âSiento las molestias. Soy el inspector Zamagni. QuerÃa hablar un poco con usted sobre Lucia Mistroni.â
â¡Santo cielo! ¿Qué le ha ocurrido?,â preguntó el hombre, ignorante de los acontecimientos de las últimas horas.
âHa pasado a mejor vida. Siento decÃrselo asÃ. Suponemos que no ha sido una muerte natural.â
El empleado de Correos quedó un instante en silencio, a continuación preguntó si tenÃan alguna idea sobre quién era el culpable.
âPor desgracia, todavÃa no, pero estamos trabajando duro para encontrarlo lo más pronto posible.â
âEntiendo. Espero que ocurra pronto.â
âTambién nosotros lo esperamosâ, dijo Zamagni, âAhora me gustarÃa hacerle algunas preguntas, si está de acuerdo.â
âPor favor.â
âGracias. En primer lugar querrÃa saber como os habéis conocido, usted y Lucia.â
âPor casualidad, durante un viaje a Canadá.â
âYa. ¿Y luego habéis mantenido el contacto?â
Costello asintió.
â¿Hablabais a menudo?,â preguntó el inspector.
âTodas las semanas, no, pero hablábamos con frecuencia.â
â¿Hace cuánto tiempo que os conocÃais?â
âDos años.â
â¿Puedo preguntar si, por casualidad, ha habido algo distinto a la amistad entre vosotros dos?â
â¿Por qué me lo pregunta?â
âNecesitamos tener información, para resolver un caso como este y la buscamos por todas partes.â
âVale. Absolutamente, no.â
âBien. ¿Tiene, por casualidad, alguna idea sobre quién ha podido tener un motivo para matarla? ¿O cualquier acontecimiento acaecido que haya podido tener como epÃlogo lo que ha sucedido?â
âNo,â respondió el hombre, después de haber meditado durante un minuto. âPor desgracia, por lo que respecta a esto, no puedo ayudaros. En el caso de que se me ocurra algo más, os lo haré saber.â
âMuchas gracias.â
El jefe de la oficina de Correos apareció por la puerta que daba a la parte de atrás. â¿Fulvio?â
El hombre se giró y dijo: âCreo que debo volver al trabajo.â
âEstá bien,â dijo Zamagni, entendiendo la situación. âLe pido solamente que esté a nuestra disposición y no dude en contactar con nosotros en el caso de que recordase algo que pueda sernos de utilidad.â
âNo hay problema,â dijo el empleado de la oficina de Correos.
El inspector asintió, después se despidió y salió de nuevo a la calle.
Ahora sólo quedaba por escuchar qué contarÃa el empresario que habÃa contratado a la señorita Mistroni, puede que entonces tuviera bastante material para comenzar a hacer alguna hipótesis.
11
Davide Pagliarini no conseguÃa apartar de la cabeza aquel accidente. Soñaba con él por la noche, como una pesadilla constante, y claro que no habrÃa querido que ocurriese.
Estúpido, se repetÃa, soy un estúpido, ¡he matado a un niño! Estaba esperando el juicio, esperando, con la ayuda de un buen abogado, de conseguir por lo menos reducir la pena. Mientras tanto vivÃa preso de sus remordimientos. A media mañana de aquel dÃa sonó el timbre de casa.
â¿Quién es?â preguntó por el portero automático.
âUna carta certificada. Tiene que firmar.â
El cartero.
Pagliarini descendió a la entrada del edificio, firmó, cogió el sobre y volvió a subir a su piso.
El remitente era el Tribunal de Bolonia.
Objeto: aviso de comparecencia.
Abrió el sobre y descubrió que deberÃa presentarse dentro de dos semanas exactas a las diez y que, si no lograba encontrar un abogado defensor, le serÃa suministrado uno de oficio.
Dejó la carta sobre la mesita del salón, después marcó el número de su abogado defensor.
âMantente en calma y verás como saldremos adelante.â
El abogado sabÃa ya toda la historia, ya que se la habÃa contado por teléfono el mismo Pagliarini al dÃa siguiente de ocurrido el accidente.
Me condenarán, habÃa dicho, no puedo zafarme de ninguna manera.
El abogado habÃa intentado, también esta vez, tranquilizar a su cliente diciéndole que encontrarÃan algo que lo ayudarÃa por lo menos a conseguir una pena reducida, e incluso a pagar sólo una multa. Aunque se daba cuenta que no serÃa nada agradable de contar a los parientes de la vÃctima.
Lo conseguiremos, le habÃa repetido el abogado, verás como lo conseguiremos.
