âGracias,â dijo poniendo un pie dentro. Ella cerró la puerta tras él, y enseguida sintió el lujo. No habÃa sentido frÃo desde hacÃa horas.
Estaban en un vestÃbulo echo de baldosas de mármol negras y blancas y una enorme lámpara de cristal colgando de un techo alto. HabÃa un largo pasillo que llevaba hasta la parte trasera de la mansión, con varias puertas que daban a diferentes habitaciones. Unas amplias escaleras con una alfombra verde llevaban al piso superior.
âOdio molestar de esta manera...â empezó diciendo, pero ella lo volvió a interrumpir.
âNo digas tonterÃas. No es molestia. No es tu culpa el lugar donde tu coche se estropea, ¿verdad?â
âNo,â dijo con un profundo suspiro. âMe estaba preguntando si me dejarÃas usar el teléfono un momento.â
âLo harÃa si tuviera uno.â
â¿Vives en un lugar tan apartado en medio de la nada sin teléfono?â
âSi tuviera uno, la gente no dejarÃa de llamarme todo el ratoâ dijo ella. âHay demasiada gente intentando hablar conmigo. Prefiero ser un poco difÃcil de localizar.â
â¿Pero si tienes algún problemaâ le dijo. â¿Y si necesitas comunicarte con alguien?
âNo tengo problema alguno a la hora de comunicarme con el que quieroâ dijo ella âY no hay problema que mi servicio no pueda solucionar.â
âOh, tienes servicio. Supongo que entonces nada.â
âSip. De echo, iba a sugerirte que mi chófer echara un vistazo a tu coche. Seguramente sepa como repararlo.â
âNo quiero meterte en problemas...â
âPara nada. Fritz hará su trabajo. Es por esto que está aquÃ.â Cogió su medallón y habló por él. âFritz, hay un coche fuera que parece que ha dejado de funcionar. ¿PodrÃas echarle un vistazo y hacerlo que vuelva a funcionar?â
âJa, meine frauleinâ dijo la voz a través del medallón. Aquella voz tenÃa un acento tanto de alemán de Hollywood que podÃa escuchar el taconeo de sus talones.
âMuchas graciasâ dijo él.
Ella se dio la vuelta. âMe llamo Polly, por cierto.â
âOh, esto... y yo Rod.â
Ladeó su cabeza hacia la izquierda. âNo pareces ninguna âcañaâ2 dijo sentenciosamente.
â¿Qué aspecto tiene una âcañaâ?â
âEsto, algo largo, cilÃndrico y rÃgidoâ le dijo regalándole una sonrisa malvada. âPor supuesto, entiendo que sea tu apodo.â
Ãl se sintió ruborizado. âEs por Heródotoâ dijo calmadamente mientras se preguntaba porque lo decÃa. Casi nunca se lo habÃa contado a nadie âni mucho menos a un completo desconocido.
âAh, el historiador griegoâ gritó Polly. âGenial.â
â¿Lo conoces?â
âPor supuesto, amo la Antigua Grecia.â
âSÃ, y también mi padre. Era profesor de civilizaciones clásicas.â
âTenÃa que quererte de verdad para darte tal honorable nombre.â
Heródoto resopló con desprecio. âHeródoto Shapiro es un nombre horrible para un chico judÃo.â
âMe gusta. ¿Puedo llamarte âHeroâ?â
âPrefiero Rod.â
âPuedes ser mi Héro-eâ dijo ella, ignorando por completo sus palabras. âEs mejor que âHer,â ¿no?â
âHaz lo que quierasâ dijo resignándose. TenÃa mayores problemas en su vida en aquel momento que preocuparse por como le llamaba una niña tonta y rica. Uno de sus problemas era el apartar su mirada del increÃble cuerpo de aquella niña tonta y rica evitando dejar el suelo lleno de babas.
Ella lo rodeó con sus brazos y lo llevó a la habitación a su derecha. âEntra a la sala y únete a la fiesta.â
â¿Fiesta?â Sintió una opresión en el pecho. Las fiestas conllevan gente, normalmente gente feliz. La gente feliz era la última cosa que necesitaba en su vida en aquel momento. âEh, no quisiera ir a una fiesta a la que no he sido invitadoââ
âNo tienes porque si no quieresâ le dijo Polly.
