Ahora el próximo paso es regresar a su cuarto, rápidamente llega a ese ambiente después de pasar por los mismos obstáculos. Inmediatamente tomó su nueva maleta de ruedas y comenzó a guardar sus efectos personales. Entre los objetos se encontraba la ropa, compuesta por pantalones, pantalones cortos, ropa interior, piyamas, su manta abrigada; sombreros, gorras, zapatos casuales y zapatos deportivos, artículos de higiene personal como jabón, champú, pasta dental, toallas de cara y de cuerpo completo; radio de baterías y su crucifijo y su biblia, que son inseparables. También se lleva un poco de dinero, tres copias de su libro publicado y el teléfono, por si ocurre una eventualidad.
Al terminar de arreglar todo, tomó su maleta, pasó a través de los dos cuartos y el corredor y al final llegó a la cocina, donde ya estaban sus familiares. Cuando le preguntaron acerca de la maleta, les anunció acerca de su viaje a Jeritacó, que era recibido con poca sorpresa, debido al hecho de que era un escritor, sin importarle que su familia no acepte o crea en sus habilidades como profesional.
Después de desearle los buenos días a todos, se sentó y tomó su café mañanero acompañado de pan con requesón y queso. Como estaba apurado, no le tomó más de cinco minutos terminar su desayuno y al final se despidió de todos con lágrimas en sus ojos. Sería una separación momentánea entre ambos, pero él esperaba que esta vez estuviese menos tiempo fuera de casa en comparación a sus otras sagas.
Luego de partir, pasó a través de los mismos ambientes en la dirección opuesta, alcanzó la puerta de salida, hizo una respiración profunda y salió. Así se inició el nuevo desafío en esa mañana del sábado.
Con un paso regular, el hijo de Dios pasó a través del carril y llegó al perímetro urbano de la ciudad, caminando en dirección a la autopista BR 232. En ese momento, en su corazón prevalecía una mezcla de anticipación, ansiedad y nerviosismo, lo que era natural debido a que se estaba embarcando en una nueva aventura por sí solo.
En el centro de la ciudad, caminó a través del mismo saludando a sus amigos en la vía, giró a la izquierda caminando por doscientos metros y después llegó a la autopista. Ahora, le faltaba poco para llegar a la parada de la van cuya primera parada era Arcoverde.
En esta última parte de su viaje, el hijo de Dios aprovechó para planear los próximos pasos dentro de su mente, los cuáles a su parecer eran de gran importancia. Sólo existían dos posibilidades en ese momento: El viaje a Jeritacó sería un empujón que le permitiría elevarse a niveles más altos o sólo sería un momento de distracción junto a su nuevo amigo. Se conformaría con cualquiera de ellas y seguramente lo sacarían fuera de su monotonía reciente luego de haber completado su cuarta saga de la serie “El Vidente” llamada “El Testamento – El Código de Dios” quien reveló a un Señor distinto de la mayoría.
Con todo planeado y en orden, Aldivan alcanzó el borde de la autopista alrededor de las 7:00am. Ahora estaba rezando para que el transporte no se tomara mucho tiempo en llegar, ya que se estaba haciendo tarde.
Pasados quince minutos pasó una van gris, con cuatro filas de sillas, y aunque llegó casi llena se detuvo casi enfrente de nuestro querido personaje. Delicadamente el conductor, llamado Evandro, se bajó, abrió la puerta de la van y colocó a Aldivan en una esquina. Luego cerró la puerta, se fue a su lugar y continuaron con su trayectoria. El destino comenzó a ser trazado en su complejo e intrincado trayecto, que le permitiría a el Vidente observar nuevos horizontes. Era lo menos que esperaba luego de todo el esfuerzo que estaba invirtiendo.
El comienzo del viaje pareció ser normal, un intenso movimiento en la autopista desde Recife en dirección a Hinterland por parte del gran número de personas que regresaban a su hogar, desde conocidos, amigos a turistas en un paseo. Dentro del tráfico continúo, Aldivan intentaba distraerse de la mejor forma posible: meditando un poco; observa a sus compañeros viajeros y la bella y abundante vegetación de la región, que incluía las montañas de Caatinga, valles, granjas con su ganado pastando y casas coloniales, ranchos, pequeñas ciudades y aldeas en el límite de la autopista, estaba amando lo que veía. Sin duda alguna esta era un área hermosa merecedora de su Señor creador, su verdadero padre.
Cuando se cansó de este ejercicio, comenzó a conversar con su vecino de silla acerca de las noticias, el fútbol, mujeres, política, religión, sexo y relaciones. Todo era muy agradable ese sábado 1 de noviembre de 2014.
