– Puedo decirle a Juan Miguel que el petrolero ruso se lo regaló a Lourdes y ella necesitaba con urgencia dinero. – Venció la tentación, Eliz se rindió.
– Niña inteligente – la felicitó Lázaro – reconozco a mi chica. Así agarrarás al flamenco de las dos patas – podrás sin miedo llevar el brazalete y le sacarás a Juan Miguel unos trescientos dólares.
¿De Juan Miguel? ¿Trescientos dólares? Esto es casi todo su ahorro… Susurró como hipnotizada Eliz. Ya era la hora de volver a casa. Nunca se atrevería a cometer tal engaño… Si la joya no luciera de manera tan encantadora. No es una pieza de artesanía de conchas, ni siquiera de coral negro enmarcado en plata. Una verdadera obra maestra de joyería. Ella misma es como una reina española… En aras de tal maravilla uno puede acudir a un pequeño engaño.
Eliz se sentó en el coche de Lázaro para irse a Cárdenas. En su mano brillaba el brazalete, y en la bolsita llevaba la nueva ropa interior. En su cabeza se había ideado una leyenda precisa y muy verídica acerca de las imprevistas adquisiciones. La chica se disponía a exponer lo inventado al ex esposo, cuyo respeto era lo último que ella no quería perder.
Se perdonaba diciendo que Juan Miguel le había prometido comprar algo muy caro inmediatamente después de que naciera Eliancito, pero resultó que no había cumplido lo prometido. Él es bueno. Uno puede manejar a Juan Miguel como un guiñol. Lo simplón que es. ¡Oh, si en aquellos años no hubiera sido tan descuidado! Lázaro, sí, es otra cosa. Este hombre sabe lo que desea y qué es lo que quieren las mujeres. Cada uno cree en lo suyo y se traiciona siempre del mismo modo.
Cárdenas, municipio de Matanzas, Cuba
Juan Miguel dormía tranquilamente, abrazado a su pequeño Elián, envuelto cuidadosamente en una tierna manta de plumón, que le había regalado al nieto la abuela Raquel – la mamá de Elizabeth.
Todo el día el chiquillo estuvo jugando con los niños vecinos. Primero al béisbol y luego al fútbol. No, por ahora no le invitaban a jugar en el equipo. Todavía es pequeño. Pero corrió hasta hartarse y varias veces pudo chutar el balón cuando este salía fuera del campo.
Papá todo el tiempo estaba al lado suyo. Después de uno de los sucesivos “out”, cuando la pelota volvió a hallarse muy cerca de Eliancito, el niño, sin pensarlo siquiera, se lanzó hacia ella, y le dio con todas sus fuerzas y se precipitó a correr tras esta, apartándose así del campo de fútbol. Lo alcanzó el ochoañero Lorenzo, el capitán del equipo que iba perdiendo, contrariado de su propia incapacidad. Él gritó furiosamente a Eliancito, echando una sarta de exigencias, que le diera la pelota:
– ¡Dámela! ¡Esta es mi pelota! ¡No nos molestes cuando jugamos!
Al haber quitado el objeto anhelado, el fiñe5 ahí mismo lo puso en juego, haciéndolo sacar de la banda del campo.
Hubo un segundo de compasión entre los espectadores respecto al desanimado Eliancito, cuyos ojos se humedecieron de una amargura insoportable. Y luego todos, con admiración sincera, siguieron los momentos del juego. Solo el padre concibió la “gran tragedia” del pequeño Elián, el cual vino corriendo hacia él para compartir su ofensa.
– No hay nada de malo – le guiñó el ojo al hijo – Pasados dos años estarás crecidito y vas a jugar como el argentino Diego Armando Maradona, el rey del fútbol. Y entonces, querrá venir a Cárdenas6. Le será curioso contemplar a un niño, que se hizo tan mago en el juego, como el propio Maradona. Y cuando te vea, te entregará personalmente una verdadera pelota de fútbol con su autógrafo.
Eliancito, inmerso en el cuento de su padre, casi se olvidó de la humillación que acababa de sufrir. En su rostro de repente se manifestó una “perfidia infantil” – él se imaginaba cómo hacía gambetas con la pelota con rombos negros ante los ojos de su ofensor, del capitán de ocho años de la selección del barrio, después de lo cual el niño es admitido al equipo y Elián mete un gol.
– ¿Papá, Maradona no puede venir antes? – preguntó el chiquillo a su papá.
