âYa, puede ser. Pero, hablando en general, vos, señor comisario, sois el único que no ha dado al menos una bofetada a los interrogados. El doctor Perati, que estaba antes que vos, hacÃa confesar a todos.
Con el ardor de la edad, sin abandonar esa pizca de presunción que permanecÃa en él, se le habÃa escapado al subcomisario instintivamente en la lengua partenopea que usaba en familia:
âTu siâ ânu fésso.
â¿Qué? âEl suboficial habÃa enrojecido.
El superior se habÃa corregido en parte:
âEstá bien, Marino, retiro el fésso, pero deja de hablarme sin consideración solo porque tengo la mitad de tus años. Ten cuidado, porque si esto se repite, te castigo.
Bordin habÃa considerado sensato pedir perdón, aunque fuera a regañadientes:
âPerdonad, señor comisario, solo estaba hablando, no querÃa criticaros.
Aunque Vittorio DâAiazzo, con el paso del tiempo, adquirirÃa plena humildad gracias a las metafóricas bofetadas de la vida, por el momento seguÃa queriendo decir la última palabra:
âEstá bien, pero a partir de ahora piensa en lo que dices antes de decir lo que piensas.
El hombre consideró sensato mantener la posición de firmes:
âSÃ, señor.
âDescansa y no te mortifiques âEl superior suavizó el tono, en el cual habÃa entrado por fin la compasión. Prosiguióâ: Has dicho que Perati hacÃa confesar a todos: es verdad, ya lo sé, me lo contaron cuando llegué aquÃ. ¿Pero recuerdas quién le mató?
âSÃ, señor, la madre de un ladrón habitualâ¦
â⦠ladrón al que Perati habÃa acusado de acuchillar en una mano a un panadero para robarlo y al que habÃa hecho confesar que sÃ, ¿pero cómo? Tumbándolo boca arriba sobre una mesa y fustigándole con el cinturón. Y dos dÃas después ¿te acuerdas? el interrogado murió por una hemorragia interna.
âPerdonadme, ¿puedo hablar con libertad, pero con todo el respeto?
âPuedes.
âCreo que el doctor Perati hizo lo apropiado, porque no recibió ningún reproche de sus superiores.
âPues no sé si el asunto se olvidó por orden del federal de Nápoles,
porque Perati era muy fascista y adulador, pero en la cabeza de la madre del muerto la cosa no estaba olvidada y además supo, un par de semanas después de la muerte del hijo, que era inocente tanto de las heridas como del hurto. Esto no lo sabÃas ¿verdad?
âSabÃa que el verdadero culpable fue reconocido en la calle del panadero y denunciado a una de nuestras patrullas, la cual lo arrestó y trajo aquÃ.
âYa, y la madre del muerto fue puesta al corriente por un amigo del hijo, que supo la verdad por casualidad. ¿Y sabes una cosa? No habÃa sido tan inicuo, a fin de cuentas, que esa mujer viniera aquà pidiendo hablar con Perati, con la excusa de tener algo que revelarle y una vez delante de él sacara un pequeño cuchillo para desollar carne de su costado y le acuchillara junto al corazón, y casi lamento que la detuvieran de inmediato y que ahora esté a la espera de juicio, porque me temo que será condenada a muerte por homicidio premeditado.
âEsperemos que le reconozcan el enajenamiento mental âdijo compasivamente Bordin.
âEsperémoslo. Pero aparte de esto, ahora mismo te vas al depósito de vehÃculos con esta hoja de servicio⦠toma: es mi autorización para recoger un automóvil con conductor. Luego te vas a comprobar en el callejón de Santa Lucia si Esposito es una persona conocida âLe entregó también la licencia del investigadoâ. Haz que la madre vea la foto, si es que existe, y también los vecinos y averigua todo lo que puedas de él.
âA las órdenes. Pero, al volver, señor comisario, tal vez me vaya a casa a dormir, ya que, por hoy, mis horas de servicio ya habrán terminado.
âDeber y sacrificio es nuestro lema âle habÃa contestado sonriente en un endecasÃlabo espontáneo el superior, gran lector de poetas clásicos.