El tiempo pasa rápido. Pasaron a través de Riacho do Meio, quince metros más adelante se encuentran con la metrópolis de bosques de maleza, la dulce Arcoverde, tantas historias y tradiciones dentro del estado de Pernambuco.
En ese momento, la velocidad de la van incrementó y unos cuantos minutos después arriban a la entrada de la autopista que les permitiría llegar a los límites de la ciudad. El Vidente se baja de la van al atravesar el centro de Boa Vista, específicamente en la última parada que realiza la misma. Él paga su pasaje, se despide de sus nuevos amigos, pasa a través de una pequeña pared y llega a la parada de la van de Ibimirim; al llegar ahí, sorprendentemente logra obtener el último asiento. Inmediatamente entra en la van, del mismo tamaño, pero de color gris y luego arranca. Así comienza la segunda parte de la trilogía de la ruta.
Durante esta ruta, de aproximadamente 8 kilómetros, hace las mismas cosas que en el principio, enfocándose en la conversación y sintiéndose muy bien. Luego de haber vivido la etapa oscura de la noche, de la cual las fuerzas del universo lo liberaron, se convirtió en un ser humano con una nueva visión de la vida, más gentil, humano y amigable, diferente a su anterior ser, que era muy tímido, por lo que su nuevo estado representaba un avance importante. Ahora se sentía conectado con el mundo y no podía esperar para registrar su victoria, aunque era un proceso que le consumía mucho tiempo. Si así estaba predestinado, entonces ¡que así sea!
Una hora y veinte minute después de su salida a Arcoverde, completan el trayecto que consiste de dos tramos asfaltados de las autopistas BR 232 y la 110. Entran en la pequeña ciudad, pasan a través de las primeras calles y se acercan al centro comercial. En ese momento el Vidente pide bajarse de la van, paga el pasaje, se despide y se dirige hacia la avenida principal de la ciudad. Eran casi las 9:00am cuando él decidió buscar un restaurante simple para comer algo y descansar.
Después de buscar por cinco minutos, encontró un lugar silencioso llamado Raio de Esperança (Rallo de Esperanza), que tenía un estilo de chalet ubicado en la planta baja de un edificio con una terraza rodeada por árboles que funcionan como mesas.
Cuando estaba entrando al establecimiento, que estaba lleno, se sienta en una mesa ubicada a su derecha (en la esquina), a sólo cinco pasos de la entrada. Tomó el menú que estaba sobre la mesa y comienza a analizar las posibilidades disponibles para comer un bocadillo.
Luego de cinco minutos se decide por ordenar pan con queso acompañado por jugo de guaba. Llamó al mesero, le dijo su orden y mientras espera su comida, está atento de toda la actividad que estaba ocurriendo a su alrededor. En el establecimiento había parejas, grupos de amigos y personas solas que estaban divididas en todas las clases sociales, colores, etnias, orientaciones sexuales y probablemente varias religiones. Una mezcla común de la gente de Brasil, con la cual él estaba familiarizado gracias a su sentimiento de descubrimiento.
Un momento después, el mesero regresa, le da su almuerzo y su factura para que realizara el pago, él le agradece y comienza a disfrutar su bocadillo con felicidad, ya que estaba muy hambriento. Mientras come, su imaginación vuela hacia el pasado, el presente y especialmente hacia el futuro. Las posibilidades eran infinitas para su aventura que recién comenzaba.
Cuando terminó de comer, se paró y se acercó al mostrador con la factura en la mano. Hizo una pequeña cola y cuando fue su turno de pagar, alcanzó su billetera dentro de su bolsillo y la abrió, sacando uno de sus billetes. El total era de diez reales y aun así recibió como cambio cuatro reales. Una vez que estuvo listo, su viaje continuaba.
Regresó a su mesa, agarró su equipaje de ruedas y finalmente saló del establecimiento. Le preguntó a la primera persona que se encontró en la calle acerca de la ubicación de los taxis y la amable persona le dio le número de una agencia.
Le agradeció a la persona por la información, tomó su celular escondido en su bolso y comenzó a marcar el número. Intentó una, dos, tres veces sin éxito alguno, siempre llegando al buzón de mensajes. Mientras insistía con su cuarto intento, una persona atendió.
— ¿Aló? ¿Quién es?
— Hola, mi nombre es Aldivan y necesito un taxi con urgencia.
— Hola Aldivan, mi nombre es Wellington. Ha contactado a la persona adecuada. ¿Cuál es el destino?
— La aldea de Jeritacó, ¿la conoce?
