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El Perro
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El Perro


Ada debía estar de buen humor y, con voz suave, le respondió cantarinamente:

—Siempre listos si lo necesitáis.

Yo, con un humor completamente distinto, molesto ante la posibilidad de acabar en medio de la violencia de unos desaliñados y vulgares marxianos

o, peor, reventado por una cobarde bomba neofascista, solo contesté con un resignado:

—Claro.

Había realmente un peligro de graves desórdenes y no niego que me había bastado con la triste aventura de 1969 de la que me quedó, y me quedará toda la vida, un shock postraumático por el que, todavía hoy después de tanto tiempo, con más de 70 años y en el tercer milenio, a veces el recuerdo del dolor que me infligieron vuelve de repente a mi ánimo y me invade la mente, casi como si estuviera sufriendo de nuevo esas torturas.

El magnífico director me sonrió:

—No me vengas con cuentos, Ranieri, sé que te molesta ir y también sé el motivo. ¡Pero hay que hacerlo! Oh, evidentemente, tienes que llevar corbata negra y Ada, tú…

—… sí, Giorgio, yo vestido largo: tengo el habitual en el armario, que me sienta muy bien sin necesidad de acudir al atelier.

—Sin duda lo sufres amargamente —le replicó el jefe en divertida respuesta a su endecasílabo.

¿Transcurriría sin incidentes la noche de la inauguración? La ocasión era realmente propicia para los subversivos.

FOTOGRAFÍA FUERA DEL TEXTO

Primera página del diario Corriere della Sera del 13 de diciembre de 1969, día posterior al de las matanzas de piazza Fontana en Milán. Fuente: “prima La Martesana”, artículo La strage cinquant’anni dopo (1969-2019), página web primalamartesana.it/cronaca/bomba-al-cuore-sono-passati-50-anni-dalla-strage-di-piazza-fontana/ (https://primalamartesana.it/cronaca/bomba-al-cuore-sono-passati-50-anni-dalla-strage-di-piazza-fontana/)

Capítulo II (#ulink_75ac7546-95de-5677-bab2-9445c5745d10)

¿Cómo se pudo llegar a la estremecedora locura de los años que serían calificados como de plomo?

En 1968, después de anteriores episodios aislados de protestas juveniles, el descontento político, y en muchos casos casi la rabia de muchos jóvenes, se expresaron con fuerza a través de manifestaciones en la calle, sobre todo de estudiantes, no todos en realidad preparados políticamente, siendo no pocos de ellos simples utópicos o bien marxistas imaginarios, como los definiría en 1975 alguien que conocía bien el marxismo,

y no todos con posturas de izquierdas sino, en parte, pseudoniestzchecianos y fascistizantes, cuando no abiertamente fascistas. Esas manifestaciones no habían sido físicamente violentas al principio, pero a ellas les habían seguido otras que habían causado daños y heridos. La sociedad italiana tuvo que sufrir la cobardía asesina de la extrema derecha y las acciones homicidas de grupos armados de izquierdas. La subversión neofascista, o negra, practicó, frente a la mentalidad progresista, un terrorismo con explosivos, iniciando su actividad criminal en 1969 explosionando un artefacto durante el horario de oficina de la sucursal de piazza Fontana de la Banca Nazionale dell’Agricoltura. Pero los asesinos nunca indicaron su identidad ideológica, que en todo caso se podía intuir que era de extrema derecha, aunque los funcionarios de policía al principio sospecharan y persiguieran a los anarquistas. Este tipo de ataques subversivos dejaba a propósito en la incertidumbre el objetivo de las matanzas, dirigidas contra ciudadanos anónimos asesinados en masa al azar; pero lo que se buscaba era fácil de intuir, aunque no se declarara: aterrorizar a la población e inducirla a reclamar un gobierno fuerte, dictatorial, que pusiera fin a los desórdenes. Aunque parezca absurdo, era también útil para ese objetivo, aunque sin duda involuntariamente, la alarmante actividad del terrorismo de izquierdas. Este último era en su mayor parte ejercitado por las Brigadas Rojas, bien estructuradas y armadas militarmente, aunque no faltaban muchas organizaciones menores que operaban de vez en cuando, como, por ejemplo, la Lucha Armada por el Comunismo, los Núcleos Armados de Poder Obrero, el Grupo 22 de Octubre, los GAP Grupos de Acción Partisana-Ejército Popular de Liberación. Al contrario que estos, las Brigadas Rojas, o BR, como las llamaban a menudo los medios de comunicación, ya desde el principio actuaron con frecuencia y a gran escala en Lombardía, Liguria y Piamonte. Lamentablemente, en un primer momento los medios de comunicación subestimaron la peligrosidad de las BR. Muchos medios incluso las definieron como algo presunto, llegando no pocos a sostener que se trataba de fascistas deseosos de ensuciar la imagen del comunismo: evidentemente, el ideal de los intelectuales comunistas demócratas, de gran preponderancia en aquellos años sobre los no marxistas, no podía aceptar las acciones de subversivos violentos de extrema izquierda y por tanto, afectados por la pasión, rechazaban con desdén que pudieran provenir de personas de la izquierda marxista. Todavía no estaba claro que el punto de vista ideológico del movimiento subversivo principal y de sus grupúsculos análogos era firmemente de izquierdas: la izquierda revolucionaria. Aquellos terroristas rojos consideraban que, tras la Segunda Guerra Mundial, la opresión nazifascista había sido reemplazada por el enmascarado, pero no menos mortal, poder económico imperialista de las multinacionales, razón por la que era indispensable continuar con la lucha armada partisana, una continuación de la Resistencia que habría debido, en primer lugar, desmontar violentamente los aparatos institucionales de opresión del proletariado, para iniciar luego una revolución nacional liberadora.

