde. Justo delante de nosotros acababa de salir la familia de los vecinos de mi amigo e iba unos quince metros por delante en dirección a via Cernaia. Discutían todos a la vez, sin preocuparse por su entorno, supongo que por ser cómplices de profundas libaciones con la comida. Sus palabras nos llegaban de forma confusa, pero no mucho después se levantó alta y clara la voz de la anciana, que, enarbolando una mueca de desagrado, como no se podía evitar ver a pesar de los metros de distancia, dijo bruscamente:

—¡Ya basta! ¿También en Navidad? ¿Podéis dejar de ser como Caín?

Evidentemente, tenía problemas con sus hijos.

Vittorio me susurró que fuéramos más despacio y dejáramos que se alejaran. Como el grupo caminaba lentamente y continuaba levantando la voz, después de unos pasos me hizo una señal con el pulgar derecho para tomar la cercana via Boucheron. Enseguida entendí la razón: le había venido la necesidad de hablarme de esa familia, tal vez colaborando también con él el aperitivo, el vino y el espumoso; a pesar de eso, estaba alegre, sí, pero lúcido, de hecho, no quiso que sus parlanchines vecinos le oyeran.

—Así podemos conversar mientras paseamos… —empezó—. Oh, a ti te va bien dar un paseo para hacer la digestión, ¿no?

—Claro.

—¿El paseo habitual por los soportales?

—Perfecto.

—Bien. Así que tengo que decirte algo de esas personas… bueno, ahora giramos aquí a la izquierda y así llegamos igualmente a via Cernaia, la atravesamos y llegamos directamente a corso Vinzaglio.

Habíamos doblado en via Manzoni.

—Te estaba hablando de esa familia: tiene una gran tienda donde trabajan todos, salvo la nuera, con diversas tareas. Venden lavadoras, neveras, televisores, grabadoras, tocadiscos y discos: el mes pasado yo mismo compre un par de 33 rpm.

—¿Jazz?

—No. ¿Qué jazz ni jazz? ¿A ti te gusta el jazz?

—¡Mucho!

—Vale. A mí me gusta la música sinfónica y la ópera. Era Mozart. En todo caso, estaba a punto de decirte que la tienda está casi siempre llena de gente, los Trastulli están disfrutando del boom económico.

Tienen seis escaparates y dos plantas de exposición y venta, aquí cerca, en via Garibaldi, bajo los soportales, casi en la piazza Statuto. Es un negocio muy antiguo, aunque en el pasado no vendían televisores, evidentemente, porque no había. Supongo que eran cosas como gramófonos de mano y aparatos de radio. En todo caso, era un negocio conocido y floreciente desde años antes del boom: lo inauguraron en 1930 los dos ancianos poco después de casarse, con un capital que él había heredado de su padre, que acababa de morir. El año de la fundación del negocio está escrito por todas partes dentro del local y en los escaparates. El rótulo que hay sobre ellos muestra el apellido de la familia: Trastulli, seguido de Televisores Electrodomésticos Equipos Música. El anciano tiene el diploma de aparejador.

—… Lo sé. Le llamaste así al saludarlo.

—Ya. Es el aparejador Aristide Trastulli. Antes de heredar, trabajaba como empleado en una empresa constructora y había conocido a su futura esposa, Iride, un día en que por motivo laborales había ido a la casa del jefe: era la chica del servicio. Su hijo mayor se llama Arturo y no tuvo muchas ganas de estudiar, hizo hasta tercero de escuela media, o tercero de gimnasio, como se decía antes,

y empezó a trabajar con la familia con catorce años. El segundo hijo, Clemente, tiene más estudios, consiguió el título de perito mercantil antes de entrar en el negocio de los padres. Volviendo a su madre, la señora Iride, es la décima hija de unos campesinos. Como todos en su familia, aunque había estudiado poco, se expresaba con propiedad. Inmediatamente después del examen de tercero de la escuela elemental

tuvo que ayudar a los suyos en el trabajo, como ya hacían los hermanos y una de las hermanas; al cumplir los catorce, como habían hecho otras hermanas, sus padres la mandaron a la ciudad para trabajar como empleada del hogar, al tener demasiadas bocas que alimentar para su pequeño trozo familiar de tierra. Son cosas que he sabido a lo largo del tiempo a través del ostiario, como yo lo llamo.

—¿Ostiario?

—¿No sabes quiénes eran los ostiarios?

—Hm… mea culpa —fingí lamentarme.

—Perdonado —bromeó él también—, después de todo, la figura real del ostiario ya no existe desde hace mucho, sustituida por la del sacristán. Se trataba de un clérigo, de menor nivel que los sacerdotes, que había recibido el llamado ostiariado que abarcaba diversas tareas dentro de un edificio eclesiástico: guardar el edificio, abrir y cerrar de acuerdo con el horario de ingreso e impedir el acceso a las malas personas; también hacer sonar las campanas en su horario y, ayudado o no por sirvientes, proceder a la limpieza de la iglesia. Llamo ostiario a nuestro portero, en broma, porque es un mojigato que hace saber a todos que va a misa todas las tardes después de cumplir con su horario y que recita siempre el rosario con su mujer antes de acostarse, rezando por todo el edificio. Es una lástima que luego cotillee a discreción a las espaldas de los propietarios: tal vez también de mí, ¿por qué no?

