Bien, debemos situarnos en el lugar y pensar que, de manera simultánea, el planeta se enfría, el agua permanece en estado líquido por más tiempo, y se acumula en los lugares más bajos por simple efecto de la gravedad.
Este océano inicial -al parecer-, era uno sólo y las tierras -como continentes- también.
La ciencia llama hoy a ese súper continente único Vaalbará-Pangea [7].
Pangea no permanece como único continente sino que se fractura y sus segmentos derivan, navegan, por decirlo así, sobre la lava fundida que está debajo de la corteza y dan lugar a los continentes que hoy conocemos.
7 Pangea (Vaalbará-Pangea): Deriva del prefijo griego “pan” que significa “todo” y del término griego “gea”, “suelo” o “tierra”. De este modo, quedaría una palabra cuyo significado es “toda la tierra”.
Pangea es el resultado de la evolución del primer continente Vaalbará, que probablemente se formó hace unos 4.000 millones de años. Pangea se fracciona hace unos 208 millones de años en Laurasia y Gondwana. En la actualidad fragmentos de este antiguo continente forman parte de África, Australia, India y Madagascar.
Cronología
Supercontinentes Menores o Parciales:
-Nena (Supercontinente, surge hace aproximadamente 1.800 millones de años).
-Atlantica (Supercontinente, surge hace aprox. 1.800 millones de años).
-Gondwana (Surge hace aproximadamente 200 millones de años).
-Laurasia (Junto con Gondwana, Laurasia surge hace aproximadamente 200 millones de años).
-Eurasia (Eurasia es el supercontinente actual conformado por Europa y Asia).
Supercontinentes Mayores:
-Vaalbará (Surge hace aproximadamente 4 mil millones de años).
-Ur (Supercontinente, surge hace aproximadamente 3 mil millones de años).
-Kenorland (Surge hace aproximadamente 2.500 millones de años).
-Columbia (Supercontinente, surge hace aproximadamente 1.800 millones de años).
-Rodinia (Surge hace aproximadamente 1.100 millones de años).
-Pannotia (Surge hace aproximadamente 600 millones de años).
-Pangea (Surge hace aproximadamente 300 millones de años).
Realicemos por un momento un racconto y pongamos todos estos hechos en perspectiva.
Observemos que la vida, al evolucionar, surge primero en el mar y luego migra a la tierra, mientras el supercontinente Vaalbará-Pangea se fractura y se desplaza por el globo terráqueo hasta ocupar los lugares que nos son familiares hoy.
En el mar, donde la vida creó animales, también se generaron las plantas, las que pasaron a la tierra y se convirtieron en la vegetación terrestre -árboles, pasto, etc..
Algunos de esos animales marinos que habían “salido” a la tierra, mientras evolucionaban, volvieron al mar donde continuaron su evolución -por ejemplo: los cetáceos (ballenas, delfines, etc.).
Otros de estos animales primigenios, se habituaron a vivir en la superficie y dieron lugar a los famosos dinosaurios, quienes reinaron sobre el planeta durante unos ciento sesenta millones de años.
No quiero abrumarlos ni agobiarlos con la historia de nuestro mundo -seguramente muchos están familiarizados con ella-, pero es importante que la refresquemos e intentemos notar determinados “detalles” porque son pistas imprescindibles para comprender el tema que nos ocupa.
Sigamos, (con una pequeña acotación).
Los dinosaurios surgen unos doscientos treinta millones de años atrás y desaparecen -se extinguen- hace aproximadamente sesenta y cinco millones de años.
Si tomamos en cuenta que la especie humana, el primer Homo, aparece recién en los últimos dos millones de años, comprenderemos, que dinosaurios y humanos nunca convivieron.
Entre el último dinosaurio y el primer Homo hubo un lapso de sesenta millones de años, lo suficiente como para no se hayan encontrado nunca.
En este punto me gustaría enfocar la atención sobre algunos detalles de la evolución de la vida que cuando analicemos el Génesis van a cobrar cierta importancia.
Es interesante señalar que algunos dinosaurios fueron voladores -como el Pterosaurio-, y es posible que hayan tenido sus hábitats en las playas. Pensemos que estos animales tenían alas como las de los murciélagos y que no eran aptas para carretear como un avión o como un pato, sino que necesitaban lanzarse desde alguna zona alta, algún risco elevado, para iniciar así el vuelo; y para eso, qué mejor que un acantilado sobre el mar. Algunos de ellos fueron animales muy grandes que llegaron a tener 12mts de envergadura, casi como una pequeña avioneta.
También -y muy importante- es recalcar que los seres humanos han sido los últimos en aparecer en esta historia, la historia de la evolución.
Bien. Como habrán notado el Sistema Solar tardó en formarse unos seis mil millones de años y el hombre hizo su aparición en los últimos dos millones de años.
Por lo general, es común, que se compare esos seis mil millones de años con un año de trescientos sesenta y cinco días, en el que la nebulosa empieza a colapsar el primero de enero y la especie humana hace su aparición a las once de la noche del treinta y uno de diciembre.
El hombre tiene su momento al final, muy final de todo el proceso.
