âSÃ, Margherita, pero nos queda el hecho de que es lógico apostar por el caso que nos resulta menos desfavorable, aquel de los caminos históricos imaginarios a los lados de una única vÃa real, como en el esquema A, siguiendo el cual tiene sentido razonar sobre el ser y disponer acciones para cambiar las cosas; en el otro caso, no, porque todo lo posible se ha producido, existe realmente en el tiempo a lo largo de un número incalculable de caminos para innumerables encrucijadasâ.
âDejamos la idea de que tal vez en esta Tierra haya un Valerio alternativo, una Margherita alternativa y asà con todoâ, habÃa dicho la comandante, ây nos concentramos en lo positivo: ¡si estamos ahora sobre la lÃnea continua del gráfico A, donde la Tierra ha convertido por un accidente del pasado en una Tierra nazi alternativa y por tanto no hay universos paralelos, podemos hacer que las cosas vuelvan a ser como antes!â.
Silencio.
âSÃ, señores, yendo al único pasado y actuando para que se convierta en punteado, es decir, en solo hipotético, el trazo continuo nazi y haciendo que se convierta por el contrario en continuo, es decir, en real, lo que después del giro en el tiempo se ha convertido en punteado, es decir, aquel mundo democrático que conocemos y que por el momento ya no existe, pero necesitamos recuperarâ.
HabÃa intervenido por primera vez la investigadora Anna Mancuso, dirigiéndose al propio director y amigo profesor Faro: âPor desgracia, Valerio, me temo que nunca será posible establecer con seguridad si es verdad el esquema A o el esquema B. Si, por una desdichada posibilidad, los universos paralelos del esquema B fueran reales, si fuéramos al pasado y elimináramos la causa del giro en el tiempo serÃa posible que esta Tierra nazi alternativa no dejara de existir, sino que sencillamente nosotros, en ese momento, al saltar a un universo donde el nazismo no haya vencido y donde recuperáramos, en el año 2133, nuestra sociedad perdida al partir hacia 2A Centauri, no nos acordarÃamos de la existencia de una Tierra alternativa ni del hecho de haber vuelto sencillamente a lo largo del paralelo binario donde está nuestra Tierraâ.
Valerio: âSÃ, estoy de acuerdo, Anna; en todo caso, es una cuestión de mera fe, un poco como las decisiones que toman todos más o menos inconscientemente, incluidos nosotros los cientÃficos, de estar en el mundo o de ser un mundo. No es en realidad posible demostrar que el solipsismo sea verdadero o falsoâ.
âEl solip... ¿qué?â, habÃa preguntado el ictiólogo Elio Pratt, más formado en disciplinas cientÃficas que en asuntos humanÃsticos.
Le habÃa respondido: âEl solipsismo, palabra que deriva de los términos latinos âsolusâ, âsoloâ, e âipseâ, âuno mismoâ, y que significa por tanto âsolo uno mismoâ es esencialmente la idea metafÃsica de que todo lo que existe es creado por la conciencia de la persona y no es objetivo. Por ejemplo, si fuera verdad la tesis solipsista, yo estarÃa solo en la mente de quien me esté escuchando, no serÃa un Valerio Faro real y evidentemente para mà serÃais los productos de mi mente, no serÃais objetivos, solo yo existirÃa realmente y, por decirlo asÃ, os crearÃa en mi propio interior. El hecho es que es imposible demostrar experimentalmente si el solipsismo es verdadero o falso o por el contrario, demostrar que es verdadera o falsa la realidad del mundo, porque también el experimento y sus presuntos resultados podrÃan ser meras creaciones del yo: es solo un acto de fe lo que nos hace creer que somos parte de un mundo objetivo y, por tanto, que puede conocerse gracias a la experienciaâ.
HabÃa intervenido el pragmático Jan Kubrich: âCon todo, querido Valerio, solipsismos aparte, para mà lo esencial es que este yo mÃo que está hablando acabe volviendo a la sociedad que ha dejado; si hubiera otros yos innumerables en otros universos paralelos, nunca los llegarÃa a conocer y por tanto no me podrÃan importarâ.
