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Creación Y Evolución
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Creación Y Evolución


del ADN del bonobo y se ha descubierto que las secuencias de su genoma, que comprende la información genética del organismo, es decir, todo su material genético, son como las humanas en un 98,4%, pero sin embargo ese 1,6% de diferencia se corresponde con unos 35 millones de nucleótidos de los cerca de 35.000 millones que comprende. Hay otras diferencias relativas a las llamadas duplicaciones, inversiones, inserciones, deleciones, que reducen la semejanza a cerca del 96%, y según los científicos que han realizado esta investigación, se trata de diferencias muy significativas.

Dicen que además hay diversidad en las cadenas de aminoácidos de las proteínas, disconformidades estructurales en la hemoglobina y otras cosas que el profano no puede entender, pero son elocuentes para los especialistas. Todas estas diferencias hacen en resumen al humano su ser sustancialmente distinto de la Chita de Tarzán, de los chimpancés en definitiva. Por otro lado, los seres humanos no podemos ser reconducidos ni siquiera a los exponentes de especies Homo sapiens distintas de la nuestra del Homo sapiens sapiens, es decir, del hombre que no solo sabe, sino que sabe que sabe porque su mente es el resultado de un vertiginoso salto vertical cualitativo, siempre considerando los relativos ADN. El científico evolucionista Guido Barbujani, profesor de genética en la Universidad de Ferrara ha afirmado

que «el estudio de los fósiles demuestra que es una historia que comienza en África, tal vez hace seis millones de años, cuando se separaron los destinos de dos grupos de simios, que con el tiempo evolucionarían hacia dos especies modernas, el chimpancé y el hombre. Desde entonces han aparecido diversas formas humanas diferentes, de las cuales solo ha sobrevivida una, la nuestra. (…) Hace cien mil años, las personas como nosotros solo existían en África Oriental. Pero también en Europa vivían seres humanos, ya que tenían un esqueleto y una cultura, aunque distinta de la nuestra: los neandertales. Y en Asia había otras dos formas humanas. (…) Hoy, al menos en lo que respecta a los neandertales, sabemos que su ADN era distinto del nuestro, tan distinto que no pueden haber sido nuestros antepasados: se extinguieron con nuestra llegada desde África».

Ceo que al hablar de otras dos formas humanas existentes en Asia, Guido Barbujani se refería al Homo sapiens heidelbergensis y al Homo floresiensis. El Homo sapiens heidelbergensis (hace entre 600.000 y 100.000 años), cuyos primeros restos se encontraron cerca de Heidelberg, en Baden-Württemberg, y posteriormente en Asia y África, tenía una capacidad craneal en torno a los 1.600 cm3 y, según los antropólogos, no es improbable que haya sido el progenitor en Europa del Homo sapiens neanderthalensis en el mismo momento que en África estaba evolucionando ese Homo sapiens que iba a convertirse, en un salto vertiginoso, en el Homo sapiens sapiens. El Homo floresiensis, llamado así porque fue descubierto en 2003 en la isla de Flores, al este de Bali, en Indonesia, vivió hace 18.000 años. Tenía una capacidad craneal de solo 380 cm3, pero proporcionada a su pequeña altura, inferior a la de un pigmeo. Se cree que convivió en la isla con nosotros, los sapiens sapiens. Se han encontrado utensilios de piedra junto a los yacimientos paleontológicos de esta especie, lo que ha permitido suponer que los floresiensis habían desarrollado una forma de cultura, a pesar de las pequeñas dimensiones de sus cerebros, por lo que la especie se calificaría como sapiens, y también porque sus dientes son pequeños como los del Homo sapiens, mientras que los dientes de los homínidos arcaicos son por el contrario relativamente más grandes.

Por tanto, según los evolucionistas contemporáneos, una especie ancestral de prosimios sería la antepasada de los primates y habría originado, hace seis millones de años, además otras especies de prosimios, de las cuales algunas descienden hasta nuestro tiempo (los lémures, los tarseros y los loris, clasificados como un suborden de la categoría de los primates llamado, como el antiquísimo antepasado, de los prosimios) unos protosimios por una parte, que evolucionarían hasta el chimpancé actual, y por otra hasta un primer homínido erecto, pero todavía animal, del que descendería, mutando poco a poco (para los cristianos evolucionistas, según la teoría de una evolución a saltos, de la que hablaré en otro lugar) en las diversas ramas de la especie Homo, entre las cuales está la del Homo sapiens sapiens. Y considerando que, como se ha demostrado científicamente, el ADN de los neandertales era diferente del nuestro, igual que lo era el del chimpancé, es decir, lo suficientemente distinto como para poder entender que no había relaciones de parentesco con el Homo sapiens neardenthalensis, es verosímil que, aunque quede por verificar, también el ADN de las demás especies de Homo sapiens sea igual de diferente al nuestro.

