En primavera, florecen las flores y surgen los frutos, a la vez que se aparean los animales para procrear; todo parece ser propicio para la vida.
En verano, se incrementan las temperaturas y disminuyen las lluvias y en algunos lugares el agua disponible es tan escasa que obliga a trasladarse hacia localizaciones más benignas.
En otoño, considerado como un tiempo de transición, donde se suceden los cambios de temperatura, con las frecuentes lluvias y la caída de las hojas de los árboles, es además cuando los pájaros emigran buscando lugares más cálidos.
En invierno, por contraposición al verano, es la época de más frío, donde la luz es más tenue, las noches más largas y la vegetación y los animales escasean en las latitudes más elevadas.
El interés ya no se limitaba a dejar por escrito aquellos fenómenos y tratar de darle un significado, sino que se empezó a buscar la posibilidad de predecirlos y con ello buscar alguna forma de prepararse tanto para remediar en lo posible las adversidades, como para aprovechar los buenos momentos.
Todavía no se regían por los años de 365 días, tal y como los conocemos hoy, sino que se guiaban por las estaciones, empezándose a usar para conocer la edad de cada uno, por el número de primaveras que había vivido, tal y como siguen usando todavía algunos pueblos que mantienen un contacto directo con la naturaleza.
Pero en la antigüedad no sólo se han interesado por la observación de los acontecimientos atmosféricos o astronómicos, sino también por todo aquel fenómeno que pudiese afectar al normal desarrollo de la vida, tal y como lo muestran los antiquísimos registros del nivel de las aguas con el que se intentaban predecir las inundaciones del Nilo en el Egipto antiguo.
Para ello se desarrolló un invento denominado nilómetro, a través del cual se realizaban mediciones anuales del nivel máximo de caudal alcanzado en la época de las lluvias en distintos lugares para saber si esa agua inundaría los campos o si ese año habría sequía.
Se calcula que en su momento hubo hasta quince nilómetros distribuidos en todo el curso del río, desde la isla de Elefantina (Asuán) en el Nilo Alto hasta el de Rawdan o Roda (El Cairo) en el delta del Nilo, pero ¿Cómo llegaron a la conclusión de que había pasado un año?
Para poder tener un buen sistema de predicción, primeramente, la humanidad debía desarrollar una medida efectiva del tiempo, para lo cual se inició una intensa carrera por mejorar el sistema de evaluación cada vez más preciso que aún hoy en día se continúa.
De ésta necesidad surgió el calendario lunar, donde un ciclo completo de la Luna se consideró como la unidad de medida del tiempo denominada mes lunar o lunación, de lo cual existen algunos registros en hueso del tiempo del paleolítico. Utilizado actualmente por algunas religiones, como la musulmana, para el cálculo de las fechas en que celebrar sus festividades más importantes como el Ramadán.
Los primeros habitantes del imperio egipcio lo abandonaron para empezar a calcular el tiempo en función del movimiento aparente del Sol, un sistema bastante simple de contabilizar el transcurrir de los días; de ésta medición surgió el calendario solar tan extendido en la actualidad.
Éste invento ha posibilitado situarnos en un presente, pudiendo conocer la distancia en siglos, lustros, décadas, años, meses o días que hay con respecto a un determinado acontecimiento del pasado.
Dicho calendario fue perfeccionado definiéndose con trescientos sesenta y cinco días e implantado por Julio César en todo el Imperio Romano en la primera mitad del siglo I a.C., estableciéndose cada 4 años los bisiestos, donde se añadía un día extra.
A pesar de lo ajustado de los cálculos todavía se producía cierto desfase con respecto al año natural o astronómico (el tiempo que tarda la Tierra en dar la vuelta al Sol), y no fue hasta que el Papa Gregorio XIII lo modificó implantando un nuevo calendario que lleva su nombre, siendo el más extendido y utilizado actualmente.
Estableciéndose de ésta forma el año solar o tropical (el tiempo transcurrido en pasar el Sol entre dos equinoccios iguales, por ejemplo, de primavera a primavera) en 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos; siendo esas horas, minutos y segundos los que se corrigen gracias a los años bisiestos.
Una evolución del calendario solar, es el que tiene en cuenta tanto el ciclo lunar como el solar, denominado lunisolar, para lo cual precisa de aplicar complicadas fórmulas matemáticas, y ha sido adoptado únicamente por unos pocos pueblos en la actualidad, como el judío o el chino.
Un asunto en el que tampoco se ha alcanzado un consenso ha sido a la hora de determinar a partir de qué momento se inicia el calendario, es decir, decidir lo que se tiene en cuenta para establecer el año cero.
En el calendario más extendido, el Gregoriano, al igual que lo fuese el Juliano, se inicia a partir de la fecha en que se estima que nació Jesús-Cristo, indicándose las fechas según hubiesen sucedido antes de dicha fecha, a.C. (antes de Cristo) o más tarde, d.C. (después de Cristo).
En cambio, otras religiones estiman el momento cero de sus calendarios a partir de otros hechos relevantes para ellos, como el caso de los judíos que lo inician 3761 a.C., fecha de la formación de la Tierra según cálculos basados en el Génesis; los musulmanes a partir del inicio de la Hegira (migración de Mahoma de la Meca a Medina) en el 622 d.C.; los budistas a partir del nacimiento de Buda Guatama, en el 563 a.C.
Éste invento que como hemos visto ha tenido un amplio desarrollo a lo largo de la historia de la humanidad, actualmente se ha convertido en parte indispensable de nuestra vida, de hecho, es necesario incluso para determinar el número de años que tenemos.
Capítulo 2. El Ciclo de la Vida
Como se ha comentado hasta el momento, en la naturaleza existen fenómenos puntuales e impredecibles, casi caprichosos, que se producen de forma inesperada y no se ajustan a ninguna regularidad, tal y como sucede con las tormentas eléctricas o corrimientos de tierra.
Pero no todo en la vida es cíclico, de hecho, los climatólogos hablan de singularidad, cuando se produce un fenómeno raro e inesperado, que es difícil de ver en otra ocasión, y que se debe a la confluencia de circunstancias tan especiales y específicas que es difícil que en otro momento puedan volver a confluir esas mismas fuerzas de la naturaleza para provocar esa singularidad.
En cambio, existen otros fenómenos más predecibles, precisamente porque se repiten con cierta regularidad, tanto atmosféricos como la época de huracanes (en EE.UU. se producen entre agosto y septiembre) o de los monzones (en el sur de Asia se presentan de junio a septiembre); como astronómicos como las Lágrimas de San Lorenzo o Perseidas (aparecen sobre la primera quincena de agosto) o algunos de los cometas que orbitan alrededor del Sol.
¿Sabías que...?
El cometa Halley se acerca a la Tierra cada 76 años de promedio, fue registrado y calculada su órbita por primera vez en 1705 por Edmond Halley a quien debe su nombre y la última vez que visitó fue 1986, teniendo que volver a pasar próximo a la órbita de la Tierra para el año 2061.
Pero esta regularidad no sólo afecta a los fenómenos atmosféricos o astronómicos; por poco que fijemos en la naturaleza, daremos cuenta de que todo a nuestro alrededor parece estar sometido de una forma u otra a cierta regularidad.
Los seres vivos, por su parte siguen un cierto patrón regular, un plan prescrito en nuestro código genético que inevitablemente todos deben cumplir denominado el ciclo de la vida, el cual consta de varias fases, siendo su número diferente según el autor que se consulte.
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