Anna le habÃa dicho: âSi embargo, a mà me importarÃa muchÃsimo saberlo, aunque lo considere imposible en esta vida: en el más allá, si acaso; y por cierto, ¿te das cuenta, Jan?, se plantea un problema teológico esencial...â.
â... no, la teologÃa, no ¡apiádate de mÃ!â, le habÃa interrumpido sonriente y simulando alarmarse el antropólogo, que a pesar de encontrarse, como todos, en una situación de alta tensión, parecÃa tener ganas de bromear, igual que Anna tenÃa el deseo, a pesar de todo, de discutir sobre teologÃa, tal vez ambos queriendo aliviar la tensión existente.
âHm... peroâ, habÃa dicho Anna, que no habÃa entendido el intento de broma: âpensaba que serÃa interesante, Janâ.
âPerdónameâ, le habÃa contestado Kubrich, âsolo bromeaba: si solo dependiera de mÃ, de verdad que te escucharÃa encantadoâ.
Pensando que las divagaciones tal vez fueran buenas para aliviar la ansiedad de todos, la comandante habÃa tolerado â... pero sÃ, Anna, te escuchamosâ.
âBueno, estaba a punto de decir antes que, tomando como verdadera la conjetura, que para mà es terrible, de los múltiples universos reales, la misma persona tiene al tiempo méritos y deméritos morales diferentes, de acuerdo con el universo en el que esté, será más o menos bueno o malo, de lo que se deduce que cada una de sus decisiones será más o menos altruista o más o menos egoÃsta; asà que, en su caso más extremo, el mismo sujeto, pongamos un Francisco de AsÃs, en una dimensión temporal ha sido honrado hasta la santidad (objetivo trascendente: la salvación eterna) pero ha sido completamente malvado en un universo en el otro extremo, por tanto destinado a la muerte eterna sin resurrección en Dios, en otras palabras, a la condena eternaâ.31 (#litres_trial_promo)
âSÃ, Annaâ, Valerio habÃa recuperado el turno de palabra, âpero aparte del discurso sobre el paraÃso y el infierno que solo nos interesa a los creyentes, la idea de múltiples universos es de por sà terrible: en el caso de múltiples universos reales, el yo, parafraseando a Pirandello, aunque sea subjetivamente y no en juicios subjetivos de otros, uno y cien mil o miles de millones, podrÃamos decir que no es en el fondo nada,32 (#litres_trial_promo) porque si existe todo lo que es posible, si la persona es millares y millones de individuos en otros tantos universos y no una sola, no es un yo y por tanto resulta absurdo y también contrario a la humanidad: el hombre resulta ser un cero. Para mà es inaceptable y creo, como Einstein, que Dios no juega a los dados y por tanto pongo mi fe en un único universoâ.
âTambién yo, evidentementeâ, habÃa corroborado Anna.
La comandante: âPor tanto, ahora se trata de actuar en el pasado para cambiar este, esperemos, único universo y devolverlo a la condición anterior al giro en el tiempoâ.
Se habÃa preguntado a las memorias de las calculadoras de a bordo de la cápsula.
La computadoras habÃan respondido que en el momento del salto cronoespacial hacia el sistema Alfa Centauri sobre el cual, como sabÃamos, se habÃan registrado datos de todo tipo tomados de calculadoras públicas de la Tierra, la única cronoastronave que resultaba no haber vuelto todavÃa del pasado era la número 9, que habÃa llevado a la Italia del año 1933 una expedición dirigida por el filósofo e historiador profesor Arturo Monti de la Universidad de La Sapienza de Roma. Al haberse interrumpido las comunicaciones de la 22 con la Tierra tras el salto, no podÃan tener noticias posteriores.