Creo que este breve racconto de la historia de la Tierra nos permite contar con la base de información suficiente y necesaria para poder realizar nuestra comparación, así que, ¡probemos!
4 He aquí… EL GÉNESIS [8]
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
«La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz “día”, y a la oscuridad la llamó “noche”. Y atardeció y amaneció: día primero» (Génesis 1:1-5).
8 Génesis. El nombre griego proviene del contenido del libro: el origen del mundo, el género humano y el pueblo judío, la genealogía de toda la humanidad desde el comienzo de los tiempos. También “génesis” tiene el sentido de “prólogo”, ya que la historia judía comienza propiamente con el Éxodo, del cual el Génesis es simplemente un prolegómeno. Este título aparece en la Versión de los Setenta o Septuaginta Griega (LXX). En hebreo, el libro se llama “Bere’schíth”: “En el Principio”, se toma de la primera palabra de la frase inicial. El texto que utilizo para el análisis pertenece a La Biblia de Jerusalem, Editions du Cerf, París, 1973.
Observemos detalladamente lo que nos relata este primer párrafo.
En esta descripción, distingo claramente el caos original de aquella nebulosa de polvo cósmico que nos menciona la ciencia. Un “mar” de polvo, para alguien que tal vez lo está viendo en la oscuridad, y que no tiene la más mínima idea de que aquello que está presenciando no es agua sino una nebulosa en la que él (nuestro posible observador) se encuentra “flotando”. Este individuo se halla en el lugar, en el sitio preciso, en el que cientos de millones de años después se va a ubicar la Tierra en formación. Además, como aún no pisa terreno sólido lo único que él puede vislumbrar o comprender, según sus parámetros, es el abismo, el abismo del espacio.
Luego, este mismo individuo (que continúa su observación y narra lo que ve) percibe que la luz brilla por primera vez y cree que Dios en ese preciso momento la crea -como luz-, ya que aún no puede ver que es el sol el que la origina. Ve la luz, pero no de dónde proviene. Para él es como si Dios hubiese “encendido” la luz.
Es necesario aclarar que cuando hablo de un observador me refiero a alguien que en una época reciente -digamos hace unos tres mil años atrás-, recibe una visión o una revelación de Dios y a través de ella logra ver la creación del Sistema Solar.
No significa que el observador haya presenciado la creación en el momento en que Dios la realizaba, sino que la vio o la captó con posterioridad, a través de algún tipo de visión extremadamente resumida.
Entonces –al aparecer la luz pero no haber podido ver los astros- aparece el primer gran dilema típico del Génesis: ¿cómo puede crearse la luz antes que los astros?, (esta pregunta -obviamente retórica- por lo general va acompañada de algún gesto escéptico, mirada cómplice jactanciosa y la intención de terminar la conversación). Sí, es cierto, no puede ser, pero -siempre hay un pero-, ¿qué pasaría si situáramos al observador en el lugar exacto donde se encuentra el remolino primigenio?, el que va a dar lugar al planeta. Es obvio que nuestro observador podría ver la luz, pero sería incapaz de saber de dónde procede, de dónde viene esa luz, ya que como advertimos antes, la “tormenta de polvo” se lo impediría. También, al estar “parado” (de pie) sobre el remolino, percibiría el paso de día-noche, luz-oscuridad, debido a su rotación. Esta persona, al estar parada, instalada, sobre el remolino, giraría con él, y por ello, un momento estaría de frente a la luz, y en el siguiente, de espalda a ella.
Aquí, ya podemos darnos cuenta de que es fundamental, fundamental, la existencia de un observador y -más aún- su ubicación, para poder comprender el Génesis.
Este individuo que observa, y luego relata lo que ha visto, lo contempla desde un sitio determinado, desde una ubicación concreta. En algún lugar se encuentra apostado en el momento en que “ve”, en el momento en que recibe la visión, la revelación. Y ese lugar, esa ubicación en la que se halla, es la que hace la diferencia, eso es lo que nos da la pauta de que la descripción del Génesis puede tener sentido, es la clave del acertijo. La clave que abre un mundo de posibilidades
(¿Y ahora?, ¿el gestito jactancioso?...).
Creo que el Génesis nunca tuvo sentido para muchos. O al menos creo que no tuvo sentido porque la mayoría de quienes lo analizan parten del presupuesto de que la información de la Creación (el Génesis) se le debería haber dado a la persona que escribió La Biblia con el formato de un libro de ciencia, con datos científicos, tablas y gráficos; o con la estructura de una revelación detallada, que permitiera comprender lo ocurrido desde todos los ángulos. Específicamente con esa posibilidad: la de poder ver los hechos desde todos los ángulos.
Es posible, que el motivo de este preconcepto se encuentre, en que nuestra mente cientificista espera que los datos científicos sean acompañados de gráficos, tablas, estadísticas y -por supuesto- el formato correcto. Sin embargo, si nos remitimos a cómo las personas que reciben visiones o revelaciones de Dios “ven” lo que Él les revela, vamos a comprender mejor que esas manifestaciones divinas nunca ocurren según los parámetros humanos. Por lo general, estas visiones o revelaciones son, justamente eso, visiones. Visiones semejantes a películas muy cortas sobre las que el espectador no tiene ningún control. Las visiones suelen ser similares a un sueño.