Ãl estaba demasiado en guardia y sudado y despeinado. âNo estoy seguro de que vaya conmigo. Seguramente no conozco a nadieââ
âNo te preocupes. Todo estará bien. Son buena gente. No invito a quien no lo sea.â
âPero, esto... no voy vestido para una fiesta.â
âNo te preocupes. Todos mis amigos vienen-tal-cual. Muy informal. Creo que las personas son más importantes que su ropa. Ven.â
Abrió la puerta corrediza y le invitó a que entrara al gran salón. La habitación estaba llena de gente. HabÃa una banda tocando música instrumental discretamente en el fondo, y gente hablando amigablemente. Se podÃa escuchar risas desde diferentes sitios.
La alfombra era azul pálido, cubierta por un par de tapetes Persas sobre un suelo azul. El papel de las paredes era de un tono azul pastel con bandas azul marino horizontales cerca de la parte superior y el revestimiento de madera. HabÃa un largo sofá de brocado Empire y cinco sillas de jacquard verde con pequeños manojos de campanillas en forma de diamante, y un gran piano celeste en la esquina opuesta. Pequeñas mesas de caoba habÃa sido colocadas bajo un espejo de plato con esquinas biseladas. Todo el mundo estaba hablando de pie; nadie permanecÃa sentado en tales sofisticados muebles.
Ãl contempló la gran multitud, pero no pudo encontrar ninguna cara conocido. â¿Cómo has logrado reunir tanta gente en un lugar en medio del desierto?â
âLos invitéâ dijo Polly sin rodeos. âA la gente le gusta venir a mis fiesta.â
Pulsó un botón en su medallón y sonó un leve pero insistente carillón en la habitación. La gente dejó de conversar para ponerse a mirar hacia la puerta.
âHola a todosâ dijo ella âespero que lo estéis pasando bien.â
Mucha gente asintió, otros contestaron con algún movimiento. âBienâ dijo Polly âsi hay algún problema, decÃdmelo. Me gustarÃa presentaron a miHéro-e. De echo, se llama Herodotus Saphiro, pero creo que Héro-e le queda mejor. Haced que se sienta a gusto.â Los invitados lo saludaron, cosa que hizo sentir a Herodotus más avergonzado.
Polly se dio media vuelta hacia él. âParece que necesitas una bebida.â
âNo suelo beber muchoââ
âSolamente una copa de vino. Eh, Fifiâ dijo ella.
Una bella y alegre jovenzuela de pelo rubio vistiendo un uniforme negro y blanco de sirvienta se les acercó, llevando una bandeja con copas de vino. Su ropa era escasa dejando poco a la imaginación, sobretodo por dejar en evidencia su origen mamÃfero. âOui, Mademoiselle?â preguntó.
Polly tomó un par de copas de vino de la bandeja, dándole una a Herodotus y quedándose la otra para ella. âFifi, quiero que te asegures que Héro-e tiene todo lo que quiera.â
La sirvienta miró el rostro de Herodotus y sonrió. âHaré lo mejor que puedaâ le prometió con una voz que de repente parecÃa ronca. Sus hombres y caderas empezaron a moverse como si fueran accionados indistintamente el uno del otro.
Polly alzó la copa. âPara las nuevas amistadesâ dijo, acercando su copa con la de él.
Herodotus contempló el lÃquido dorado de la copa y lo probó. Estaba delicioso âdulce pero no empalagoso, suave al paladar, refrescante en la garganta, con un final definido y afrutado. Tomó un segundo sorbo mucho más largo.
Ella lo contemplaba con una sonrisa en su rostro. â¿Te gusta?â preguntó.
âSÃ, está muy bueno.â
âEs de mi viñedoâ dijo presumiendo. âSe llama AlegrÃa, el vino de las uvas alegres. Crecen junto a otro viñedo donde se almacenan las uvas de la ira. Guardo este vino para ocasiones especiales.â
âOye, Polly, yoââ
âPerdona por tener que dejarte unos instantes, pero tengo atender a alguien. Temas de anfitriona y cosas por el estilo. Habla con la gente, diviértete. Si necesitas algo, Fifi o James estarán encantados de ayudarte.â
â¿Quién es ese James?â
âMi mayordomo. Estaré de vuelta pronto y entonces podremos hablar.â Tomó un sorbo de su copa y se alejó, sonriendo a todo aquel con el que se cruzaba hasta desaparecer entre la multitud.â
Herodotus se sintió fuera de su lugar y completamente solo. La gente parecÃa amable, pero no estaba con humor para hacer amigosâ no ese dÃa. Se dirigió hacia el sofá y se sentó en uno de sus extremos, intentando no estropear aquel antiguo mobiliario e intentando pasar por inadvertido lo mejor que pudo.