Luego se habÃa tratado de conocer la historia de la Tierra alternativa a partir de 1933 hasta la actualidad, el giro temporal que se suponÃa que se habÃa producido en aquel lejano año del siglo XX, advirtiendo que la cápsula 9 se habÃa dirigido al mes de junio del mismo 1933. Por otra parte se habÃan cuidado de informarse rápidamente de los acontecimientos históricos de la Tierra alternativa anteriores a ese periodo; si la historia precedente habÃa sido idéntica a la de la Tierra que Valerio y los demás conocÃan bien, resultarÃa factible que hubiera un solo mundo y que, simplemente, la historia hubiera cambiado con el giro temporal convirtiéndose luego en historia alternativa. En realidad, no podÃa tenerse ninguna certeza, ya que no era del todo excluible la posibilidad de dos universos cercanÃsimos en los que la historia, hasta un cierto momento fuera tan idéntica que no podrÃa distinguirse entre historia e historia alternativa; pero si no fuera asÃ, eso primaba la otra hipótesis: incluso en el interior de Jan Kubrich, después de todo.
En nuestra Tierra, Valerio Faro estaba acreditado en el Archivo Histórico Central y tenÃa acceso directo; esperaba que fuera también asà en la Tierra alternativa, es más, habÃa apostado por sà mismo, aunque no habÃa podido evitar preguntarse, mientras se preparaba para intentar el acceso: ¿y si en este mundo nazi yo ni siquiera he nacido? ¿Y si aquà no fuera un historiador sino... un marinero, o un abogado, o... quién sabe qué? Por otro lado, pensaba, lo que le disgustaba siendo un hombre libre y un demócrata convencido, que en el caso esperable de que pudiera acceder a los datos reservados del archivo electrónico, en la Tierra alternativa habrÃa sido un siervo del nazismo, ya que en caso contrario no habrÃa podido acceder; se habÃa preguntado además: ¿Yo o un alter ego? A partir de este pensamiento, habÃa introducido con inquietud su contraseña: habÃa podido entrar sin problemas. HabÃa tragado saliva instintivamente con alivio, fuera cual fuera la verdad, pero preguntándose ahora: â¿Nazi o Valerio alternativo?â.
HabÃa hablado sin intermediarios, como tenÃa derecho, con la máquina central. Como esperaba, también los programas del archivo estaban en alemán y no en inglés universal que, cuando habÃan partido, hablaban y escribÃan en todas partes desde la empresas comerciales a las etiquetas de fábrica cosidas en la ropa interior; ahora solo la cronoastronave 22 y sus discos volantes mantenÃan sus manuales en inglés, pertinente en el mundo de origen, igual que el propio Valerio y los demás pasajeros de la cápsula.
La primera pregunta del profesor se habÃa referido a la geografÃa polÃtica de la Tierra alternativa. La respuesta habÃa sido que todo el planeta era nazi, no solo Europa, y estaba organizado en el Imperio de la Gran Alemania, que comprendÃa tanto protectorados dirigidos por un gobernador alemán, como Estados Unidos de América, Rusia, Suiza y la mayorÃa de los estados afroasiáticos, comenzando por aquellos exislámicos, como reinos fantoches, como el de Italia regido por un rey de nombre Paolo Adolf II: los monarcas locales debÃa añadir Adolf al nombre propio. En cuanto al Imperio Mundial, el estatuto nazi preveÃa que para ascender a la corona imperial, tras la muerte o el derrocamiento violento del emperador precedente (esto solo habÃa pasado una vez en 2069), el sucesor tenÃa que ser elegido por las SS, recordando lo que hacÃan los césares en cierto periodo de la Roma imperial, ascendidos al trono por las legiones; además establecÃa que el recién elegido abandonara completamente su nombre y apellido y se convirtiera en Adolf Hitler. HabÃa un Adolf Hitler V en el trono, nada menos que el Káiser del Universo; sin embargo, el imperio, de hecho, comprendÃa solo unos pocos mundos aparte de la Tierra: la Luna, donde habÃa una base cientÃfica, los planetas del sistema solar, de los cuales tan solo Marte, en el que se habÃa cambiado artificialmente el clima, estaba habitado por unos pocos colonos, y finalmente algunos mundos en otras estrellas sobre los cuales, por ahora, solo habÃa misiones de estudio, entre las cuales estaba la expedición de la cápsula 22, con el hecho de que la cronoastronave acababa de entrar en la órbita