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El misterio de Riddlesdale Lodge
El misterio de Riddlesdale Lodge
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El misterio de Riddlesdale Lodge

Parker lo midió.

– Setenta y cinco centímetros por quince – dijo —. Ya es bastante pesado. Se hundió en la tierra, destruyendo las plantas. ¿Acaso una barra de hierro?

– No lo creo – respondió lord Peter —. La marca es más profunda en la parte más alejada de nosotros. Me da la impresión de que se trataba de un objeto voluminoso posado en el suelo y apoyado contra el cristal. Si me pides mi opinión particular, te diría que era una maleta.

– ¡Una maleta! – exclamó Parker —. ¿Por qué una maleta?

– Sí, ¿por qué? Creo que podemos asegurar que no permaneció aquí mucho tiempo. Hubiera sido excesivamente visible a la luz del día. Pero alguien pudo muy bien ponerla aquí… hacia las tres de la mañana, por ejemplo. Alguien que la llevaba en la mano… y que prefería que no la viesen.

– ¿Cuándo se la llevó, entonces?

– Casi inmediatamente, sin duda. Desde luego, antes de salir el sol, porque, si no, la hubiera visto el inspector Craikes seguramente.

– Supongo que no sería el maletín del doctor, ¿eh?

– No…, a menos que el médico estuviera loco. ¿Por qué iba a dejar su maletín en un lugar incómodo, húmedo y sucio, cuando el buen sentido y la comodidad exigían que lo colocase cerca del cadáver, bien a mano? No. A menos que Craikes o el jardinero la trajesen con sus cosas, este objeto lo colocó aquí, la noche del miércoles al jueves, Gerald, Cathcart… o, tal vez, Mary. Nadie más, a mi parecer tenía nada que ocultar.

– Una persona, sí – dijo Parker.

– ¿Quién?

– ¡El desconocido!

– ¿Quién es?

Por toda respuesta, míster Parker se acercó orgullosamente a una hilera de cercos de madera cubiertos con una estera. Alzándola con el mismo ademán de un personaje importante al descubrir una lápida conmemorativa, dejó ver huellas de pisadas alineadas en forma de V.

– Estas no son pisadas de nadie…, de nadie que yo conozca, por lo menos – dijo Parker.

– ¡Hurra! – exclamó Peter.

Al bajar por el sendero de la montaña

descubrieran las diminutas huellas…

Claro que aquí son más grandes.

– No somos tan afortunados como eso – dijo Parker —. Es más bien un caso de:

Siguieron desde el bancal de tierra

estas huellas, una por una,

hasta el centro del entablado;

más allá no había ninguna.

– Gran poeta Wordsworth – comentó lord Peter —. ¡Con cuánta frecuencia he experimentado esa sensación!.. Continuemos, pues: estas son las huellas… de un hombre, zapatos del cuarenta y dos, con tacones desgastados y una pieza en la parte izquierda del zapato del pie derecho. Proceden de la parte dura del sendero, donde no se notan las pisadas, y se detienen junto al cadáver, en este charco de sangre. Dime, ¿no lo encuentras extraño?.. ¿No?.. Tal vez no lo sea… ¿Había huellas de pisadas debajo del cadáver?.. Imposible saberlo con tal desorden. Bien. Él desconocido se para aquí… porque tenemos una pisada más profunda… ¿Se disponía a arrojar a Cathcart al pozo?.. Oye un ruido, se sobresalta, se vuelve, corre de puntillas… y se mete en el macizo de arbustos, ¡por Júpiter!

– Sí – dijo Parker —, y sale de allí, porque se encuentran las huellas de sus pisadas en el bosquecillo.

– Bien. Las seguiremos después. Veamos ahora de dónde proceden.

Los dos amigos se alejaron de la casa siguiendo el sendero. Solamente el espacio situado delante del invernadero se hallaba en mal estado; en todos los demás sitios la grava era dura. Se veían menos huellas, porque había llovido durante varios días. No obstante, Parker aseguró a Wimsey que allí había señales muy claras de haber sido arrastrado un cuerpo, así como visibles manchas de sangre.