– No, ahora tiene problemas con el calzado – contestó rápido Juan Miguel – No tiene con qué jugar. Las botas de fútbol se rompieron después de un sucesivo partido, y es que él estaba muy acostumbrado a estas.
– ¿Cómo se rompieron? – se sorprendió el niño.
– Es que demasiado fuerte chutó la pelota…
– Que se ponga otras botas nuevas – continuó Eliancito.
– El asunto es que él más bien se verá frustrado, porque empezará usando otras botas. Sus piernas no se sentirán cómodas llevando un calzado nuevo. Esto es como tu casa natal. Alguien quizás pueda tener un apartamento más espacioso con hermosos muebles, pero estando de visitas en algún lado, sueñas solamente una cosa, hallarte en tu casa donde eres dueño de ti mismo, donde la limpieza y el orden dependen solo de ti, donde no están desparramados los juguetes. ¡Y estás contento! Te alegran los huéspedes, siempre y cuando no se comporten groseramente en tu casa, aprovechando tu hospitalidad. En este caso, naturalmente, pedirás de manera cortés a tus visitantes, muy exaltados, que vuelvan a casita.
– ¡Volver a casita! – repitió el niño estas palabras y no se sabe por qué empezó a reír a carcajadas.
– Y tú dices: “Botas nuevas” … – resumió Juan Miguel – cuando Maradona repare sus botas queridas, entonces él vendrá a verte.
– ¿Cuándo las reparará? – Elián quisiera saber eso.
– Habrá de ser dentro de dos años – con pleno conocimiento de la causa, respondió papá – Cuando seas ya un delantero conocido.
– ¡Ah! – exclamó Elián – ¡Es que hay tiempo todavía! ¡Podré entrenar!
El ánimo del niño mejoró considerablemente. Volvió a correr hacia el borde del campo esperando recibir un pase, aunque siendo por error este, y no era importante de quién.
No hubo tal pase. La causa no era la avaricia de los niños, sino un caso de fuerza mayor que interrumpió el partido de fútbol. Uno de los chicos, salvando la portería, golpeó con tanta fuerza la pelota que esta cayó exactamente en el camino carretero. Echó a rodar hacia abajo por el empedrado y acertó a dar bajo las ruedas de un “Škoda” de alquiler. El turista español que conducía el coche, al oír el estallido, en ese mismo momento se puso en guardia. El turismo de poca cilindrada continuaba moviéndose. Eso significaba que no había causas de preocupaciones.
El cuadro que se abría ante los ojos de los niños del barrio, no era nada agradable, era una arrugada pelota de cuero con dos agujeros y ya no era apta más para jugar. Un pillo del equipo de Lorenzo alzó los restos de la pelota y, metiendo la mano en el orificio, pudo calmar al capitán diciendo:
– ¡Si la pelota estuviera entera, los despedazaríamos como a gatitos ciegos!
– ¡Así es! – aprobaron la declaración los restantes miembros del equipo – ¡Como a cachorros mudos!
Lorenzo, el “propietario” de la pelota magnífica o, mejor dicho, de lo que quedó de esta, hasta el último momento seguía estando en completa postración, de repente concibió que la derrota del equipo del odioso Enrique, condiscípulo-pendenciero, podría ser disputada en tiempos mejores. Los amigos de Enrique jugaban mejor y en esos segundos llegó una salvación inesperada. Lamentaba mucho lo ocurrido, pero, como se expresa su abuela de Miami, la cual visita al nieto una vez al año, “no hay mal que por bien no venga”. Justamente ella envió de Estados Unidos esta muestra futbolística.
– ¡Pues, olvidemos lo de la pelota! – opinó sobre eso el fanfarrón pequeño – mi abuela querida me enviará una pelota como esa y hasta aún mejor. ¡Entonces jugaremos el partido! ¡Y eso no les saldrá bien! – dijo de manera amenazante, dirigiéndose a los contrincantes, tomó la pelota pinchada y, sin lamentarse, la tiró al contenedor de basura.
Habiendo contemplado esto, los rapaces se desbandaron. Una pareja entrada en años, la cual ya hace una hora estaba sin hacer nada en el balcón, de manera casual, había oído estas réplicas y opinó de lo ocurrido:
– ¡Que niño tan mimado es este Lorencito! Su abuela Lucía, cuando huía de Cuba, dejó su hija con un niño de teta y ahora hace penitencia de sus pecados ante ella y el nieto. Los colma de regalos y les hace zalamerías, víbora – no de buena manera se expresó de la abuela de Lorenzo la señora canosa.