terrestre. Los alemanes habÃan llegado a un poder tan grande gracias, inicialmente, a un robo de tecnologÃa de parte del disco estrellado y recuperado por los italianos en la SIAI Marchetti de Vergiate: evidentemente, el archivo hablaba en términos muy lisonjeros de una brillante operación militar realizada por los gloriosos idealistas alemanes. Sin embargo, resultaba que habÃa una tal Claretta, a la que Mussolini, siempre despreocupado por la moral familiar, tenÃa como amante fija, una mujer treinta años más joven que él, y esta estaba dispuesta a revelar a los alemanes la existencia y la ubicación del disco. Desde febrero de 1933, habÃa aceptado trabajar para los servicios secretos nazis por dos mil liras al mes, lo que, en aquellos tiempos, era una suma importante. La infeliz no se daba cuenta de los problemas que podÃa dar a Italia la divulgación de noticias recogidas entre las sábanas del Gran Jefe. El archivo decÃa que los ingenuos italianos habÃan creÃdo durante muchos años que tal vez habÃan sido los ingleses, considerados los constructores del disco, los autores del robo y que, por otro lado, el sigilo alemán habÃa sido eficaz, no solo con respecto a la Operación Patriota, como se la llamaba habitualmente, sino también a las posteriores actividades de estudio, asignadas personalmente por Hitler a los ingenieros Hermann Oberth y Andreas Epp: los trabajos habÃan necesitado años, las bombas disgregadoras y los discos voladores alemanes se habÃan puesto a punto al inicio de 1939; después de varios intentos, paradójicamente gracias a Mussolini, con el acercamiento ya estrechÃsimo entre Italia y Alemania, incluso antes de los acuerdos entre los dos paÃses del llamado Pacto de Acero militar firmado el 22 de mayo de 1939: el dictador italiano, ahora subyugado psicológicamente por la fuerza económica y bélica demostrada por el Tercer Reich, habÃa entregado a Hitler un dossier sobre el disco capturado en Italia y sobre los avistamientos de otros objetos volantes no convencionales y, por petición expresa, habÃa consentido además que fÃsicos e ingenieros alemanes participaran en el proyecto del Gabinete RS/33 sobre lo que quedaba del disco, que en aquel entonces se habÃa trasladado a la nueva base de Guidonia. Finalmente se habÃa producido la compartición de información concedida por el ahora débil y desconcertado Mussolini que determinarÃa el completo éxito de las operaciones de ingenierÃa inversa de los alemanes: Alemania habÃa construido 31 discos operativos, dotados cada uno de cuatro misiles con otras tantas bombas disgregadoras; se habÃan construido y probado en una base a una decena de kilómetros de Bremerhaven, en la costa del Mar del Norte, en el Lander de Bremen; las bombas se fabricaban y probaban en la localidad de Peenemünde, en la isla de Usedom, en el litoral báltico del Reich, evacuada previamente la poca población civil residente, e igualmente se habÃa despejado el litoral cercano a la isla a muchos kilómetros a su alrededor. Desde el momento de la puesta a punto de los discos, los misiles y las bombas, los nazis habÃan necesitado un par de meses para el adiestramiento de aviadores para pilotar estos mismos discos en la atmósfera y en vuelo suborbital, bajo la dirección del as de la aviación nazi alemana Rudolph Schriever, además del uso de los misiles, evidentemente lanzados durante los ejercicios sin las bombas disgregadoras, sustituidas por mecanismos con explosivo convencional. A principios de julio de 1939 Alemania habÃa entrado en guerra sin preaviso y, a diferencia de lo que narraba la historia tradicional, en la historia alternativa habÃa vencido casi inmediatamente: sobre todo, los fliegender scheiben (discos volantes) en vuelo suborbital, movidos por antigravedad, lanzaron misiles armados con bombas disgregadoras, idénticas a aquellas de las que disponÃan las lanzaderas de desembarco de las cronoastronaves, sobre varias ciudades de Gran Bretaña, Francia, la Unión Soviética y Estados Unidos. Como habÃa intuido Valerio Faro y aquellos que a sus espaldas asistÃan a la investigación, el hecho de que los discos hubieran sido por entonces suborbitales se debÃa a que todavÃa eran imperfectos, en ese momento, con respecto al prototipo del futuro.