Ahora lo descubrirÃan: ese dÃa estaba a punto de llegar y Davide Pagliarini estaba muy preocupado, a pesar de las palabras de su abogado.
Quedaron para verse al dÃa siguiente y hablar del asunto en privado.
Cuando Pagliarini y el abogado se vieron en la oficina de este último, la primera cosa que hicieron fue un resumen de lo ocurrido.
âHabÃa salido de la discoteca. Cuando estaba en la carretera de circunvalación de Bolonia estaba eufórico, he presionado el pedal del acelerador a fondo, sin percatarme de la velocidad a la que iba. Cuando llegué a un cruce, donde estaba el semáforo en verde, golpee a un chaval que estaba atravesando la carretera en el paso de cebra.â
âAquella persona estaba atravesando la carretera a pesar de saber que en aquel momento no habrÃa debido hacerlo. El semáforo del peatón estaba en rojo, imagino.â
Pagliarini asintió, esperando que su recuerdo fuese real y no estuviese distorsionado por las drogas.
âAhà está, ves, hemos encontrado un punto a nuestro favor.â
âDe acuerdo,â dijo Pagliarini, âpero ¿qué hacemos con el hecho de que yo me hubiese puesto a conducir después de haber tomado una de aquellas malditas pastillas? ¡Maldita sea! No las habÃa tomado nunca, me he dejado liar por el tipo de dentro, aquel que me la ha dado. Me ha dicho Verás cómo te sentirás mejor y yo me he dejado convencer.â
El abogado meditó durante un momento.
âLa cuestión de la pastilla no le favoreceâ, dijo finalmente, âde todas formas conseguiremos salir de esta. Debe fiarse de mÃ.â
â¡Ojalá! ¿Qué debo hacer mientras tanto, estos dÃas? ¿Algo en concreto? ¿Necesita una declaración mÃa?â
âPor ahora no. Contará todo en el tribunal. Intente permanecer tranquilo y verá como todo se resolverá.â
âMe fÃo de su experiencia.â
âPerfecto. Ahora vuelva a casa y relájese. Apareceré cuando sea necesario.â
âSe lo agradezco infinitamente.â
âDe nada. Es mi trabajo.â
Después de despedirse el abogado comenzó a pensar en cómo llevar a cabo este caso en los tribunales, y Davide Pagliarini regresó a casa. SeguirÃa el consejo que le habÃan dado: relax absoluto hasta el dÃa del juicio.
12
Muy temprano por la mañana, ese mismo dÃa, Mariolina Spaggesi escuchó el timbre, fue al portero automático y preguntó quién era.
âFlores para usted, señora,â fue la respuesta.
âSuba,â dijo la mujer, comenzando a hacer suposiciones sobre el posible remitente del agradable regalo.
Cuando vio al florista con el ramo de flores en la mano, cambió de expresión.
âE... entre, por favor,â dijo, balbuceando, al hombre que tenÃa delante. Le parecÃa haberlo visto ya, quizás era el florista que no estaba muy lejos de su casa, en la misma calle.
âDéjelas allà encima.â
El hombre cruzó el umbral del piso, siguió las indicaciones que le habÃan dado, se despidió rápidamente diciendo que tenÃa que volver corriendo al negocio porque estaba sólo y habÃa dejado un aviso en la puerta de entrada para hacer comprender a los posibles clientes que volverÃa enseguida.
Mariolina Spaggesi cerró la puerta y fue rápidamente hacia el ramo de flores que le habÃan traÃdo.
¿Un ramo de crisantemos?, pensó.
Vio que sobre el papel que envolvÃa las flores habÃa sido pegado un sobre con las palabras PARA MARIOLINA.
Lo abrió y dentro encontró sólo una tarjeta de visita de cartón.
MASSIMO TROVAIOLI
Direttore Marketing
Tecno Italia S.r.l.
La mujer sintió que se desmayaba y tuvo que sentarse para evitar que sucediese realmente.
Dio la vuelta a la tarjeta de visita y vio que en la parte de atrás estaba escrito ¡HASTA PRONTO! con un bolÃgrafo.
Después de unos minutos se levantó de la silla, cogió un vaso y lo llenó de agua dos veces. SentÃa necesidad de beber.
Lo enjuagó, después fue al cuarto de baño a refrescarse la cara.
¿Cómo podÃa ser?
Debido a una creencia popular que le habÃan transmitido ella habÃa asociado siempre los crisantemos con los difuntos, y Máximo Trovaioliâ¦
Cogió el teléfono y marcó el 091.