— Sí la conozco. He estado ahí varias veces. ¿Dónde se encuentra?
— Estoy en el centro de la ciudad, al lado del Raio da Esperança (Rayo de Esperanza).
— Ah, yo sé dónde es. Espere un minuto, voy en camino.
— OK.
— Lo veré pronto.
— Esta bien.
El hijo de Dios desconectó la llamada y mantuvo su celular en su mochila, prestando atención al movimiento de las calles. Cuando llegará el taxi, le haría señas para que fuese más fácil de reconocer. El esperaba que no tardara mucho, porque ya eran las 9:00am.
El deseo del Vidente fue escuchado por los Dioses, Luego de diez minutos aproximadamente su taxi arribó. El entró al carro (un modelo Gol plateado, del año 2013) con sus maletas y sus preocupaciones. Saludó a Wellington, quien hizo lo mismo, y comenzaron su camino hacia su destino final: La aldea de Jeritacó.
Luego de haber pasado quince minutos desde el punto de partida, pasaron el límite de la ciudad, tomaron un camino de tierra precario y en cuanto Wellington tuvo la oportunidad de hablar, la tomó.
— Me olvide, ¿De dónde eres?
— Soy nativo de Arcoverde/PE ¿y tú?
— De hecho, yo soy de Ibimirim. Dime ¿Cuál es tu interés con esa aldea?
— Nada en especial. Voy a visitar a un amigo que conocí, estoy en búsqueda de una nueva historia.
— ¿Historia? ¿Eres escritor?
— Sí, soy el autor de la serie El Vidente, que ya tiene cuatro libros.
— No había escuchado de ellos. ¿Cuáles son los títulos y la temática de los libros?
— Fuerzas Opuestas – El Misterio de la Cueva es el libro con el cuál comencé mi carrera, trata de una pelea por un sueño y una travesía a través del tiempo buscando corregir injusticias, ayudar a alguien a encontrarse a sí mismo y recolectar las fuerzas opuestas no balanceadas. El segundo título es La Noche Oscura del Alma y fue inspirado por un momento crítico y muy difícil de mi vida. Y posee como lección principal el poder del perdón y la recuperación aún en los momentos más difíciles. "El encuentro de dos mundos” es un viaje hacia el pasado tratando de encontrar los orígenes. Habla acerca de los dones, la batalla en contra de la élites y la injusticia y el valor de la persistencia. Finalmente, recién terminada, “El Testamento – El Código de Dios” que cuenta la historia de Phillipe, un ser humano marcado por una gran tragedia y su encuentro con el Señor – diferente de la concepción tradicional – quien es capaz de cambiar su punto de vista del mundo y le da las herramientas necesarias para continuar con su vida. Este es el libro más importante de la humanidad.
— Muy interesante. ¿Tiene una copia de alguno de ellos con usted?
— Tengo el primero.
Aldivan busca por un momento en su maleta el libro y se lo da a Wellington. Mientras manejaba, puso el libro en el compartimento al lado de él y resumió con la conversación.
— Me gusta mucho leer, pero lo que me falta es tiempo, ya que trabajo todo el día, pero en el primer día libre que tenga leeré su libro. Lo prometo.
— Gracias.
— De nada.
La conversación se detuvo inmediatamente y luego los dos estaban concentrados en sus propios oficios. Mientras Wellington manejaba, el hijo de Dios prestaba atención al paisaje totalmente desconocido. Más adelante, el camino convergía cerca de los bancos de una represa, tan grande que no se podía observar su fin. Aldivan no podía contener su curiosidad.
— ¿Cuál es el nombre de esta represa?
— Se llama Poço da Cruz, es la más grande del estado.
— ¡Rayos! Es extremadamente grande, pero parece un poco seca.
— Consecuencia de las sequías recientes y el uso irracional del agua. En el pasado generaba muchos ingresos para la región, a través de proyectos de irrigación.
— Ah ya veo, que lástima que esté prácticamente seca, pero la naturaleza es sabia.
— Este es el Noreste. Nosotros tenemos que vivir con este problema, la sequía, yo creo que por un largo tiempo porque muchos proyectos importantes del gobierno no han sido completados todavía.
— Estoy de acuerdo. Sin embargo, no deberíamos esperar para que el gobierno actúe. Debemos luchar con nuestras propias armas.
— ¿Cómo cuál, por ejemplo?
— El uso racional del agua, la construcción de tanques y pozos, debemos convertirnos en miembros activos de la sociedad, entre otros ejemplos.
— Yo hare eso.
— OK.