FOTOGRAFÍA FUERA DEL TEXTO

La célebre fotografía, obra de Paolo Pedrizzetti, del terrorista comunista Giuseppe Memeo con una pistola durante el tiroteo del 14 de mayo de 1977 de via De Amicis en Milán. Este había sido inicialmente un militante de Autonomía Obrera, que luego entró en los Proletarios Armados por el Comunismo y se convirtió en uno de sus principales miembros. Arrestado y condenado a 30 años de prisión por doble homicidio y siete robos, empezó a alejarse y luego rechazó los principios de la lucha armada. Al cumplir su condena, se dedicó a la actividad social pacífica. Fuente de la imagen, de dominio público: https://it.wikipedia.org/w/index.php?curid=798951 (https://it.wikipedia.org/w/index.php?curid=798951)

Capítulo III (#ulink_75ac7546-95de-5677-bab2-9445c5745d10)

La noche de la inauguración del nuevo Teatro Regio, contrariamente a los temores, se desarrolló de forma tranquila y festiva. Al acabar, después de la despedida de todas las autoridades con sus escoltas armados, Ada y yo nos fuimos de piazza Castello para regresar rápidamente al periódico, informar oralmente al director que no había pasado nada e irnos rápidamente a la cama a casa de ella.

Nos montamos en su auto con el cartel PRENSA-PRESS, un FIAT 500 especial azul modelo Scioneri, con volante, salpicadero y palanca de cambios de madera y asientos envolventes especialmente cómodos,

que al llegar ella había estacionado en via Po, no muy lejos de la piazza Castello, en dirección al río.

Dimos toda la vuelta y, unos cien metros después, giramos a la derecha, llegando de nuevo delante del Regio con la intención de realizar inmediatamente medio giro a la izquierda alrededor del castello Casaforte degli Acaja que estaba en el centro y el posterior Palazzo Madama y entrar así por la derecha a la via Garibaldi. Esta, aunque pronto se convertiría en peatonal, en 1973 todavía podía recorrerse en automóvil en ambos sentidos, aunque no había mucho espacio al tener que conducir sobre las dobles vías del tranvía que casi tocaban las estrechas aceras. Por la via Garibaldi llegaríamos, andando recto, al cruce con las posteriores calles Palestro-Valdocco y de aquí, girando a la derecha en la segunda, tras unas pocas decenas de metros, a la entrada de la Gazzetta.

Se dice normalmente que cuando un perro muerde a un hombre no es noticia, mientras que sería publicable, aunque solo como un pequeño artículo gracioso, el caso de un hombre que mordiera a un perro.

Pues bien, como veremos enseguida, puede haber excepciones: también un perro que muerde a un hombre puede ser una noticia importante, incluso muy importante. Acabábamos de empezar a girar en torno al complejo arquitectónico de castello Casaforte degli Acaja-palazzo Madama cuando, a nuestra izquierda, inmóvil como las imponentes estatuas bélicas de la plaza, advertimos un llamativo perro parado delante del monumento Manuel Filiberto, duque de Aosta, que está delante del Regio. Parecía un temible mastín de combate de color negro, tal vez un Bandog:

a estos enormes perros se debían ataques brutales a personas en muchos países del mundo, no en Italia, donde estaban ya prohibidos su posesión y entrenamiento. El animal debía tener al menos 70 centímetros de alto hasta la cruz y su peso no parecía inferior a 50 kilos. Estaba sentado solo pacíficamente, pero la expresión del hocico era muy atenta, casi como a la espera de una orden de un amo invisible.

Pensé: «¿Un perro perdido? Pero hace muy poco, está muy bien cuidado».