âMe persiguenâ¦â consiguió decir con esfuerzo cuando alguien le respondió desde el otro lado de la lÃnea.
âMantenga la calma, señoraâ dijo el agente que estaba al teléfono, âexplÃquese mejor.â
âYo⦠¡me está persiguiendo⦠un muerto!â
âEso es imposible. ¿Está segura de encontrarse bien?â
âSÃ. SÃ, estoy bien,â dijo ella â¡Estoy siendo⦠perseguida por un muerto!â, gritó.
â¿Dónde vive?â, preguntó finalmente el agente intentando cortar la conversación âLe mando a alguien.â
La mujer dio su dirección y concluyó la llamada pidiendo que se diesen prisa.
Cuando llegaron los dos patrulleros encontraron a Mariolina Spaggesi presa del pánico.
âIntente tranquilizarse, señora. QuerrÃamos que nos contase con tranquilidad que está ocurriendoâ, explicó uno de los dos agentes.
La mujer les contó lo del sobre recibido algunos dÃas atrás y lo de las flores entregadas esa mañana.
â¿Quién es Massimo Trovaioli?â, preguntó un agente.
âMi último ex.â
â¿Ãl podrÃa tener algo en su contra? Cuando se han separado ¿ha sucedido de mala manera?â
âÃl está⦠¡muerto!â gritó la mujer. âÃl es el⦠muerto⦠¡que me persigue!â
La señorita Spaggesi continuaba gritando, parándose siempre sobre la palabra muerto cada vez que la pronunciaba.
âPerdónenos,â dijo el otro agente, âNo nos queda todavÃa claro este punto. Nos debe disculpar. Lo sentimos.â
âNo pasa nadaâ respondió la mujer después de un momento de silencio en el cual intentó tranquilizarse.
â¿Ha visto quién le ha traÃdo estas flores?,â le preguntaron cuando los dos agentes estuvieron seguros que habÃa pasado el peor momento.
âParecÃa⦠el florista⦠aquel que está calle abajo, en la vÃa San Vitale, pero no estoy segura. Cuando estoy por ahà fuera camino siempre deprisa y no me fijo mucho en las tiendas.â
âLo comprobaremos,â le aseguró uno de los patrulleros, volviéndose hacia su compañero con una mirada de complicidad. âMientras tanto, usted debe permanecer tranquila. ¿Nos lo promete?â
âLo intentaré,â respondió la mujer. âLo intentaré.â
âBien. Nosotros nos pondremos a ello inmediatamente para echar un poco de luz sobre este asunto. Probablemente sea un malentendido.â
âTengo miedo,â dijo la señorita Spaggesi, âHaced algo, por favor,â les imploró, como si no hubiese escuchado las últimas palabras de los agentes.
âTranquilÃcese y beba un vaso de agua fresca.â
El agente más cercano al grifo del agua cogió un vaso que encontró al lado, lo llenó con agua y se lo dio a la mujer.
âBeba a sorbitos y verá como le ayuda a sentirse mejor.â
La mujer bebió siguiendo el consejo y, mientras permanecÃa sentada, preguntó si no serÃa un problema, para los dos agentes, si ella no los acompañaba hasta la puerta.
âNo hay problema, señora.â
Mariolina Spaggesi quedó sola, sentada e inmóvil, pensando en todo lo que habÃa ocurrido, confortada por las palabras de los dos agentes: ellos se ocuparÃan del problema, esperaba que lo resolviesen.
Cuando los dos agentes, siguiendo las indicaciones de la señorita Spaggesi, llegaron al negocio de flores, encontraron un aviso en la puerta: VUELVO ENSEGUIDA.
Aquel que parecÃa ser el dueño llegó con paso rápido, acelerando en los últimos metros al ver a dos agentes de policÃa esperando.
â¿Me buscabais?â preguntó, â¿Os puedo ayudar, ha sucedido algo?â
â¿Podemos entrar?â, dijo uno de los dos agentes.
âPor favor, por favor, faltarÃa más.â
El hombre abrió la puerta de cristal e hizo sentar a los dos agentes en el interior.
âPor favor, decidme. ¿Qué ha sucedido? Yo no os he llamado. No me han robado nada.â
âNo estamos aquà por esa razónâ le interrumpió un agente.
âExplicaos.â
âUna persona dice que ha recibido un ramo de flores de un muertoâ, comenzó a contar el agente con más años de carrera en la policÃa.