A veces, estas visiones son acompañadas de una idea que se aclara tras la contemplación extática o, en algunos casos, hay alguien que le habla a la persona que tiene la experiencia y le explica algo en particular que puede -o no- estar relacionado con lo que ha visto.
Bien.
Avancemos un poco más con nuestro enfoque e intentemos desentrañar este misterio.
Si este individuo (nuestro observador) se hubiese encontrado flotando en el espacio por encima del Sistema Solar en formación habría “visto” que la estrella nace junto con la luz, pero es claro que no fue así ya que él percibe primero la luz y mucho después la existencia de los astros. Entonces, llegado a este punto me pregunté: ¿por qué?, ¿por qué no lo ve?, ¿por qué no ve algo tan evidente?
Simplemente porque no puede.
Es indudable, para mí, que su ubicación -el sitio desde donde observa-, no se encuentra en el espacio sino a nivel del disco de acreción, en el nivel donde se crean los planetas, y es justamente por ello que los astros le quedan ocultos tras el polvo remanente. La clave, la llave de este misterio es la ubicación del observador, y esa ubicación tiene que ser -sin lugar a dudas- algún punto sobre la superficie del planeta. Por lo tanto, vamos a continuar nuestra comparación bajo el supuesto que el observador se encuentra parado sobre lo que va a ser en algún momento la superficie de nuestro planeta, la Tierra.
Leamos lo que ocurre en el segundo día:
«Dijo Dios:
«“Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras”. E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento “cielos”. Y atardeció y amaneció: día segundo» (Génesis 1:6-8).
En este fragmento, nuestro observador se mantiene en el mismo sitio, la superficie de la Tierra (ahora ya formada), y desde allí cuenta lo que “ve”, es la visión que Dios le envía.
Para mí es obvio que está observando el enfriamiento del planeta y, como consecuencia de ello, la condensación del agua, el agua que se empieza a acumular en la superficie y la clara separación de los gases de la atmósfera que van a formar el firmamento, el cielo.
Para él, antes de la separación de las aguas, todo se encontraba mezclado, de ahí la “separación”. Pero ¿qué es lo que está mezclado? El agua y el aire (el firmamento).
Es tal el vapor y la humedad existente, a la que se suman las nubes -posiblemente volcánicas-, que su sensación es que el firmamento está mezclado con el agua de la lluvia y del mar.
Para él esta situación es muy confusa. Mas al enfriarse paulatinamente la Tierra (el planeta), la separación de aguas -podríamos decir- se hace evidente. La lluvia es lluvia, la tierra es tierra y el mar es mar.
(¿Ya capté su atención?, ¿no?, ¿todavía no?)
Bien.
Tercer día:
«Dijo Dios:
«“Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un sólo conjunto, y déjese ver lo seco”; y así fue. Y llamó Dios a lo seco “tierra”, y al conjunto de las aguas lo llamó “mares”; y vio Dios que estaba bien.
«Dijo Dios:
«“Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra”. Y así fue. La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y árboles que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que estaban bien. Y atardeció y amaneció: día tercero» (Génesis 1:9-13).
Aquí surge, nuevamente, lo que ya habíamos observado en nuestro racconto acerca de lo que la ciencia dedujo sobre la evolución del planeta, sólo que en extremo resumido.
No debemos olvidar que nuestro observador presencia estos hechos a un ritmo verdaderamente vertiginoso, tuvo que haber sido así, ya que -como mucho- los seis mil millones de años, o al menos los cuatro mil seiscientos millones del planeta, le fueron resumidos en siete días.
Analicemos un poco este tercer día.
El agua se acumula en un sólo océano-mar y la tierra en un sólo conjunto.
Estoy convencido de que nuestro observador se refiere aquí al supercontinente Vaalbará-Pangea.
Es demasiado coincidente la observación que realiza el narrador acerca de una tierra y un mar, demasiado coincidente y casi innecesaria si no fuera porque realmente ocurrió de esa forma.
Ahora bien, él no pudo verlo (estamos hablando de un súper continente) por lo tanto tiene que haber sido una idea que captó junto con la visión. Esto hace más interesante el hecho que lo mencione, casi llamativo.
Luego, este individuo (el observador) ve crecer a su alrededor las plantas, a las que identifica con formas de vida conocidas para él: árboles, semillas, frutos, tal vez algas.
Cuarto día:
«Dijo Dios:
«“Haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; y valgan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra”. Y así fue. Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas; y los puso Dios en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra, y para dominar en el día y en la noche, y para apartar la luz de la oscuridad; y vio Dios que estaba bien. Y atardeció y amaneció: día cuarto» (Génesis 1:14-19).
Y ahora nuestro observador -al fin- puede ver un cielo limpio, tanto de nubes, humedad y gases, como de polvo estelar. El polvo estelar remanente que ya había desaparecido del espacio circundante capturado por los planetas y barrido por el viento solar.
Al fin, ve el Sol, la Luna y las estrellas y, por supuesto, cree que ése es el instante en que Dios los ha creado.
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