«Pero también es alguien malo el que escucha, como tú», me vino a la mente y me arrepentí de inmediato, pues conozco el buen corazón de mi amigo. Después de un momento, me dije: «Bueno, después de todo, la curiosidad es algo normal en un policía, ¿no?»

Entretanto, ignorante de mis pensamientos, Vittorio continuó:

—De entre ellos, al que mejor conozco es al anciano porque fue, como yo, un partisano y, como yo, está inscrito en la ANPI:

nos encontramos algunas veces en la sede y en celebraciones en la calle. También la esposa está inscrita, trabajaron en pareja contra los fascistas y los ocupantes alemanes, ambos tienen la medalla de plata del valor militar de la Resistencia, pero ella no suele ir a la Asociación.

—Imagino que para ir a la montaña a combatir cerrarían la tienda.

—No. Operaban aquí, en Turín, de otras maneras necesarias, como conseguir armas a lo resistentes, trasportándolas en persona en el furgón de la empresa, escondidas entre sus mercancías, o recibir y transmitir órdenes del CLNAI

mediante un oficial del ejército que militaba en los partisanos azules, los de tendencia liberal monárquica, el mayor Amedeo Ronzi di Valfenera, entonces general de Carabineros.

También lo conozco porque es turinés y está inscrito en nuestra sección de la ANPI: es un gran amigo del viejo Trastulli. Además, en muchas ocasiones los cónyuges acogieron bajo el techo de su tienda a antifascistas buscados y, en un caso, corriendo grandes riesgos, ocultaron hasta el final de la guerra a una pareja de judíos, salvándola de una meticulosa redada de los nazis y de su consiguiente deportación a un lager.

—Perdona, Vittorio: el hijo mayor de los Trastulli debía tener ya más de veinte años. ¿Fue partisano con ellos?

—No, al desatarse el conflicto Arturo fue reclutado y enviado de inmediato al frente, permaneciendo de servicio hasta julio del 43, primero en Francia y luego en Sicilia, donde fue hecho prisionero y luego deportado a Gran Bretaña: parece que lo trataron bastante bien, trabajando primero como campesino en una granja y luego como jardinero y hortelano del terreno en torno a la villa del coronel que dirigía el campo de prisioneros. Solo volvió a Italia en 1946. ¿Quieres saber también del más pequeño?

—¡Claro!

—Clemente estaba en la escuela elemental en 1940 cuando el 10 de junio Mussolini declaró la guerra a Francia y Gran Bretaña. Los suyos lo alejaron de inmediato de Turín, e hicieron bien, ya que el primer bombardeo de la ciudad por parte de los ingleses fue inmediato…

—… ¿A mí me lo dices? ¡Me acuerdo muy bien!

—Claro, tú eres turinés.

—Sí, fue la noche entre el 11 y el 12 de junio, no lo esperábamos tan pronto mis padres ni yo.

—¿Reclutaron después a tu padre?

—No, era obrero de la FIAT y estos eran útiles allí donde estaban.

—Ya, como fábricas del Ejército y la Aviación,

—Sí. Volviendo al bombardeo, después de un momento de miedo corrimos los tres al sótano, pero nuestra casa, por suerte, no se vio afectada, aunque se lanzó sobre el centro de la ciudad: ¡17 muertos! Luego se sabría que el objetivo habría debido ser la FIAT, que apenas se vio afectada. Por eso se corrió la voz, murmurada, de que Churchill tenía acciones de la empresa, pero seguramente se trataba de una patraña.

—Seguro. Pero volviendo al menor de los Trastulli, los suyos lo enviaron con la hermana soltera del padre, una tal tía Erminia, que vivía en el pequeño pueblo del que provenía la familia, Cavaglià, a unos cincuenta kilómetros. La tía era y es una persona acomodada, al haber heredado la otra mitad de los bienes paternos. Acogió y cuidó encantada a su sobrino durante los años de la guerra, queriéndolo como un hijo y el niño a ella: me lo contó su padre, añadiendo que Clemente quería mucho más a su pariente que a su madre.

—El aparejador cuenta muchas cosas.

—No a todos: en la ANPI habla voluntariamente solo conmigo y con ese general de quien es amigo. No solo me habla de asuntos de guerra, sino también de los suyos privados: es una persona espontánea y un muy buen hombre. Por el contrario, la señora Iride no me gusta demasiado… es verdad que es también una heroína de guerra, pero… también es ‘na fareniella,

una mujer arrogante que se cree la reina de Saba. Lo he comprobado más veces.

—Entiendo, pero dime algo de la esposa del hijo mayor. —Al final, también yo, en cuanto a curiosidad, no estaba mostrando menos que mi amigo; bueno, ambos éramos policías, ¿no?