âImposibleâ, dijo el florista, âLos muertos no mandan flores a nadie.â
âDice también que se las llevó usted o una persona que trabaja con usted.â
La mirada del hombre se volvió más sombrÃa.
âNo entiendo a dónde queréis llegar.â
âQueremos solo comprender qué ha sucedido,â explicó el agente más joven. âEstá persona está realmente aterrorizada.â
â¿Cuándo habrÃa sucedido?â
âHace poco tiempo⦠un par de horas.â
âDejadme pensar un momento.â
El florista hizo una pequeña pausa, a continuación volvió a hablar.
âYo trabajo solo, no tengo ayudantes ni nada parecido aquÃ. No me los puedo permitir. Hago yo todo: recibo a los clientes, les sirvo y, si es preciso, llevo los pedidos a domicilio.â
âCuando hemos llegado a aquÃ, usted no estaba. ¿Estaba con una entrega?â
âObviamente.â
âNada es obvio en nuestro trabajo,â dijo un agente, como para dar a entender que no estaban haciendo una visita de cortesÃa.
âExcusadmeâ, dijo el hombre, âClaro, sÃ, me habÃa ausentado diez, quince minutos quizás, para llevar un encargo.â
âDe acuerdo. ¿Ahora nos puede decir si ha hecho una entrega hace más o menos dos horas?â
Después de una pausa, el florista respondió: âCreo que sÃ. Era una señora, quizás una señorita. No le sabrÃa decir con exactitud: no indago sobre la vida privada de mis clientes. De todas formas, era una mujer.â
â¿Recuerda el nombre?â
âNo, lo siento.â
âPiénseselo bien. Reflexione un momento. Esta información puede sernos de utilidad.â
âOs lo confirmo. No me acuerdoâ, dijo después de un minuto, âPor desgracia veo muchas personas durante el dÃa y a menudo no me acuerdo de los nombres.â
âDa lo mismo,â le aseguró el agente. â¿Se acuerda por lo menos quién le ha encargado el pedido?â
âUn hombre. SÃ, era un hombre.â
â¿SabrÃa decirnos algún otro detalle?â
âMmm⦠elegante. Era un hombre elegante.â
â¿Alguna cosa más?â
âDebo pensarlo. Sabed, esta persona llegó ayer por la noche mientras estaba a punto de cerrar el negocio, por lo que ha pasado algo de tiempo.â
âNo se preocupe, tendrá todo el tiempo que necesite. Si le viene algo a la memoria no dude en informarnos.â
âLo haré,â dijo el hombre a modo de despedida. âAhora, si no os molesta, tengo cosas que hacerâ, añadió viendo que entraba una mujer en la tienda.
âPor favor, hágalo, los clientes son lo primero. Excúsenos por la molestia.â
Los dos agentes dejaron la floristerÃa y se marcharon por debajo del pórtico en dirección a las Dos Torres.
âEste hombre no nos dice la verdad,â dijo el agente más viejo, âCreo que nos está ocultando algo.â
âYo también lo creo,â dijo el otro, âpero no sabrÃa decir el qué.â
13
La primera audiencia en la que participó Davide Pagliarini, por haber embestido al niño en la carretera de circunvalación de Bolonia, fue bastante embarazosa para él. Fueron expuestos los hechos y, a continuación, el culpable fue interrogado delante del juez.
Después de las preguntas del abogado de la acusación particular y de las del defensor, desde el público se escuchó un â¡Avergüénzate!â gritado con tanta fuerza que resultó estridente.
Pagliarini empalideció y quedó paralizado en la silla, sin saber de qué parte mirar; le habrÃa gustado hundirse, desaparecer, y no encontrarse en aquel lugar en ese momento.
Después de un instante, se giró hacia su abogado y, sin mediar palabra, su mirada le dijo ¿qué debo hacer?; el otro, sin abrir la boca, respondió con una mirada interrogativa, ya que ni siquiera él sabÃa que serÃa mejor: seguramente no dar importancia a lo ocurrido, considerando la reacción que habÃa tenido lugar, harÃa que la situación fuese menos problemática, antes que mostrar la vergüenza requerida por la persona que habÃa tenido el valor de dar ese grito en público en el interior del aula de un tribunal.
Finalmente, Pagliarini se levantó de la silla usada para los interrogatorios y fue hacia su abogado andando lentamente, pero sin mostrar signos de hacer entender al anónimo chillón de haber dado en el blanco.
La audiencia finalizó sin una resolución definitiva, a la espera de otra sesión.