Unos minutos después, un hombre vino y se sentó a su lado. ParecÃa tener sesenta y muchos años, con un rostro curtido y arrugado con un peinado casi blanco perfecto. TenÃa un cuerpo delgado con un generosa barriga que le arrugaba la cara pero no de una forma bonita. SonreÃa mucho.
â¿Cuánto tiempo hace que la conoces?â preguntó el hombre intentando empezar una conversación.
â¿Ella? ¿Te refieres a Polly?â
â¿Asà es como se llama últimamente? SÃ, Polly.â
âMe encontré con ella hace unos pocos minutos.â
El viejo hombre asintió. âYo ya hace cinco años. Mi mujer y yo llevamos cuarenta y tres años casados, y no ha estado enferma ni un solo dÃa en su vida excepto uno o dos resfriados. Entonces Alice fue al hospital, y tres semanas después murió de cáncer. Toda mi vida se desplomó. Pensé que hubiera sido mejor morir y estar con ella. Entonces esa enfermera vino a mi en la sala de visitas y me cogió de la mano. No soy un tipo que llore con facilidad, pero terminé como un niño llorando sobre sus hombros, empapándole todo el uniforme. ParecÃa que no el importaba. Le conté todo sobre Alice. ¡Jesús! Estuvimos hablando durante horas. Ya sabes, tengo amigos que intentan levantarme el ánimo diciéndome que Alice fue a un lugar mejor. Polly jamás me dijo tal estupidez. Solamente estaba allÃ, y fue suficiente, y entonces el resto del mundo también â un poco más vacÃo sin Alice, pero no tan desesperanzador como pensaba.â
Se detuvo. â¿Cuál es tu historia?â preguntó.
Herodotus se sonrojó. Después de una historia como la del viejo, ¿qué podÃa decir? âMi coche se rompió fuera de su casaâ, dijo, casi disculpándose.
El hombre lo miró un rato, con las más ligeras de sus sonrisas en las comisuras de la boca. Finalmente se levantó. âClaro,â dijo él, extendiéndose y golpeando a Herodotus en la espalda. âRecuerda, como dice Polly, que las cosas nunca son desesperadas a menos que pierdas toda esperanza.â Y se alejó.
Herodotus tomó otro sorbo de vino y observó a los que estaban en la fiesta. Después de otro par de minutos, un pequeño hombre con un traje gris, una camisa blanca almidonada y una corbata roja se acercó al sofá. En vez de sentarse en ella, caminó detrás de él y se inclinó para susurrar al oÃdo de Herodotus. âQuÃtate de aquà mientras tengas una oportunidadâ dijo él de forma siniestra.â
â¿Qué?â
âYa me oÃste. Sal de allà antes de que sea demasiado tarde.â se alejó sin explicar más.
Herodotus se preguntó qué clase de madriguera de conejos habÃa caÃdo mientras miraba al hombre. Pero no tenÃa elección de quedarse aquà a menos que quisiera caminar unos cincuenta kilómetros en medio del calor del verano del desierto.
Tomó su camino entre la multitud de la gente como si se tratase de un gato de pelo negro con los ojos brillantes. HabÃa ido dirección al sofá adrede mirando a Herodotus para terminar sobre sus piernas. Herodotus acarició su piel con cuidado. El gato no se quejó, y empezó a ronronear amasando su muslo con sus patas aterciopeladas.
Entonces Polly regresó, vistiendo un leotardo cubierto de lentejuelas ârojo con rallas blancas verticales, con un embellecedor azul con estrellas blancas en la parte superior e inferior. Sus hombros, brazos y piernas estaban desnudos, con zapatillas de baile en sus pies.
âAh, has conocido a Midnightâ dijo Polly con una sonrisa.
âCreo que él me ha encontrado a miâ dijo Herodotus.
âVeo que sueles pensar las cosas desde una perspectiva âdescabelladaâ.