Ya que se sabÃa en la comisarÃa que la temperatura social estaba subiendo en la ciudad y no era del todo improbable una sublevación, antes de acercarse al garaje el brigada quiso pasar por la sala de radio para obtener noticias de la situación en el exterior. Una vez al tanto, volvió a su superior directo y le informó de que camionetas de patrulla habÃan comunicado que ya se habÃan iniciado tiroteos aislados. Terminó diciendo:
âSeñor doctor, ¿tengo que ir hoy o puedo esperar a mañana, cuando tal vez el clima se haya calmado?
Antes de que se decidiera D'Aiazzo empezaron a subir de la vÃa Medina, a la que se asomaba y todavÃa se asoma la comisarÃa de Nápoles, el ruido de los motores diésel de vehÃculos que pasaban en columna delante de la entrada principal del edificio, como todos los dÃas desde hacÃa dos semanas: se trataba de un pelotón motorizado de granaderos alemanes que iba a reemplazar a otro, del mismo batallón, encargado de custodiar un corredor en el último piso del Castillo de San Elmo, potente baluarte que se eleva sobre la colina del Vomero a 250 metros sobre el nivel del mar y desde el cual se observan el golfo y la ciudad. En aquel corredor se encontraban dos locales no comunicados entre sà y destinados en aquel momento a armerÃa del fortÃn, de los cuales uno era un gran espacio que contenÃa armas y municiones convencionales y el otro un espacio no tan grande que custodiaba armamento secreto de diseño y fabricación italianas. La vigilancia de las armas se desarrollaba durante las veinticuatro horas del dÃa en dos turnos, de las 8:30 a las 20:30 y de las 20:30 a las 8:30. Desde el 9 de septiembre los alemanes habÃan ocupado el Castillo de San Elmo apoderándose del armamento, con un interés particular por las armas especiales. Precisamente a causa de esas armas no convencionales, dicho castillo era en esos dÃas un objetivo principal de los aliados, que, desde hacÃa tiempo, estaban usando sus servicios secretos.
Vittorio DâAiazzo estaba a punto de decir a su subalterno que olvidara la orden anterior y se fuera descansar cuando empezaron los disparos en la vÃa Medina, primero de fusiles y de una ametralladora ligera, luego, en rápida sucesión, de metralletas y una gran ametralladora.
El subcomisario y su ayudante se agacharon instintivamente y, avanzando con las piernas semidobladas, se acercaron a la ventana y asomaron sus cabezas mirando hacia abajo, exponiéndose lo menos posible.
Al mismo tiempo, otros policÃas miraban allà desde sus respectivas oficinas, tanto personal del turno que estaba saliendo como entrando, al ser la hora del reemplazo, las 8 en punto. Llegado hacÃa poco, también el vicejefe de policÃa y jefe de sección Remigio Bollati espiaba desde su propia ventana: su oficina daba a la misma fachada a la que daba la de Vittorio y los dos espacios eran contiguos.
Mirando hacia abajo se veÃa o entreveÃa, según la posición de cada ventana, a unos cincuenta metros del portal y en el cruce de calles cercano, al pelotón alemán parado en medio de la calle, protegido por sus vehÃculos colocados atravesados, ocupados en un tiroteo con personas que debÃan estar más allá en la calle y que no podÃan verse desde el edificio de la comisarÃa, pero de las que se oÃan los disparos: se podÃa suponer que tal vez se protegieran detrás de los muros semiderruidos y los montones de escombros de dos casas cercanas y contiguas, bombardeadas pocos dÃas antes del 8 de setiembre por fortalezas volantes estadounidenses.