La historia alternativa seguÃa de una manera escalofriante con la pérdida de cualquier valor espiritual y el triunfo del ateÃsmo más absoluto. La persona se habÃa reducido a la nada, a un mero peón del imperio nacionalsocialista. Evidentemente, el Archivo Histórico Central exaltaba esto como una valiosÃsima conquista de la humanidad, confundiendo esta con la pseudorraza aria, mientras que consideraba subhumanos a todos los demás seres humanos. Tras la guerra relámpago de 1939, se habÃan logrado ulteriores mejoras en los discos volantes, hasta alcanzar el vuelo orbital y posteriormente el espacial por debajo de la velocidad de la luz: en 1943 Alemania habÃa llegado ya a la Luna con cuatro hombres de la Luftwaffe de vuelta a la Tierra alternativa sanos y salvos y en 1998 seis aviadores nazis, cinco alemanes y uno austriaco, con un disco mucho mayor que los precedentes, proyectado y construido para ello, habÃan desembarcado en Marte por primera vez y no habÃan regresado. La verdadera colonización del planeta rojo se habÃa producido sin embargo, igual que en el mundo de Valerio y de Margherita, solo con la creación de las cronoastronaves, proyectadas en la Tierra alternativa en 2098, esta vez totalmente un producto de la ingenierÃa nazi, igual que en la Tierra habÃa sido de la ingenierÃa de los Estados Confederados de Europa pocos años antes: el viaje experimental en el espacio-tiempo de los astronautas nazis se habÃa dirigido a 2015, al vecino sistema doble Alfa Centauri A y B, sin descender a planetas: aproximadamente lo que habÃa pasado con la Tierra, que habÃa conquistado el espacio profundo en 2107 con un viaje de circunnavegación a la estrella Próxima Centauri, a 4,22 años luz de distancia de nuestro Sol, y retorno inmediato. Sin embargo no aparecÃa en el archivo nazi de la Tierra alternativa que hubieran realizado viajes en el tiempo: ¿tal vez temiendo cambiar la historia en su propio perjuicio? Por tanto, tampoco habÃa habido una expedición al año 1933 para estudiar el fascismo y, como habÃan pensado Margherita y los demás, el disco capturado por los italianos y robado por los alemanes habÃa venido de la Tierra y no de la Tierra alternativa. Valerio habÃa preguntado al archivo también acerca de los tiempos anteriores a los años 30 del siglo XX: desde los albores de la civilización hasta junio de 1933, la historia alternativa resultaba ser igual que la historia.
âCreo que, visto estoâ, habÃa declarado la comandante a la tripulación y los cientÃficos, âno nos queda sino saltar al pasado y tratar de cambiar las cosasâ.
Acababa de terminar la frase cuando las computadoras de a bordo habÃan puesto en alarma roja a la cápsula: habÃan registrado un disco, seguramente amigo, de la dotación de la nave 22, acercarse a la máxima velocidad y, detrás de él, una decena de kilómetros por detrás, otros dos discos no identificados. Las computadoras habÃan advertido poco después el lanzamiento de un misil de los segundo contra el primero, mientras que el piloto amigo solicitaba acuciantemente a la cápsula 22 que abriera el hangar con prioridad absoluta. Asà se habÃa hecho. La maniobra posterior de la lanzadera era temeraria, con el riesgo de estrellarse contra la cronoastronave y dañarla o algo peor; sin embargo el disco habÃa entrado en el astrohangar sin daños. En cuanto se cerraron las compuertas detrás de la lanzadera, la comandante habÃa ordenado a la computadora un salto inmediato hacia el pasado y la aeronave 22 habÃa desaparecido justo a tiempo para no ser alcanzada por los misiles. Si se hubieran seguido las normas de seguridad, el cronosalto deberÃa haberse llevado a cabo lejos del planeta, pero en este caso la energÃa desplegada por la nave del tiempo habÃa aniquilado los misiles ya cercanÃsimos de los discos perseguidores.