âHe vivido con unos pocos toda mi vidaâ admitió él.
âMe alegra oÃrlo. Los gatos son la prueba viviente de que Dios solamente bromeaba cuando decÃa que deberÃa haber otros dioses antes que él.â Se sentó y acarició el gato. Ronroneó todavÃa más fuerte.
Polly saltó al sofá a su lado, dando saltos un par de veces con todo el decoro de una niña revoltosa de diez años, terminando sentándose de lado con las piernas cruzando frente a él. El gato ni se asustó. âAhora, ¿de qué podrÃamos hablar?â preguntó ella.
Herodotus sacudió la cabeza. âNo estoy de humor para hablar. Solamente quiero que me arreglen el coche y regresar.â
La voz de Polly pareció compasiva. âTienes problemas, ¿no?â
âHe dicho que no quiero hablar de ello.â Su tono se volvió más áspero de lo que querÃa.
âBuenoâ dijo ella, todavÃa acariciando al gato. âEntonces hablemos de mi tema favorito âyo mismo. Hazme preguntas. Se que tienes algunas, lo puedo ver en tus ojos. Pregúntame cualquier cosa. Me siento muy bien, por lo que tendrás una de esas oportunidades que aparecen una vez en la vida y por las que algunos hombres morirÃan por ella.â
Obviamente no lo iba a dejar solo, por lo que deberÃa contestarle también con humor.
â¿Cultivas muchas flores por aquÃ?â
Permaneció en silencio y perpleja durante unos segundos. âTengo que admitir, que no es el tipo de preguntas que me suelen hacer. Normalmente son del tipo âcuál es el sentido de la vidaâ o âporque me ha pasado a miâ. Claro que cultivo, tengo un jardÃn pequeño para ello, pero no más grande que el de Versalles. ¿Por qué me lo preguntas?
âBueno, cuando llegué me dijiste âBienvenido a greenhouseâ.â
Polly se puso a reÃr. Era un sonido como campanas sonando, un sonido que hizo que toda la sala resplandeciera, algo que era placer en su pura esencia. âNo âgreenhouseâ de almacén para cultivar plantasâ dijo ella. âGreen Houseâ por su color verde.
âPero tu casa es blanca.â
âSi, pero âCasa Blancaâ ya está tomada, ¿no?â
Herodotus cerró sus ojos. Su cerebro le parecÃa que habÃa entrado en una densa niebla. âNo estoy seguro que tenga ningún sentido.â
â¿Sentido? No he hablado jamás de ningún âsentidoâ en el contrato de la casa. O âjusticiaâ, de hecho. Ni en la letra pequeña. La leà toda.â
Herodotus tenÃa la sensación incómoda de que Polly habÃa estado viviendo sola durante demasiado tiempo. Estuvo a punto de ponerse en pie y decirle que seguirÃa esperando afuera a que su mayordomo viniera con el coche. Era un hombre alto con traje, pelo con signos de calvicie y algunas canas en un lado. TenÃa un cierto aire de superioridad, y llevaba una bandeja plateada con canapés en su mano derecha. Acostó educadamente la bandeja y dijo en un acento británico de clase alta.
â¿Un refrigerio?â
âGracias, Jamesâ dijo Polly mientras tomaba un entremés de la bandeja mientras miraba a Herodotus. â¿Te preocupa algo?â
La mayorÃa de las fiestas a las que habÃa ido tenÃan patatas fritas y salchichas, o cuencos de nueces o pretzels. No habÃa nada familiar en la bandeja que tenÃa delante suyo. âEh, ¿que me recomiendas?â
âA ver, todo está buenoâ dijo Polly âlo he echo todo yo misma.â
Herodotus escogió lo que parecÃa una flor pequeña roja y marrón sobre una galleta salada. La mordió con cuidado, y se dio cuenta que tenÃa un punto de dulzor y otro de salado.
âEstá buenoâ dijo mientras terminaba de comérselo.
âBueno, no tienes que mostrarte tan sorprendidoâ dijo Polly.
â¿Qué es?!
âTras pensarme la respuesta, creo que te lo contaré. No queremos más por el momento, James.â
âComo desee, Madam.â El mayordomo se retiró a servir al resto de los invitados.