El abogado escoltó a su asistido hasta la salida para evitarle episodios desagradables similares al que habÃa ocurrido en la sala, entonces le dijo que se verÃan de nuevo en breve para decidir cuál lÃnea de defensa seguir en la siguiente audiencia.
El inspector Zamagni y el agente Finocchi fueron juntos a hablar con el empresario que habÃa contratado a Lucia Mistroni.
La muchacha trabajaba en la Piazzi & Co. como empleada de oficina y se ocupaba de la contabilidad.
Cuando hablaron en la recepción, a los dos los hicieron sentar en butacas de piel que estaban enfrente del mostrador y, pocos minutos más tarde, los recibió el titular de la empresa.
Era un hombre de unos cincuenta años, de aspecto sencillo y con modales ni agresivos ni arrogantes, que se mostró feliz de ayudar a los funcionarios de policÃa en el desempeño de sus funciones.
â¿De qué os ocupáis?â preguntó Zamagni
âImportación-exportación de artÃculos diversos.â dijo el hombre.
â¿Y la señorita Mistroni trabajaba con vosotros desde hacÃa mucho tiempo?â
âNo recuerdo exactamente, pero aproximadamente algunos años.â
Zamagni e Finocchi asintieron.
â¿Según usted, cómo era la relación de la muchacha con sus otros colegas?â
âPor cuanto yo sé, buena. Desde este punto de vista me siento afortunado: parece ser que todos los trabajadores contratados de esta empresa se llevan bien, hay un clima muy relajado.â
âComprendoâ, dijo el inspector.
â¿Nos sabrÃa decir si, por casualidad, la señorita Mistroni tuviese problemas fuera del trabajo?â preguntó el agente Finocchi, âQuiero decir algún episodio del pasado del que la muchacha hubiese hablado con usted o con otra persona.â
«Siempre fue una persona bastante reservada.»
â¿Y entre sus colegas no hay ninguno con quien tuviese una relación confidencial?â
âMe llegó la noticia de que se habÃa prometido con un ex dependiente nuestro pero que, hasta hace un mes, trabajaba aquÃ. No me parece que hubiese otras personas con las que tuviese una relación de confianza.â
Zamagni y Finocchi se intercambiaron una mirada: Paolo Carnevali no les habÃa dicho nada parecido y quizás tendrÃan que profundizar sobre este tema.
Intuyendo que, al menos aparentemente, aquella charla no les estaba llevando a ninguna parte, los dos agradecieron al hombre su paciencia, Zamagni intercambió con él la tarjeta de visita, y después salieron.
14
A la mañana siguiente Zamagni recibió una llamada de la PolicÃa CientÃfica para darle información adicional sobre Lucia Mistroni: análisis hechos en profundidad habÃa revelado una cantidad nada despreciable de melatonina y, cuando el inspector pidió explicaciones, su interlocutor le dijo que se trataba de un sedante, para conciliar el sueño, pero que en dosis excesivas podÃa dar lugar a algunas contraindicaciones, entre las que se encontraban los mareos.
âPor lo tanto la muchacha podrÃa haber tomado por voluntad propia demasiados comprimidos de esta sustancia, golpearse la cabeza y morir.â
âSÃ. En realidad es posible otra hipótesis.â
â¿Cuál?â
âHay melatonina en gotas. Si de verdad la señorita Mistroni conocÃa a su asesino, este último, no pareciendo sospechoso, podrÃa haber puesto una cantidad excesiva de gotas en una bebida, la muchacha ha bebido y⦠¡patatrac! â
âNo podemos excluir esta posibilidad. La tendré en cuenta, gracias.â
Terminada la conversación telefónica Zamagni fue en busca de Marco Finocchi para informarle de las últimas noticias recibidas.
âParece que el caso se está complicando cada vez más,â dijo el agente.
El inspector asintió.
â¿Y si la muchacha, por algún motivo, estuviese cansada de cómo le iban las cosas? Por algún motivo desconocido podrÃa haber deseadoâ¦â
â¿Suicidarse?â
âSÃ.â
â¿Sin dejar ni siquiera una nota con alguna explicación sobre ello?â
Ambos quedaron pensativos, asà que Zamagni dijo, aunque de mala gana: âQuizás deberÃamos volver al principio.â
â¿En qué sentido?â
âVolver sobre nuestros pasos, interrogar de nuevo a todos e intentar revaluar cada elemento que tenemos en nuestro poder, ahora que sabemos lo de la melatonina.â
âYa entiendoâ, dijo Finocchi.
âNo hay tiempo que perder,â le exhortó el inspector, âReseteemos y partamos de cero.â
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