CapÃtulo 5
A las 0 horas y 30 minutos de la noche del 18 de junio de 1933, ni siquiera cinco dÃas después del traslado del disco capturado, en un hangar de la fábrica SIAI Marchetti de Vergiate múltiples siluetas apenas distinguibles por los ojos de un gato, vestidas completamente de negro, habÃan caÃdo silenciosamente en el terreno en torno a las instalaciones, usando paracaÃdas igualmente negros. Para que los motores de los aviones que les habÃan transportado desde Baviera hasta el lugar no fueran oÃdos fácilmente desde tierra, los paracaidistas habÃan saltado desde una altura de cuatro mil metros, abriendo sus telas después de una caÃda libre de tres mil seiscientos. A pesar de la oscuridad, ninguno habÃa fallado.
ConocÃan bien los turnos de vigilancia de la guardia italiana porque una espÃa los habÃa comprobado en los dÃas anteriores y se lo habÃa comunicado a sus superiores en BerlÃn. SabÃan que en la medianoche del 18 de junio se habÃa producido el cambio de guardia y que el manÃpulo de la Milicia relevado habÃa dejado sus puestos para volver al cuartel.
Después de reunirse, la compañÃa, compuesta por sesenta hombres a las órdenes del capitán Otto Skorzeny y algunos gastadores de ingenieros, habÃa penetrado en silencio, con el paso militar de un fantasma, en el local de la porterÃa de la fábrica, cerrando de inmediato la boca y degollando a los dos pobres porteros, marido y mujer. Luego cincuenta de los sesenta incursores, todos armados con fusiles automáticos Thompson de fabricación estadounidense, adquiridos mediante intermediarios por representantes del Tercer Reich, habÃan atacado al manÃpulo de la Milicia y los dos subtenientes del OVRA que en ese momento vigilaban el disco y, gracias a la sorpresa y al armamento moderno, habÃan matado a todos. Solo habÃan muerto ocho asaltantes alemanes y cuatro habÃan quedado heridos por los disparos de los viejos mosquetes del modelo â91 de la dotación de los italianos. Entretanto los diez paracaidistas que habÃan quedado atrás habÃan encendido fuegos en la pista de aterrizaje que discurrÃa junto a la fábrica para que pudieran aterrizar los mismos aviones desde los que habÃan saltado. Los demás, después de hacer fotografÃas y grabaciones cinematográficas externas e internas del disco hasta entonces entero, se habÃan llevado las partes transportables, empezando por los misiles con sus bombas y los aparatos cinefotográficos y de radio. Toda la carga se habÃa llevado luego a la bodega de los aviones y posteriormente se habÃa hecho lo mismo con los muertos y heridos de la compañÃa. Finalmente, los incursores de Hitler habÃan despegado sin problemas.
El personal civil que habÃa llegado a la fábrica a las 6 de la mañana para empezar su turno de trabajo se habÃa encontrado con el espectáculo de carnicerÃa de los dos porteros degollados y posteriormente con la masacre de milicianos.
En Roma no se habÃa sospechado la realidad, debido a la baja estima en que tenÃa Mussolini en aquel tiempo a Alemania; el Duce habÃa pensado sin ninguna duda en un golpe de mano de aquellos a quienes todos consideraban los propietarios legÃtimos del disco: los ingleses.
Las investigaciones tecnológicas fascistas sobre el disco se habÃan limitado a partir de entonces, por fuerza, a lo que restaba y no se habÃa podido hacer nada con respecto a los misiles, a sus respectivas bombas disgregadoras ni a los futuristas microaparatos de videorradio robados por los nazis, claramente las partes militarmente más interesantes del botÃn, armas e instrumentos que, dado su tamaño relativamente pequeño, los italianos podÃan haber recogido sin daño y haber mandado a Roma, en lugar de dejarlos despreocupadamente en Vergiate, donde habÃan sido sustraÃdos fácilmente. Naturalmente, habÃan rodado algunas cabezas, pero, también naturalmente, no las de los gerifaltes que deberÃan haber sido los primeros en pensarlo, por decirlo asÃ, por no hablar del Gran Jefe, ni las cabezas, entre otros ilustres, del director de la OVRA y el ministro de aeronáutica, Balbo. Nada nuevo bajo el sol, en suma.