CapÃtulo 4 (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427)
Para entender mejor las cosas, volvamos un poco atrás:
Se constituyó el frente único revolucionario partenopeo y, vista la renuencia del prefecto Soprano en asumir la dirección, fue elegido jefe el obrero Antonio Taraia de setenta años, que el 24 de setiembre, considerando la situación ya adecuada para el levantamiento convocó para la mañana siguiente una reunión en el Liceo Sannazaro, para someter a votación la decisión. La convicción de que era ya el momento de levantarse se produjo tanto por la noticia de que los angloamericanos ya estaban casi a las puertas de Nápoles, algo conocido de antemano por el filósofo Benedetto Croce, que lo habÃa sabido confidencialmente del Dr. Soprano, como por el hecho de que, tras los acuerdos codificados intercambiados a través de radio con los americanos, acababan de llegar paracaidistas por la noche junto a Nápoles con armas y radios que retransmitÃan desde la US Army y destinadas a los partisanos, ocultadas rápidamente en siete sótanos de otras tantas zonas distintas de la ciudad. La operación se habÃa desarrollado con la contribución esencial de un grupo de camorristas a sueldo, dispuestos a correr graves peligros a la vista de las grandes ganancias que les habÃan prometido los estadounidenses. No debe sorprender esa alianza: Estados Unidos ya habÃa recurrido, y todavÃa la utilizaba, a la ayuda de la Mafia de la Sicilia ocupada, donde, además, numerosos nuevos alcaldes notoriamente mafiosos habÃan sido colocados en el poder por los conquistadores. La Camorra, como la Mafia, estaba organizada casi militarmente y, en particular, podÃa disponer en Nápoles de muchos grandes camiones. La operación armada habÃa sido organizada con meticulosidad por los estadounidenses. Entre otras cosas, habÃa folletos de instrucciones sobre el uso de las armas lanzadas en paracaÃdas, escritos en un correcto italiano y llevados al Liceo Sannazaro por algunos agentes americanos que habÃan sobrepasado de noche las lÃneas, con el fin de que los patriotas napolitanos pudieran recibir formación teórica sobre su funcionamiento por los propios agentes, lo que permitió hacer más rápida y ágil la instrucción práctica que, por razones logÃsticas, solo pudo desarrollarse poco antes de la sublevación, en el momento de la recuperación de las armas en los siete depósitos.
En la reunión del 25 de septiembre se tomó por unanimidad la decisión de levantarse. Hacia mediodÃa, se enviaron mensajeros para avisar a los custodios del material bélico estadounidense.
Al dÃa siguiente, domingo, siete patriotas jefes de grupo que ya habÃan asistido al almacenamiento de las armas en los lugares secretos, uno por depósito, no mucho antes de la hora del alto el fuego, se presentaron para preparar la retirada de las armas esa misma noche. Se reunirÃan en los escondites hasta las cinco de la mañana del lunes 27 de septiembre.
Por tanto, después de las seis de la mañana de este 27 de septiembre, los grupos de combatientes por la libertad, recogidas las armas, se dirigieron a sus objetivos. Mientras los pelotones instruidos en el Liceo Sannazaro por los agentes americanos portaban las armas estadounidenses, es decir fusiles semiautomáticos M1 Garand y ametralladoras BAR M1918 Browning, que usaban las mismas balas de calibre 7,62, granadas de mano Mk2 y lanzamisiles portátiles anticarro Bazooka M1, los otros grupos de insurgentes tenÃan armas capturadas a los alemanes en los encuentros de los primeros dÃas, es decir, fusiles Mauser Kar 98 k, metralletas MP80, bombas de mano 24 y granadas Panzerwurfmine con sus respectivos lanzabombas anticarro Panzerfaust, además de navajas personales o cuchillos de las cocinas domésticas y alguna escopeta ocultada por algún cazador aficionado, después de la ocupación alemana, en un sótano o un ático.
Sin embargo, el primer tiroteo de esa mañana no estaba previsto, sino que por el contrario empezó en el Vomero por parte de parientes de detenidos, que detuvieron un todoterreno Kübelwagen Typ 82 de la Wehrmacht, matando al comandante que lo conducÃa y poniendo en fuga a los demás militares. Otras acciones no organizadas se produjeron poco después por Nápoles y, aquà y allá, se agregaron espontáneamente a los grupos rebeldes parejas de carabineros de ronda y agentes de patrulla de la Seguridad Pública y la Guardia de Finanzas. Poco antes de inicio de las clases escolares, diez estudiantes desarmados de la escuela superior atacaron impulsivamente a tres alemanes que hacÃan la ronda en un Kübelwagen a velocidad de paseo, les obligaron a bajarse, les desarmaron y pegaron fuego al todoterreno, mientras el trÃo alemán se alejaba por piernas. Sin embargo, esos alemanes alertaron a todo el cuartel, por lo que llegaron dos pelotones alemanes con el apoyo de un potente blindado SdKfz 231 Schwere Panzerspähwagaen 6 rad. Los diez jóvenes se refugiaron y atrincheraron en el cercano Museo de San MartÃn y el blindado empezó a ametrallar los ventanales, mientras la noticia de la acción de los estudiantes y del peligro que estaban corriendo se iba extendiendo por Nápoles, de un lugar a otro.