– Todo lo que envían los yanquis a Cuba, hay que aplastarlo y echar a la basura – con odio refunfuñó el anciano, héroe de la batalla de Playa Girón. – Ese es el destino de esta limosna americana.
En esto la historia no ha acabado. Apenas hubo amanecido, Juan Miguel dejó a Eliancito dormido y se dirigió a buscar el fatídico atributo futbolístico. Sin dificultad alguna encontró en la acera aquel mismo contenedor de basura y extrajo de él el regalo tirado de la abuela Lucía de Miami.
Por la mañana llamó al aún semidormido Elián para ir al campo de fútbol. El chiquillo dio un grito, cuando el padre, como un mago circense, sacó de un paquete, una pelota de fútbol y la golpeó levemente con la pierna, haciendo un pase al hijo. Este inmediatamente se reanimó, y la somnolencia se esfumó. De manera incansable corría tras la pelota, tropezaba, cayó varias veces, pero al instante se levantaba, animado por las palabras del padre:
– ¡Maradona nunca lloraba si se caía! A él le pegaban de manera muy dura. Los hombres verdaderos no lloriquean como las niñas. Se levantan inmediatamente. Se ponen de rodillas solamente los lacayos…
Eliancito, sudado, ni siquiera notó que casi una hora entera estuvo jugando con su papá al fútbol. Él ganó. No sabía que su padre no jugaba con plena entrega. Es que Juan Miguel sinceramente se apenaba e indignaba cuando le metían goles en su portería.
Una hora después de iniciarse el juego, Juan Miguel se cansó. No hay nada extraño. No pegó ojo durante la noche, haciendo meter trapos en la cámara de la pelota rota. Pero la primera etapa de esta muy minuciosa labor para reanimar la propiedad del ochoañero Lorencito era apenas la mitad del asunto. Cuando la cámara de la pelota estaba llena hasta el tope con una cantidad numerosa de capas de trapos, por delante había que realizar una operación, cuyas herramientas serían una gruesa aguja de la abuela Raquel e hilos irrompibles de nilón y un dedal de estaño.
El dedal no pudo proteger a Juan Miguel de unos cuantos pinchazos, no obstante, el resultado de su labor abnegada ya adquirió formas concretas hacia la mañana. La pelota “restaurada” parecía ser nuevita, y en cuanto al peso no lo superaba en mucho a la de la original.
– ¡Papá, ataja! – gritó Eliancito al padre y asestó un fuerte golpe a la pelota con la punta del pie.
Esta pasó volando sin acertar en la portería y rodando llegó hasta los mismos pies de Lorenzo, cargado de rabia. Toda la banda futbolística del barrio se había amontonado tras la espalda de su capitán.
– ¡Ud. robó mi pelota! – expuso Lorenzo su acusación a Juan Miguel. – ¡Esta pelota es mía! ¡No es suya! ¡Ud. es un ladrón!
Juan Miguel tomó de la mano a Eliancito y se aproximó callado a los niños ahí reunidos.
El pie de Lorencito pisaba demostrativamente su propiedad. Sentía el respaldo tácito de los compañeritos de equipo parados detrás de él. Ellos quedaron admirados de que uno de sus líderes no se hubiera asustado siquiera. La confrontación desigual entre el audaz capitán y el adulto musculoso don Juan, que resultó ser ladrón, podría terminar quién sabe cómo…
– Nunca ansiaba poseer los bienes ajenos. Me sobra lo que tengo – se puso a hablar tranquilamente Juan Miguel – Eso se lo estoy enseñando a Eliancito. Es que ayer alguien echó a la basura un objeto inservible, no apto para nada. Tuve que trabajar con mucho ardor para volverlo a la vida. Primero hubo que rellenarlo hasta el tope, luego coserlo con una aguja muy gruesa. Además, varias veces me herí el dedo. No habría posibilidad de corregir la situación de otra manera., es sabido que en toda la barriada no hay ni una bomba para este tipo de pelotas. Sea como sea – la pelota es tuya, pues llévatela. Lo que nosotros con mi hijito la aprovechamos jugando, que sea eso el pago por la reparación…
Juan Miguel y Elián se encaminaron lentamente hacia su casa. Los acompañaban doce pares de ojitos infantiles.
– ¿Eliancito, no quisieras jugar con nosotros? – de improviso se oyó una tardía invitación de Lorenzo.