Un inciso: Prosimios significa antecesores de los simios y con respecto a esto no hay que confundirlos evidentemente con los protosimios, es decir, como indica la palabra, con los primeros simios propiamente dichos, de los cuales, según la teoría, luego se originaron, entre otros simios, los chimpancés. Como de los prosimios derivaron tanto los seres humanos como paralelamente los simios, decir que el hombre desciende de los simios es un error.

El creyente podría preguntarse si toda esa variedad, a pesar del nombre científico de Homo, serían especies humanas a los ojos de Dios, si tal vez serían… Adán.

Es un pregunta que podría interesar académicamente incluso a los no creyentes.

Advirtamos antes que nada que el nombre bíblico Adán, ’Ādam, significa «el Hombre», el Ser Humano con mayúscula, en el sentido de la humanidad de cualquier tiempo.

Podemos ver en primer lugar las cosas desde el punto de vista de la criatura. En lo que se refiere a la inteligencia, no solo los neandertales, organismos relativamente recientes que vivieron hace 130.000-30.000 años, sino también otras especies Homo más arcaicas ideaban y construían utensilios rudimentarios de piedra: el Homo ergaster, existente en África entre hace 1,8 millones y 300.000 años, fue el iniciador del trabajo lítico, haciendo al pedernal cortante y en forma de almendra, por eso llamada amigdaloide, del latín amigdala, por los paleontólogos, desarrollando posteriormente la especie Homo erectus la industria de la piedra en sus diversas variedades. ¿Haría por tanto esta primitiva inteligencia de estos seres los primeros adanes? Acerquémonos más de nuestra época: hace entre 400.000 y 300.000 años, individuos de la especie Homo sapiens arcaicus sabían encender el fuego y comían alimentos cocinados, coordinaban la caza, usaban ropas rudimentarias y, un hecho particularmente interesante, enterraban a los muertos como podría haber hecho el Homo sapiens neardenthalensis y posteriormente el Homo sapiens sapiens. Nos podemos preguntar: ¿aparte de la nuestra, todas esas especies tenían alguna intuición de lo divino, dado que, al menos, sepultaban a sus difuntos? ¿Lo hacían por una creencia en la supervivencia de los muertos en el más allá? No, salvo que se hallen pruebas de lo contrario: no se han encontrado testimonios históricos de ritos fúnebres en honor del fallecido, ritos que habrían podido hacer suponer la creencia en una dimensión ultraterrena. Todos sepultaban los restos, probablemente para evitar las miasmas cadavéricas. Los primeros testimonios de ritos religiosos (y también de formas artísticas) de la especie Homo se sitúan en edades recientes, en un periodo de hace 40.000-30.000 años y solo son del Homo sapiens sapiens. De hecho es indispensable un orden social complejo, un lenguaje y un sentido moral que, por lo que nos hacen pensar todos los hallazgos, son típicos solo de nosotros, los seres humanos y no de los homínidos más arcaicos ni tampoco del menos antiguo Homo sapiens neardenthalensis, que vivió contemporáneamente con nosotrosdurante un notable periodo de tiempo.

Con respecto al punto de vista de Dios (evidentemente aquí estamos en el ámbito creyente) no le es posible al hombre descubrir si también los ya extinguidos pertenecientes a los géneros Homo y, ante todo, los que nos son menos distantes, los neandertales, fueron criaturas a las que el Creador, aunque no les concediera una Revelación, les habría abierto la posibilidad de vivir en su Ser eterno después de la muerte: solo lo sabe Dios. Naturalmente, no le corresponde a la ciencia investigar al respecto, al no tratarse de algo experimental. El creyente sabe que nada se ha revelado en las Escrituras, como por otro lado tampoco se dice nada sobre la eventual supervivencia eterna de posibles extraterrestres, inteligentes o no, ni de las de los animales y la fe sugiere que por tanto esos posibles planes no deben concernir al devoto, ya que en los dos Testamentos Dios desveló solo lo que debía afectar a la especie Homo sapiens sapiens, de la que todo exponente, en el sentido en que se acepta la Palabra, es creado a imagen y semejanza del mismo Dios y, según el credo de los cristianos, a imagen de la segunda Persona trinitaria, el hombre-Dios Jesucristo.