Una nueva pausa en la conversación. Siguieron el camino de tierra con sus curvas y líneas rectas, rodeados por el río Moxotó y la represa de Poço da Cruz. El paisaje poseía pequeñas elevaciones de tierra cubiertas por caatinga, vegetación típica de esta región. El Vidente se impresiona cada vez más con la belleza del lugar, una Europa semi-árida dentro del noreste de Brasil que vale la pena visitar, y gracias a su profesión se le presentó la oportunidad única de conocerla.
Continuaron avanzando con destreza alrededor del río Moxotó y la represa de Poço da Cruz en los lados izquierdo y derecho respectivamente. Durante el resto del viaje mantuvieron una conversación sencilla que incluía varios tópicos para lograr mantenerse distraídos. Gracias a eso ni se dieron cuenta del largo tiempo que pasaron juntos.
Exactamente una hora después completaron su viaje, alcanzando la aldea rústica que sólo poseía una calle central con varias casas distribuidas a lo largo de la misma. Se detuvieron en el centro de la ciudad, el Vidente pagó la factura y prometió llamarlo cuando regresara; finalmente se despidieron. Inmediatamente después el taxi salió de la aldea y Aldivan se encontraba sólo, excepto por la compañía invisible de su padre, que lo protegía constantemente. El destino estaba a punto de desenvolverse.
Caminó unos cuantos metros, observando el reloj que marcaba las 11;00am. Apresuró el paso en dirección a un abasto para pedir direcciones. Entró en la propiedad compuesta por un espacio que separaba al mostrador de los estantes que poseían la comida. Se anuncia y comienza a hablar con el único vendedor disponible.
— Hola ¿Cómo estás? Mi nombre es Aldivan y quería saber la ubicación de la casa de Emanuel. ¿La conoces?
— Mi nombre es Pamela. Conozco a Emanuel, él vive en una cabaña al final de la calle, en el número 35. Sólo necesitas seguir caminado por la calle hasta encontrarlo. ¿Puedo preguntar por qué lo está buscando?
— Soy su amigo, pero la razón de mi visita es privada.
— Oh, entiendo. Lo lamento.
— No es nada. Gracias por la información. Adiós.
— Adiós.
Después de la conversación, el hijo de Dios dejó la propiedad y fue en dirección a la calle que le indicó Pamela. En cinco minutos alcanzó su destino, una cabaña baja hecho de paja y lodo, lleno de grietas a lo largo de sus cuatro metros de ancho por dos de alto. En unos pocos pasos llegó a la puerta y su corazón comenzó a acelerarse. ¿Qué le esperaba? ¿Su intuición estaría acertada o sería una nueva frustración? ¿Estarían en casa? Todas esas preguntas, junto a muchas otras, le vinieron rápidamente a su mente y solo serían resueltas una vez que acumulara coraje y tocara la puerta. Y eso es exactamente lo que nuestro solemne personaje hizo con firmeza. Tocó una, dos, tres veces. En su último intento escuchó a alguien arrastrando sus cholas. Alguien se acercaba.
Un momento después, la puerta se abrió y desde adentro emerge un hombre blanco y viejo, de unos sesenta años, estatura media, cuerpo muscular, pero normal, cabello blanco sin ser teñido, facciones bellas, pero arrugadas por el tiempo; usaba pantalones cortos y anchos, sandalias playeras y una camisa de malla. Cuando vio al hijo de Dios, puso una cara misteriosa y le preguntó:
— ¿Quién eres? ¿Qué estás buscando?
Mi nombre es Aldivan Texeira Tôrres y estoy buscando por un hombre joven llamado Emanuel. ¿Él vive acá?
— ¿Aldivan? Oh si, Emanuel es mi hijo y te mencionó en una conversación. Discúlpeme por lo anterior, pase. La casa es simple, pero siempre está abierta para los amigos de mis hijos.
— Gracias.
Aldivan entró a la cabaña acompañado por el anfitrión. Dentro, la cabaña poseía un corredor donde estaba distribuida una estantería con TV, radio y algunas imágenes de santos en el principio del mismo, en el lado derecho; un sillón viejo de cinco asientos se ubicaba en el lado izquierdo; en el centro había una mesa simpe con tres bancos. En la derecha, al final, se encontraban dos camas con colchones de grama y en el lado izquierdo se encontraba una cocina a carbón con varias olas.
El anfitrión le ofreció un banco que fue aceptado con gusto. Como seguía lleno de dudas, Aldiván comenzó la conversación de nuevo.
— ¿Cuál es su nombre señor?
— Soy Messias Escapuleto. Mi familia tiene raíces en Italia.
— Oh! Que bien. ¿Y Emanuel? ¿Dónde está?