Elián se volvió asustado, luego esperanzado alzó los ojitos hacia el padre. Juan Miguel meneó la cabeza aprobativamente, y el hijo feliz se precipitó a correr apresuradamente hacia los niños mayores. Estos se desbandaron al instante por la cancha y con mucha seriedad iniciaron el sorteo. En esta ocasión Lorencito repartía a los niños en equipos. No permitirá más que el pendenciero Enrique ordene aquí. ¿Pero dónde habrá de jugar el chiquitín Elián, naturalmente, en mi equipo, y yo personalmente voy a proteger al hijo de Juan Miguel, si los chicos de Enrique se atreven a empujarle y jugar duro…
Satisfecho con el resultado del partido y la rica cena, que había preparado su papá, ya hacia la noche Elián se puso a bostezar. Juan Miguel lo tomó en sus brazos y lo trasladó a la cama. Cuidadosamente lo tendió de costado en ella y se acostó al lado, contemplando al chiquitín que se dormía.
– Duerme, querido mío, yo le dije a un ángel que te besara por mí, pero este volvió y dijo: “Los ángeles no besan a los ángeles” … Por eso yo mismo debo besarte.
Le dio un beso ruidoso en la mejilla y, mirando el reloj, comunicó:
– Son las dos. Pronto vendrá mamá.
Pero Elián ya no oía nada. Dormía dulcemente, inmerso en panoramas agradables y sueños dorados.
* * *
Elizabeth sorprendió al ex marido y al hijo durmiendo abrazados. Llegó por la mañana el insaciable Lázaro de improviso hizo un enroque, sin que se tomaran en consideración los planes de ella. Cabe decir, que Eliz no se reveló mucho cuando el amante la llevó, en vez de Cárdenas, a un lugarcito a la muy concurrida casa de trueno del Varadero nocturno. Allí se hallaba la discoteca “La Cueva del Pirata”, ubicada en una gruta natural.
…Los extranjeros y las extranjeras, que iban y venían en ansiosas búsquedas del amor cubano, fácilmente encontraban a muchachos y muchachas interesados en hacer zambullir a los turistas en, el poco acostumbrado para el ciudadano occidental, mundo de una sincera y despreocupada cordialidad, condimentada con un sexo excelente y bien ensayado.
Los descendientes de los conquistadores españoles y esclavos de Ruanda hacían salir del estado de depresión espiritual a las ninfas, desposeídas del mimo masculino, de la Europa, y las mulatas y mestizas cubrían de besos, derrotados por la emancipación, a los desdichados canadienses y, los que huyeron de las feministas al vedado cubano, a los papanatas alemanes.
Todo el mundo, salvo los veraneantes rusos, fácilmente pudieron evaluar la esencia que diferencia las civilizaciones. Estos turistas no pudieron notar la diferencia, se lo impedía hacer la enorme cantidad tomada de “daiquiris”, “mojitos” y “cubalibres”. La borrachera, que en ciertos momentos conllevaba al trastorno mental, no permitía plenamente concentrarse en lo mágico, lo que sucedía ante los ojos y gozar del sueño hecho realidad. Las cubanitas brincaban estando con los muchachos rusos, como delfines, que chapoteaban y se zambullían al lado de la orilla, en espera de exaltaciones infantiles. La reacción de los rusos, en el mejor caso, se asemejaba a la conducta de las iguanas desconfiadas, en el peor caso a la inmovilidad del cocodrilo.
Pero lo más inexplicable es el pago por el goce. En realidad, resultó ser más bien mísero en comparación con el equivalente de los gastos de servicios análogos en cualquier país de la viejecita Europa, sin hablar ya de Moscú. Enloquecida esta por el flujo de petrodólares, con sus prostíbulos, camuflados como clubes de striptease. Lo más extraño de la prostitución cubana consistía en que no era obligatorio el pago, si esto era por amor. Había de sobra voluntarios, tanto entre los turistas, como entre los locales, que estaban sedientos y ansiosos de compartir lo romántico. Aquí dominaba la sed de comunicación sobre el vergonzoso sentimiento de lucro. La causa es muy simple. Los cubanos no son solamente una nación. El cubano es el nombre del orgullo y de la independencia.