De todas maneras, mi punto de vista personal es que el Creador no habría desarrollado designios solo para el Homo sapiens sapiens, sino que habría cuidado, al menos, también de otros seres vivientes del tipo sapiens y, más allá de la Tierra, de posibles extraterrestres más o menos inteligentes.

En cuanto a los animales, se puede señalar que el Papa Pablo VI creía, a título personal, en su supervivencia en Dios: como se reflejó en la prensa, al encontrar en público a un niño que estaba llorando por la muerte de su perro, ese pontífice le había segurado que lo volvería a ver en el Paraíso.

Con respecto a la pregunta de si los exponentes de las otras especies Homo fueron también los adanes, se puede ver más adelante la sección «Pío XII, monogenismo y poligenismo» en el capítulo 8, titulado «Pareceres de algunos de los últimos papas».

Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829)

De Darwin y el darwinismo pasamos al primer evolucionista, Lamarck. Luego volveremos a avanzar en el tiempo, a Russel Wallace, contemporáneo de Darwin.

Para ser precisos, acerca de la primacía de Lamarck, recuerdo que un poco antes que él, el naturalista George Buffon, más exactamente Georges-Louis Leclerc, conde Buffon (1707-1788), había tenido una cierta intuición evolucionista, aunque sin embargo sin haber desarrollado una teoría: era un experto en anatomía comparada y, como había escrito en su obra en 36 tomos L'Histoire naturelle, générale et particulière, publicada entre los años 1749 y 1789, en parte por tanto después de su muerte, había apreciado semejanzas entre el hombre y los simios y había supuesto una posible genealogía común.

Después de un periodo de carrera militar, el francés Jean-Baptiste Lamarck se había dedicado al estudio de las ciencias naturales, siguiendo una visión filosófica de la naturaleza inspirada por el materialismo ilustrado. Hasta él se pensaba que las especies fueron creadas así como se presentaban, sin ninguna mutación. El mismo gran clasificador sueco de los organismos botánicos y zoológicos Carl Nilsson Linnaeus, conocido sencillamente como Linneo (1707-1778), había sido fijista, aunque hacia el final de su vida había supuesto que podían surgir nuevas especies por hibridación entre similares, pero la idea de hibridación no puede considerarse evolucionista. Para Lamarck, la materia no estaba constituida por elementos estables y definitivos como se suponía, sino que era mutable. Partiendo de la observación de los invertebrados, había concebido la transformación de las especies vivientes a lo largo del tiempo, causada por los requerimiento del entorno y su capacidad de adaptación: había desarrollado la hipótesis de que en todos los organismos biológico habría un impulso interno hacia la mutación, tendente a la perfección, la cual, debido a los fenómenos que él llamaba «el uso y desuso de las partes» y «la hereditariedad de las características adquiridas», los hacía cada vez más complejos en el curso de las generaciones. Así que había llevado a la biología al evolucionismo, según una idea dinámica de la historia natural. Había expresado sus teorías en la obra Filosofía zoológica en 1809. Lamarck fue también quien inventó el término «biología», que había incluido en la gran Enciclopedia ilustrada francesa, en cuya redacción había sustituido a D'Alembert.

Su teoría fue seguida con atención en el entorno de la biología hasta los años 20 del siglo XX. Posteriormente el lamarckismo fue criticado, primero por solo una parte de los científicos y luego de manera generalizada, tanto a causa de la afirmación de Lamarck de que la tendencia a la mutación estaba ínsita en los seres vivientes, algo que por entonces era algo presunto y nunca demostrado, como sobre todo por el hecho de que las características adquiridas durante la existencia no parecían ni parecen transmisibles a los descendientes, ya que dichas características se memorizan en las células somáticas y no en las germinales. Por ejemplo, una persona que se vuelva obesa no transmitiría naturalmente su adiposidad a los descendientes, salvo que los sobrealimentara en los primeros meses y años y los hiciera obesos para todo el resto de sus vidas, pero en ese caso no se trataría de un hecho congénito, sino cultural (evidentemente de mala cultura).


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