— Está trabajando, pero no tardará mucho en llegar. Mire, puede disculparme un momento, tengo una olla en el fuego y tengo que ir a verla o si no la comida se quemará.
— Por supuesto, vaya.
Messias se fue por un momento, tiempo suficiente para que el hijo de Dios le dé un mejor vistazo al lugar. ¿Esta todavía es la realidad de muchos brasileros viviendo en extrema pobreza? Su admiración por esas personas aumentó considerablemente en ese momento. El hecho de ser pobre no significaba que no realizaban un esfuerzo para poseer un mejor estilo de vida.
Un momento después regresó Messias de lo que consideraba era el área de cocina para atender a las visitas luego de preparar el almuerzo. Se sentó en un banco a su lado y gentilmente resumió la conversación.
— Se me acaba de olvidar, ¿De dónde eres?
— Soy nativo de Arcoverde/PE y ¿usted?
— Como ya le dije, mi familia es de Italia, de la región de Sicilia. Después de una recesión en mi país mis abuelos migraron acá en búsqueda de una mejor calidad de vida. Inicialmente vivieron en el sudeste, en el interior del estado de São Paulo. Les fue muy bien con el cultivo de café, pero luego de unos desacuerdos serios tuvieron que huir hacia el noreste. Yo heredé esta cabaña de ellos.
— ¡Rayos! ¡Qué historia! Debe estar orgulloso.
— Si lo estoy, para ser honesto, estoy orgulloso de ser honesto, amable y dedicado. El resto no importa.
— Estoy de acuerdo. Somos parecidos.
Los ojos de Messias brillaban porque estaba pasando algo extraño: existía una química entre los dos, aunque ellos no se conocían. Antes de que pudieran volver a hablar, alguien tocó la puerta, él se disculpa y la abre. Cuando se abre la puerta él se encuentra con su hijo y ambos entran a la cabaña.
Al darse cuenta de la presencia de Aldivan, Emanuel fue inmediatamente a saludarlo con un gran abrazo. El Vidente regresó el abrazo y Messias interviene:
— Almorcemos, la comida se está enfriando.
Aldivan y Emanuel están de acuerdo con la idea. Ellos tenían mucha hambre y no podían esperar para comer. Todos se sientan en los banquitos alrededor de la mesa mientras Messias iba a buscar la comida de la cocina.
Después de unos segundos regresó y comenzó a servirles. El menú consistía de frijoles con harina, arroz y huevos fritos, nadie estaba decepcionado. Al final él se sirvió y se sentó en la mesa, así los tres hombres comenzaron a comer. La atmósfera propiciaba una conversación y eso es lo que pasó un momento después.
— ¿Qué piensas de nuestra querida aldea? (Emanuel)
— Me gusta mucho. Me gusta el aire fresco del campo y la tranquilidad. (El hijo de Dios)
— Que bien. Te pedí que vinieras para acá debido a nuestra propuesta: escribir una serie nueva y emocionante. (Emanuel)
— Si. ¿cuál es tu idea? (El hijo de Dios)
— Tu presencia es importante. Quiero que me ayudes a convencer a mi padre de que debe probarse a sí mismo. (Emanuel)
— ¿Cómo es eso? ¿Qué oculta Sr. Messias? (El hijo de Dios se interesó)
— Esa es la Inocencia de Emanuel, No le haga caso. (Intentó desviar la atención)
— ¿Inocencia? ¿Y qué son esas luces que destellan en tu cuerpo por la noche? ¿Y el hecho de que nunca he conocido a mi madre o incluso que tu no avances de edad?
— ¿Cómo ese so? (preguntó el Vidente sorprendido)
— Eso es lo que dije. Desde que era un niño no he visto que cambie ni un poco. Puedes hablar papá, él es el hijo de Dios, es digno de confianza. (Dijo Emanuel)
Messias se sonrojó. En su larga vida nadie nunca lo había colocado entre la espada y la pared de esa forma. ¿Sería que su tiempo había llegado? Antes de que pudiera pensar en una respuesta, investigó el aura del visitante con su poder secreto especial y se sorprendió con lo que encontró. Ahí, frente a él, se encontraba el ser más puro del universo, sin ninguna mancha aparente. ¿Sería posible que fuese el maestro de luz que prometió Yahweh? Sólo había una forma de averiguarlo: Ponerlo a prueba para verificar la autenticidad de su carácter.
— Está bien, ganaron. Sí, soy diferente y creo que tengo una misión contigo. Pero quiero probar que, efectivamente, eres el hijo de Dios. (Lo retó)
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