– ¿Qué clase de manchas de sangre?.. ¿Esparcidas?

– Sí, la mayoría de ellas. También se veían guijarros desplazados a todo lo largo del sendero… Y, ahora, aquí tienes algo especial.

Era la huella muy clara de la palma de una mano de hombre que se había apoyado pesadamente sobre la tierra de un bordillo de hierba, con los dedos apuntando hacia la casa. La grava del sendero presentaba dos profundos rasguños. Había sangre en el bordillo de hierba, entre el sendero y el macizo, y el filo de hierba estaba destrozado y pisoteado.

– No me gusta eso – dijo lord Peter.

– Feo, ¿verdad?

– ¡Pobre diablo! – exclamó Peter —. Hizo un esfuerzo desesperado por agarrarse aquí. Eso explica la sangre que hay delante de la puerta del invernadero. Pero, ¿quién demonios es capaz de arrastrar un cuerpo que no está muerto?

Algunos metros más lejos el sendero desembocada en la gran avenida. Esta estaba bordeada de arbustos, tras los cuales se extendía un bosquecillo. En el punto de intersección de sendero y avenida se veían algunas huellas más claras, y a unos veinte metros más allá los dos hombres se internaron en el bosquecillo. Un gran árbol, al caerse en tiempos remotos, había abierto un pequeño claro, en el centro del cual se hallaba extendida y sujetada con cuidado una lona.

– La escena de la tragedia – dijo Parker, enrollando la lona.

Lord Peter miraba tristemente el suelo. Enfundado en un abrigo y embozado en una gruesa bufanda color gris, se asemejaba, con su larga nariz y su afilada cara, a una melancólica cigüeña. El cuerpo crispado del hombre que había caído allí levantó las hojas secas y dejó una depresión en el empapado suelo. En un sitio, la tierra más oscura mostraba donde un gran charco de sangre había sido embebido por ella, y las hojas amarillentas de un álamo español no estaban enmohecidas con manchas otoñales.

– Aquí es donde encontraron el pañuelo y el revólver – dijo Parker —. Busqué huellas dactilares, pero la lluvia y el barro las hicieron desaparecer.

Wimsey sacó la lupa, se tumbó boca abajo en tierra y recorrió lentamente el calvero apoyado en la barriga. Parker le seguía en silencio.

– Se paseó de un lado a otro durante cierto tiempo – dijo lord Peter —. No fumó. Le estuvo dando vueltas a algo en su cabeza o bien esperaba a alguien… ¿Qué es esto? ¡Ah, ah! Otra vez el pie que calza el cuarenta y dos. Las pisadas se alejan del bosquecillo por el lado opuesto a la avenida. Ninguna señal de lucha. ¡Qué extraño! A Cathcart le dispararon a quemarropa, ¿no?

– Sí. El tiro le quemó la pechera de su camisa.

– Bien. ¿Por qué se dejó matar sin oponer resistencia?

– Me imagino que si tenía una cita con Calzado Cuarenta y dos, este era alguien que él conocía, que podía acercarse a él sin levantar sospechas.

– Lo cual quiere decir que la entrevista era amistosa… por lo menos, en lo que se refiere a Cathcart. Pero el revólver es una dificultad. ¿Cómo se las compuso Calzado Cuarenta y dos para procurarse el revólver de Gerald?

– La puerta del invernadero estaba abierta – respondió Parker sin convicción.

– Nadie, excepto Gerald y Fleming, sabía dónde estaba el arma – replicó lord Peter —. Además, ¿no irás a decirme que ese individuo vino aquí, entró en la casa a coger el revólver de la sala de estudio, volvió a salir y mató a Cathcart? Parece un procedimiento algo artificioso. Si quería matar a Cathcart, ¿por qué no vino provisto de un arma?

– Es más lógico creer que fuese Cathcart quien llevaba encima el revólver – dijo Parker.

– ¿Por qué no hay señal de lucha entonces?

– Quizá se suicidara Cathcart.

– Entonces, ¿por qué Calzado Cuarenta y dos lo arrastró hasta la puerta del invernadero y huyó, dejándole a la vista?