Polly contempló como Herodotus terminaba de masticar el canapé, y dijo. âEsto, ¿por dónde estábamos?â
âNo creo que estuviésemos en ninguna parte.â
âAh, sÃ, me estabas haciendo preguntas profundas y perspicaces. Venga, no puedo esperar a la siguiente.â
Herodotus se terminó el vino antes de regalarle otra muestra de sus pensamientos. Tras un suspiro, decidió lo que le estaba preocupando. Bueno, uno de ellas. Polly no parecÃa estar ofendida por su franqueza.
â¿Sabes queâ preguntó directamente âhay un muñeco de nieve en medio de la entrada a tu casa?
âAh, ¿el señor FrÃo? Pensaba que ya lo habÃan quitado. Debe haber estado deambulado por ahà pues le gusta mirar como pasan los coches.â
Esto me ha dejado helado. âMe estás tomando el pelo.â
Ella le respondió con una flamante sonrisa, una sonrisa que iluminó la habitación con un arco de luz. âPor supuesto, tontoâ dijo ella colocando su mano sobre su rodilla. âEl señor FrÃo no puede ir a ninguna parteâ no tiene piernas. Esto siempre me ha llevado a preguntarme sobre Frosty. ¿Cómo puede bailar si los muñecos de nieve no tienen ni pies ni piernas? Aunque su canción es bonita.â
El tacto de su mano con su rodilla le hizo sentir... algo en él. No estaba caliente, pues habÃa conectado el aire acondicionado. No se trataba de electricidad, aunque sintió como todo su cuerpo estaba electrizado. No era nada sexual, aunque sus leotardos le puso en alerta ante su cercana feminidad. Tan sólo era algo, y sin duda era bueno.
Empezaron las preguntas. âPero comoââ cuando lo interrumpió.
âBasta de preguntas y respuestas por ahora. Quizás más tarde, si eres un buen chico. Ahora, necesito mi hora de ejercicio, el cual deberÃa haber empezado. Es por lo que voy vestida asÃ. Ven al gimnasio y hazme compañÃa.
â¿Y los invitados?â
âOh, estarán bien solos durante un momento. James y Fifi pueden cuidar de ellos.â
âNo suelo hacer mucho ejercicioâ dijo Herodotus, sin importarle decir que hacer ejercicio no era tan interesante como verlo hacer a otra persona. âAdelante. Me quedaré sentado cuidado a tu gato esperando a que tu chófer arregle mi coche.â
âOh, no lo harásâ dijo ella levantándose del sofá de un salto y agarrándole del brazo. Midnight aprovechó la situación para saltar de la falda de Herodotus y caer en algún otro lugar. âMe encanta ser vistaâ continuó Polly ây no puede ser contigo aquÃ.â Tiró de él y lo acercó junto a ella. âTómalo como repago por mi hospitalidad.â
Dándose cuenta que estaba más cerca de la Fuerza Irresistible de lo que pudiera estar nunca, dejó que lo llevará hasta el vestÃbulo y luego a través del pasillo central hasta la parte trasera de la casa. HabÃa peores formas de pasar el tiempo, pero después de todo, ninguna viendo como una bella chica sudaba.
Llegaron al final del pasillo donde habÃa un ascensor esperándolos con la puerta abierta. Polly pulsó el botón número tres. Herodotus se dio cuenta que los botones llegaban hasta el trece, y el último decÃa âR.â
âPensaba que tu casa tenÃa solamente dos pisosâ dijo mientras se cerraban las puertas del ascensor. Este subió más rápido que cualquier otro ascensor que hubiera visto. Herodotus sintió como sus rodillos llegaban hasta su pecho y atravesaban su cabeza, y como su estómago hubiera caÃdo al suelo.
âOh, debes haberla visto desde la parte delanteraâ dijo Polly a la ligera. âEs mucho más grande desde la parte trasera. Ya hemos llegado.â
El ascensor se paró de golpe de tal manera que Herodotus sintió estar balanceándose sobre un muelle de gelatina. Las puertas se abrieron para mostrar un pasillo parecido al de un hotel con puertas en el otro lado. No habÃa números en ellas, ni ninguna indicación de lo que habÃa detrás, excepto una que estaba pintada de verde claro.