Ya en la tarde del mismo 18 de junio de 1933, Hermann Goering, ministro del interior de la región de Prusia y futuro ministro de aviación del Reich, que ya para entonces era en la práctica la segunda autoridad del régimen, por orden de Hitler habÃa confiado la dirección de los estudios y las consiguientes investigaciones de ingenierÃa inversa sobre el precioso botÃn a Hermann Oberth y Andreas Epp, ingenieros de asegurada competencia profesional y probada lealtad nazi.
Esto se habÃa producido cuando en Alemania entonces no se habÃa reconstruido oficialmente una aviación militar ni, en ella, un cuerpo de paracaidistas, casi dos años antes de que, el 11 de marzo de 1935, Goering fundara la Luftwaffe, nombrado a la vez por Hitler como su comandante en jefe.
CapÃtulo 6
Un informe de la ComisarÃa local de uno de los comisarios de Forli decÃa: âEl 14 de agosto de 1933 hacia las 14:30 hora italiana, el vanguardista Ferrini Mario hijo de Luigi y de MarÃa, de soltera Troneri, nacido en Forli el 16 de junio de 1917, estudiante, estando de paseo conversando con amigos igualmente de 16 años, estudiantes y vanguardistas,33 (#litres_trial_promo) observó repentinamente una especie de cápsula luminosa a gran altura, que debido a su gran altitud parecÃa bastante pequeña, pero que debÃa ser en realidad gigantesca, atravesar en vuelo de sur a norte, en menos de medio minuto, el cielo sobre la ciudad, apareciendo y desapareciendo entre las nubes dispersas. También sus amigos, a los que Ferrini les hizo de inmediato mirar hacia lo alto, vieron aquel extraño objeto y lo siguieron con la vista hasta que desapareció en el horizonteâ.
âEstaba mucho, mucho más alto que la cima del Monte Biancoâ, habÃa dicho horas antes Mario a su madre, ama de casa. A las 17:00, el padre, subteniente primero de la Seguridad Pública, tras terminar su turno, habÃa vuelto a casa y también se le habÃa informado. Diligentemente, el suboficial habÃa vuelto a la oficina acompañado por el muchacho y con él habÃa escrito un informe para la ComisarÃa de Forli, aunque en el fondo creyera que se trataba de un simple dirigible, un tipo de aeronave que no era extraño en los cielos en aquel tiempo, aunque ya hacÃa tiempo que se preferÃan los aviones a causa de los accidentes con aerostatos a motor más ligeros que el aire, como el famoso desastre de 1928 del dirigible Italia durante la expedición al Polo Norte del general Umberto Nobile.
La diligencia del subteniente derivaba de las disposiciones precisas enviadas desde Roma a todas las fuerzas de policÃa desde mediados de junio, por las cuales cualquier avistamiento de medios voladores desconocidos debÃa ser reportado inmediatamente, sin excepciones, directamente a la oficina de la OVRA adjunta a la respectiva ComisarÃa.
La copia de la declaración oral habÃa sido por tanto enviada desde la ComisarÃa, hacia las 18:45, a la sección competente de la OVRA a través de un agente motociclista. La noticia se habÃa retransmitido desde esta a la oficina de Bocchini a Roma, por vÃa telefónica; este habÃa solicitado copia escrita de la declaración de avistamiento y, entretanto, habÃa advertido por teléfono tanto al director en funciones del Gabinete RS/33, Gino Cecchini, del Observatorio de Milano Merate, como a Mussolini, que, en aquel momento, se encontraba en su casa de Villa Torlonia dispuesto a disfrutar, a la cabeza de la mesa familiar, de sus queridos tortellini en sopa cubiertos de parmesano rallado que su mujer, buena ama de casa que rechazaba tener cocineros, le habÃa preparado personalmente para cenar.
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