Pudieron liberarse del Imperio no solo de facto y de jure, muchos lograron alcanzar la independencia en sus propias cabezas. A esta cohorte numerosa los gobernadores ascetas en el transcurso de largos años de soberanía estatal le han inculcado el desaire hacia Su Majestad el Dólar, lo que, sin embargo, no repugnaba a la gente de ganancias casuales y ayudaba a considerar como temporal cualquier sindineritis. En Cuba pueden ser permanentes solo la temperatura del agua y el aire – de +21ºC a +27ºC el año entero. En tales condiciones del tiempo se fusiona precisamente la codicia. En lo que se refiere a Fidel… Él también es algo permanente. La amplitud de sus variaciones es insignificante. No permite que desaparezca el pueblo por el embargo económico. El genial longevo Fidel aparentaba ser una especie de corifeo ante los ojos de las masas. Se asemeja a los médicos cubanos, famosos en todo el mundo, que elaboraron un medicamento eficaz contra el SIDA. Solamente los esculapios cubanos pudieron hacer lo imposible e inventar un preparado, que mantiene el sistema inmune de los infectados por VIH. Solo Fidel fue capaz de realizar un milagro – una poción extraordinaria de vitalidad de un pueblo poco numeroso cercado por los enemigos. La fórmula del elixir se mantenía en absoluto y estricto secreto. Transcurridos los años lo misterioso se hizo evidente. Fidel no inventaba nada, él, llamándose ateísta, materializó en la práctica el postulado cristiano – no teman reproducirse. Dios no dejará sin sustento a sus hijos queridos…
Durante los cuarenta años de su gobierno la cantidad de habitantes del país se duplicó, mientras el incremento de la población del mundo occidental cuenta con unos mezquinos porcentajes. Las sanciones de Estados Unidos justamente así influyeron en los cubanos. La respuesta de Cuba fue la reproducción. A ésa contribuyeron aquellos mismos médicos. Y la educación cubana los hizo altamente cualificados, a lo expuesto no tenían nada que ver los proxenetas y criminales, lo que nos obliga a retornar la lógica y la continuidad de esta narración.
Pues, volvamos a nuestro héroe-amante. Jean-Baptiste Moliére, autor del inmortal “Tartufo”, cierta vez notó con aire de clarividencia: “Los envidiosos morirán, pero la avaricia – nunca…” Lázaro sufría de un malestar espiritual, viendo a una cubanita, paseando con algún extranjero a lo largo de la playa. Los dos se las daban de ser una pareja de amantes, arrullando como tortolitos.
Una cosa es el sexo inofensivo, lo que te da una posibilidad segura, al 100%, de conseguir divisas. No veía nada reprensible en tal tipo de “iniciativa empresarial”. Pero es completamente otra cosa entablar relaciones duraderas con estos acicalados dandis. ¡He aquí donde yace la verdadera traición! Así opinaba el mujeriego Lázaro, el Don Juan local, siendo antes barman, nunca desdeñaba arrancar sus intereses de las amiguitas, que fueron ofrecidas a los europeos. No le acusaba la conciencia cuando este vivía a expensas de las mujeres caídas. Otra cosa le sacaba de quicio – cuando las citas breves iban cobrando un carácter más serio. Entonces la indignación del ex barman se transformaba en ira y acababa en palizas y golpes contra las compañeras.
Justamente ahora, en “La Cueva del Pirata”, adonde trajo a Elizabeth la despreocupación rápidamente cambió por la irritación. Los nervios se rebelaron porque este lugarcito de moda estaba lleno de parejas de enamorados, donde desempeñaban el papel de machos los ricachones europeos y las hembras, conforme a la definición de sicología, eran sus compatriotas. ¡Tontas! ¡Están listas a entregarse por un ron con cola y bombones! ¡Qué beneficios se esfuman!
Su alma baja de proxeneta requería de él nuevas acciones y actividades. Pero ahora, cuando en el horizonte se vislumbraba la perspectiva de Miami, Lázaro no empezaría a ofrecer su mediación a unas mozas poco conocidas. Los “mastines” lo tenían fichado en una nómina especial. ¿Valía la pena arriesgarse en minucias, ya que un gran dineral estaba a la vuelta de la esquina, tras una bahía? Se hacía frenar con la idea de que su iniciativa empresarial, a la que en Cuba nadie toma en consideración, en plena medida será útil en realidad en una gran operación. Para este asuntito se necesitará no solo un fuerte y seguro barquito, sino una astucia increíble, de la cual él disponía indudablemente. La recompensa será el sueño americano hecho realidad. Por eso no se ha de cazar al zunzuncito7, cuando al pie de la catarata hay una bandada de flamencos rosados…
Se llevará lo que merece debido a su talento. ¡Vivir como toda esa gentuza, no es para él! Que crean en los cuentos de Castro sobre la vida modesta, pero llena de dignidad humana, los fanáticos de él. El mundo a nuestros pies, a eso debemos aspirar. Las doncellas prefieren a los señores adinerados. Ellas se lanzarán tras él, como lo está haciendo la feúcha Eliz – ella es su entrada al paraíso. Se ha de llevar adicionalmente a Miami a su mocoso. ¡Oh! Como se revelan los gastos de la afección maternal. ¡Qué bueno es que al tonto Juan Miguel lo haya alejado de ella!