Apoyando su paso con cuidado, Polly caminó rápidamente por el pasillo. No necesitaba tirar de la mano a Herodotus; sus nervios seguÃan chirriando desde el ascensor y tenÃa miedo de quedarse atrás, de perderse en esta mansión cada vez más confusa.
Ella se detuvo delante de la puerta verde. âPuedes entrarâ dijo ella.
â¿Por qué querÃa hacerlo?â
âPorque está prohibidoâ dijo ella con cierto aire negativo. âTodo el mundo quiere entrar cuando les digo que está prohibido.â Siguió caminando hasta la siguiente puerta a su izquierda situada a la mitad de camino del salón.
âEsto es el gimnasioâ dijo. âEntremos.â
Era una habitación muy grande, tanto como el gimnasio de un instituto. No era lo que Herodotus esperaba encontrar. No habÃa ninguna cinta de correr, ni bicicleta estática, ni máquinas de pesas, ni ninguna de esas maquinas para subir escaleras âninguna de esas modernas máquinas. En su lugar, habÃa un caballete para saltar, barras paralelas, un trapecio y una cuerda floja de dos metros y medio de alto. HabÃan colocado multitud de colchones grises por todo el suelo.
â¿Eres acróbata? Se aventuró a preguntar Herodotus.
âMelamente de una folma espilitualâ dijo parodiando al acento chino.
Herodotus pareció confundido, tal como mostraba su expresión facial.
âHas visto Tony Randall en Los 7 rostros del Dr. Laoâ dijo a medias Polly. Cuando Herodotus hizo que no con su cabeza, ella continuó â¡DeberÃas! Dirigido por George Pal, con guión de Charles Beaumont. Es una pelÃcula que se merece ser beatificada.â
Luego volvió al asunto en cuestión. âLa acrobacia me da un buen entrenamiento y me ayuda a mantener la figura de niña que has estado admirando cuando pensabas que no estaba mirando.â
Herodotus se ruborizó, pero sólo habÃa orgullo en el tono de Polly cuando dijo: âMira esto.â
HabÃa una cuerda al lado del trapecio, y Polly subió unos cuantos centÃmetros hasta que pudo alcanzar la barra. Empezó a balancearse de un lado a otro, cobrando Ãmpetu, hasta que con un movimiento suave hizo una voltereta hacia atrás enganchando sus rodillas sobre la barra. Se sentó más arriba hasta que estaba de pie en la barra. Herodotus empezó a aplaudir, pero ella le hizo callar. âOh, eso no es nadaâ dijo ella, con el tacto más débil de su voz. âPor favor, espera hasta el final del acto para aplaudir.â
Inclinándose hacia delante, ella empezó a caer mientras, al mismo tiempo, doblaba la cintura y agarraba la barra de trapecio con ambas manos. Su Ãmpetu la llevó alrededor de la barra con un giro completo, en cuyo punto ella extendió sus piernas hacia arriba hasta estar haciendo el pino en la barra. Ella posó allÃ, con una roca firme, durante quince segundos, luego de pronto se soltó y cayó hacia abajo hasta que, en el último instante, se agarró los tobillos en los extremos de la barra de trapecio donde las cuerdas la sostenÃan. Entonces lentamente movió su pierna izquierda hacia un lado, de tal manera que todo su cuerpo estaba colgando simplemente por su tobillo derecho.
Ella mantuvo esa postura durante otros segundos, sólo para probar que no le habÃa salido por casualidad, para después sin esfuerzo inclinarse hacia arriba agarrando la barra con las manos de nuevo. Se inclinó hacia adelante y hacia atrás, usando su cuerpo como contrapeso para balanceándose por el trapecio. Las oscilaciones aumentaron hacia adelante y hacia atrás, cada vez más altas con cada arco sucesivo. Luego, en el ápice del columpio, se soltó y voló por el aire. Su cuerpo se curvó rápidamente y ella hizo dos giros completos antes de enderezar su postura de nuevo y aterrizar en el centro de la cuerda floja.
âNada de aplausosâ le recordó ella a él âpero un suspiro de sorpresa serÃa buen recibido.â
Ella no esperó, y empezó a caminar de vuelta a lo largo del cable, caminando de una manera tan seguro como si estuviera en el suelo. Se desplazo hasta el centro del cable, doblando sus rodillas y dando una voltereta hacia atrás, una segunda y una tercera âcada vez aterrizando sin problemas sobre sus pies.