Ambos sentimos curiosidad y Ada frenó para observar mejor al animal y entonces bastó un solo momento para que la bestia se levantara, empezara a correr, atravesara velozmente la calle a la altura de los pórticos y, siguiendo adelante, atacara a un hombre delgado de media altura de unos cincuenta años, que caminaba a pie en nuestra misma dirección hacia via Garibaldi, tal vez dirigiéndose a su propio auto. A unos cinco o seis metros a sus espaldas caminaba sola una mujer, aproximadamente de la misma edad o un poco más joven y todavía más atrás por unos metros andaba un grupo de seis personas, probablemente todos saliendo del teatro y dirigiéndose a sus automóviles o a la parada de taxis más cercana. También el hombre atacado por el perro debía haber estado presente en la inauguración del teatro, pues vestía esmoquin bajo un ligero abrigo negro que llevaba abierto. En un instante, el perrazo le mordió mortalmente el cuello. Tras hacer esto, la bestia se fue hacia via Garibaldi babeando sangre.

Advertí que su collar estaba cubierto de protuberancias posiblemente metálicas, que reflejaban las luces de las farolas de la plaza y me vino a la cabeza la idea de que alguien, como en ciertas películas policíacas con algunas trazas de ciencia ficción de moda en aquellos años, le había enviado una orden por radio, dirigiéndola a ese collar rugoso y brillante.

Las personas que caminaban detrás del hombre y otras más lejanas se acercaron al cadáver desplomado en la acera, dándole la vuelta y cerrándole los ojos.

Ada me dijo:

—Trata de averiguar si ese pobre hombre era alguien importante y cualquier otra cosa que puedas. Antes de volver a la redacción, telefonea si tienes noticias relevantes. Yo sigo al perro.

Me bajé rápidamente y su 500 salió detrás del animal, que, entretanto, al llegar al final de la plaza delante de la Iglesia de San Lorenzo, había girado a la derecha entrando en el amplio espacio peatonal delante del antiguo Palacio Real de los Saboya, separado de la plaza por una verja, con un paso en el centro intencionadamente no lo suficientemente ancho como para permitir el paso de un automóvil.

Ada, al no poder entrar en el patio con el coche, siguió al animal con los ojos. Luego me informaría de que, al fondo del espacio, el animal había girado a la izquierda y había desaparecido por el paso que lo une a la piazza San Giovanni, delante de la catedral.

Teníamos una noticia.

Vi que el automóvil de la colega había reemprendido la marcha hacia via Garibaldi. Estaba claro que Ada intentaba quitar de inmediato cualquier titular de primera página, a la espera de mi llegada con las esperables novedades.

Después de haber mostrado mi carné de periodista, pregunté al grupo que había en torno a la pobre víctima si alguno de los presentes lo conocía: nadie, o nadie que quisiera decirlo.

Intervino una patrulla de la Seguridad Pública,

fuerza pública que todavía no había abandonado la plaza, aunque las autoridades ya se habían ido y el área estaba casi completamente despejada. Tras mostrar mi carné de periodista también al comandante de los agentes, un subteniente, le pregunté si la víctima era una persona conocida, pero recibí un seco y casi fastidiado:

—No lo sabemos.

Llegó una ambulancia, tal vez llamada poco antes por los mismos policías o tal vez por ciudadanos que habían visto la tragedia. Llevaba un médico a bordo y este no pudo más que constatar la muerte de ese pobre hombre.

Sin haber obtenido nada, me dirigí a la parada de tranvía más cercana, que entonces discurría a lo largo de via Garibaldi, para volver así al periódico, pero después de recorrer unos treinta pasos, una voz profunda que venía de detrás me detuvo:

—¡Señor Velli!

FOTOGRAFÍA FUERA DEL TEXTO

La sala del Teatro Regio de Turín. Foto Ramella&Giannese - https://it.wikipedia.org/w/index.php?curid=2802036 (https://it.wikipedia.org/w/index.php?curid=2802036)

Capítulo IV (#ulink_75ac7546-95de-5677-bab2-9445c5745d10)

Se trataba de una mujer. Imaginé que fumaba mucho y por eso su voz se había enronquecido por el humo que había pasado durante años por su atormentada garganta. Era aquella a la que había visto caminar a pocos metros detrás de la víctima. Como pude verificar al verla más de cerca, a pesar de que su voz no sonaba muy amable, era casi más de barítono que de contralto, y aunque su edad se acercaba a los 50 años, era una mujer con un atractivo juvenil, pelo rojo brillante, sin duda teñido, pero de apariencia natural, un bonito rostro sin arrugas, boca carnosa, pero no mucho, alta y esbelta; venía hacia mí a paso ligero con calzado elegante y unos tacones cómodos de color azafrán. No llevaba bolso, vestía un abrigo azul de aspecto deportivo con tres grandes bolsillos, dos laterales y uno a la izquierda sobre el pecho, todos llenos, bajo el cual asomaban unos cinco centímetros del bajo de un vestido largo dorado.

Parándose delante de mí, me preguntó:

—Usted es el señor Ranieri Velli, ¿verdad?