Entre las acciones sà planeadas por la Resistencia se produjeron sobre todo el mencionado ataque a la columna de granaderos alemanes en Via Medina y la acción de un pelotón de carabineros que, con el beneplácito del coronel al mando se dirigó, sobre un camión Lancia CM,
al Museo de San MartÃn para combatir, con sus propios mosquetes 91 cortos y bombas de mano SRCM 35,
a los alemanes que asediaban a los estudiantes rebeldes. Al lado de los militares de la Benemérita se colocaron espontáneamente algunos civiles de la zona. Esa misma mañana, siempre con órdenes anteriores de los dirigentes democráticos, un centenar de combatientes por la libertad procedió al asedio del Castillo de San Elmo, en el que, entre los alemanes atrincherados en el interior, estaba el ya agotado pelotón de granaderos que habÃa permanecido de guardia de la armerÃa toda la noche y que no habÃa recibido el relevo porque, como sabemos, el pelotón fresco entrante se habÃa enzarzado en combate en la Via Medina.
Ante el apremio de los acontecimientos, el comandante de la plaza, coronel Scholl, activó sus potentes tanques de las clases Tiger y Panther. Sin embargo, un cierto número de ellos fueron detenidos e incendiados por revoltosos, gracias a algunos panzerfaust sustraÃdos al enemigo, a los bazookas americanos y a cócteles Molotov.
CapÃtulo 5 (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427)
Mientras continuaba el tiroteo en Via Medina, el comisionado al cargo de la comisarÃa, el doctor Carmelo Pelluso, alejándose de la ventana de su oficina en el primer piso desde la que habÃa observado con cautela al pelotón alemán dedicado al combate, iba a llamar por el interfono a sus subcomisarios para dar las órdenes oportunas cuando sonó el teléfono que habÃa sobre su mesa.
Al otro lado de la lÃnea estaba su superior directo, el doctor Soprano: El prefecto dijo al comisionado que se habÃan iniciado tiroteos en más zonas de Nápoles y le dio la noticia de que la 5ª armada y el 6º cuerpo estadounidenses, además del 10º británico, estaban atacando a los alemanes en dirección a Nápoles y Avellino y los efectivos alemanes en el campo estaban empezando a replegarse, dirigiéndose a la ciudad partenopea para consolidar sus lÃneas más al norte. Acabó dejando al arbitrio del comisionado decidir qué órdenes concretas impartir a sus hombres, pero con la condición de no obligarles a combatir contra los alemanes.
El doctor Pelusso no obedeció del todo: tras despedirse del prefecto, ordenó a sus subordinados transmitir a los respectivos inferiores la sencilla invitación, no la orden, de unirse al pueblo contra los alemanes, pero añadió con decisión:
âDecid a todos que yo personalmente estoy con los insurgentes. Sin embargo, si alguien, hipotéticamente, no quiere seguirme, no tendrá problemas. Pero deberá entregar su pistola y quedarse retenido en la comisarÃa en las celdas de custodia.
Carmelo Pelluso no fue un antifascista desde el principio: como muchÃsimos otros, entre ellos el subcomisario Vittorio DâAiazzo, portó hasta el 25 de julio el uniforme fascista, de hecho obligatorio para los funcionarios públicos. Pero ya al acabar ese mes se habÃa unido al Partido de la Acción y no habÃa cambiado de bandera después de la ocupación alemana y el muy reciente retorno de Mussolini al gobierno de la Italia no ocupada por los ejércitos aliados. Por el contrario, ahora colaboraba activamente con los dirigentes de los partidos antifascistas del Frente Ãnico Revolucionario y, sobre todo, con uno de sus mayores exponentes, nada menos que su amigo personal, el accionista