– ¡Fíjate como este gordinflón está bailando la salsa! ¡Le tiembla la barriga como una bolsa de agua caliente! – Lázaro meneó la cabeza en dirección al marinero inglés. Este llevaba una barba artística y estaba danzando con torpeza al estilo “latino”.
A Elizabeth le hizo sonreír la apariencia del amante del mar, en especial, cuando aquel metió en la boca una pipa grande y empezó a echar humo como un tren blindado. El contenido de su barriga se vertía de la izquierda a la derecha como si fuera leche en la ubre de una vaca.
“Ella es igual como todas las otras – pensó Lázaro – ¡Plebe! Cómo les puede divertir ese deforme pretencioso ricachón, que había traído a Cuba su desmesurada figura, para que la rasparan con sus lenguas casi gratuitamente nuestras chicas tontas.”
– ¡Qué tío gracioso! – reía a carcajadas la joven mujer.
En torno al barbudo daban vueltas varias mulatas. Sin embargo, a Lázaro nadie podría convencerle de que las chicas solamente decidieron respaldar, al que se hizo recientemente el centro de la atención, bailador de poca valía, valiéndose realmente de sus “pasos” profesionales, aprovechando sus culos, que temblaban como tambores.
Las bailadoras no se disponían a galantear al gordinflón con la cara abofada, y por añadidura, bizco y chueco. Terminada la música, todos los miembros del show improvisado se incorporaron a algo suyo. El inglés no quedaría en soledad, pero estas dos compañeritas de la improvisación no estarían en compañía con él. En cuanto a Lázaro, él odiaba precisamente a estas, lo que le comunicó a Elizabeth:
– ¿Qué te parece, no le impedirá la grasa adueñarse de las dos?
– Yo creía que tienes celos solamente de mí – improvisó Eliz.
– ¿Hay motivo?
– Muéstrame a un macho, y siempre habrá motivo alguno – bromeó ella.
– Estoy seguro de que este gordinflón será aprovechado no como macho, sino como medio de traslado a Europa.
¿Puedes, aunque sea por un instante relajarte? ¡Aquí reina la alegría! ¿Para qué se ha de complicar todo? – se amargó la chica – Tú mismo me trajiste aquí. – Aunque te decía que no podía ir.
Ahora estás vertiendo la furia en aquellos que vemos por primera vez y quizás sea la última.
– No les tengo rabia a ellos, sino a mí mismo – de repente la besó y continuó – Porque no puedo comprarte a ti toda suerte de cosas, o sea lo que puede regalar a estas dos chicas el gordinflón con la barba de chivo.
– No me hace falta nada – aseguró Elizabeth.
– Yo sí, que lo necesito – soltó avinagradamente Lázaro.
– Quítate los complejos innecesarios – aconsejó Eliz – En el amor no sirven para nada. Lo más maravilloso del mundo está ya a tus pies. Soy tu esclava. ¿Qué más necesitas?
– Quiero ver el mundo y tirar la casa por la ventana en otros países, como lo hacían los yanquis en Cuba antes de la revolución.
– No es obligatorio ver todo el mundo para comprender que no hay otro país, que sea más hermoso que el nuestro – soltó con seguridad Eliz.
– ¿Estás segura? – se rio sin ganas Lázaro – Es que no disponemos de la posibilidad de comparar.
Elizabeth hizo una pausa antes de contestar a tal argumento fundamentado. Luego dijo:
– Para qué comparar lo nuestro y lo ajeno. Lo ajeno puede ser más grande y mejor, pero lo nuestro siempre es mucho más querido… Además, no todos los yanquis tienen la posibilidad de tirar el dinero. Y aún más… Ellos pagan por lo que aquí se nos ofrece gratuitamente y para siempre. Llévame a casa, ya está saliendo el sol…