De Jacobo Bar Alfeo habÃa salido un grito, o casi:
â¡No escuchéis a Juan! Yo soy el que no le abandonará.
Uno de nombre Tadeo habÃa dicho:
â¿Y quién podrÃa abandonar a un maestro como tú?
En resumen, uno por uno, todos habÃan prometido fidelidad absoluta, asà que, como si se hubieran puesto de acuerdo antes, habÃan dicho al unÃsono:
â¡Ninguno de nosotros te abandonará nunca, oh, rabbonì!
âPedro, tu que has prometido el primero, has de saber que, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres âhabÃa profetizado el maestroâ, y como os habÃa anunciado, todos vosotros escapareis dentro de poco, salvo uno: y ahora os digo que este es el joven Juan âLuego, tras dar la orden de no hablar más, el maestro se volvió a sumir en sus propios pensamientos.
Llegados al terreno de GetsemanÃ, Marcos y ocho de los once habÃan entrado en la amplia cabaña de las herramientas y se habÃan tumbado en el suelo, en las zonas libres de utensilios, para dormir. Por el contrario, los discÃpulos Simón Bar Ioná, llamado Pedro y los hermanos Juan y Jacobo Bar Zebedeo, obedeciendo una orden del maestro, habÃan intentado en vano mantenerse despiertos en oración con él entre los olivos.
Apenas un par de horas más tarde, en el momento más oscuro de la noche, se habÃa sabido que el traidor anunciado era Judas, como habÃa sospechado Marcos. Entonces habÃa aparecido el Iscariote a la cabeza de unos guardias del sanedrÃn que empuñaban espadas y bastones y habÃa identificado al rabino, que habÃa sido arrestado. Sabiendo la intención del maestro de subir al olivar por la noche, el malvado discÃpulo debÃa haber informado a los jefes de Israel, que habÃan visto la posibilidad de poder arrestar secretamente al odiado y peligroso nazareno aprovechando la oscuridad y el aislamiento de la zona, sin correr el riesgo de una sublevación de la gente que simpatizaba con él. En realidad, al dÃa siguiente, sujeto como siempre a las últimas sugerencias superficiales instigadas por los agentes del sumo sacerdote Caifás, esta pedirÃa a Pilatos que el arrestado fuera eliminado.9 (#litres_trial_promo)
A Judas, como se sabrÃa luego en Jerusalén, le habÃan dado como recompensa treinta monedas de plata, el precio de un esclavo robusto o de un pequeño terreno. La exhortación que le habÃa lanzado el maestro, «Lo que tengas que hacer, hazlo rápido», podÃa tener además un significado. PodÃa tratarse, como habÃa pensado Marcos, del deseo del nazareno de no estar mucho tiempo presa de la ansiedad: el rabino debÃa haberse dado cuenta de que no tenÃa escapatoria, de que entonces, al ser muy odiado por los jefes de Israel por sus innumerables ataques contra ellos, aunque hubiese huido le habrÃan encontrado y, por tanto, que era inevitable su martirio. Una vez conocida la voluntad de Judas de denunciarlo, debÃa haberla considerado una liberación de la angustiosa espera y, por tanto, tras informar al discÃpulo que sabÃa todo, debÃa haberlo exhortado a no demorarse.
Con el alboroto que habÃa seguido a la llegada de los guardias, los nueve que reposaban en la cabaña se habÃan despertado y habÃan corrido a ver qué pasaba. Marcos, que para estar más cómodo dormÃa sin ropas envuelto en la tela, habÃa salido en ese estado. Un soldado, temiendo que escondiera un arma bajo la sábana, se la habÃa arrancado violentamente y el joven, desnudo, habÃa huido precipitadamente en la oscuridad. Se habÃa parado algo más allá para recuperar el aliento, junto a un olivo pluricentenario, rechinando los dientes por el frÃo de la noche y maldiciendo su costumbre de dormir desnudo. HabÃa oÃdo pasar a muchos hombres huyendo: habÃa sabido enseguida que se trataba de los discÃpulos del arrestado, que, después de haberle prometido que no le abandonarÃan nunca, estaban escapando precipitadamente. Mucho tiempo después, cuando estuvo completamente seguro de que los guardias habÃan abandonado el lugar del arresto y Getsemanà habÃa quedado desierto, el joven habÃa vuelto a la cabaña a recuperar sus ropas. Tras vestirse, se habÃa dirigido a su casa con cautela. Una vez llegado, habÃa relatado los últimos acontecimientos a su madre, que, en cuanto se dio cuenta del peligro que habÃa corrido marcos, le habrÃa gritado con gran severidad;
â¿Has visto qué pasa cuando desobedeces a tu madre? ¡Sé un buen hijo! ¿Por qué eres tan malo conmigo? âSolo después de desfogarse se habÃa preocupado por el maestro arrestado.
Madre e hijo habÃan conocido el resto de los acontecimientos por los discÃpulos del rabino Pedro y Juan: los once, como el propio Marcos, habÃan huido en la oscuridad tras el arresto, pero nueve habÃan vuelto rápidamente uno a uno al comedor, mientras que los dos primeros habÃan seguido a escondidas los acontecimientos hasta el alba. Luego Pedro se habÃa refugiado en casa de MarÃa y Marcos y les habÃa referido lo que habÃa visto, mientras que Juan habÃa asistido además a la muerte del nazareno en la cruz antes de volver y narrar el último acto de la tragedia. En resumen: esa noche el rabino habÃa sido condenado oficiosamente por aquellos miembros del sanedrÃn que habÃa podido reunir en la oscuridad el sumo sacerdote en su propio palacio y luego, con las primeras luces, este habÃa sido conducido atado ante el procurador Poncio Pilatos para obtener una sentencia oficial de muerte por sedición, condena capital que, según los acuerdos con Roma, el sanedrÃn no podÃa imponer nunca, ni reunido informalmente y sin todos sus miembros, como en ese caso, ni haciéndolo oficialmente y en sesión plenaria. Pilatos, para apaciguar a la multitud instigada por los sacerdotes, habÃa hecho flagelar al prisionero horriblemente y luego le habÃa condenado a la muerte en la cruz en el lugar de las ejecuciones, la pequeña colina cerca del exterior de las murallas llamada Calvario.
En la mañana del tercer dÃa después de la muerte del maestro nazareno, algunas seguidoras que habÃan participado en su sepultura y conocÃan la ubicación de su sepulcro se habÃan acercado para rendir los honores fúnebres al cadáver, ungiéndolo, algo que no habÃa sido posible cuando estaba colgado en la cruz, antes de la puesta de sol del viernes y por tanto poco antes del sábado, dÃa del sagrado reposo de los hebreos. De forma completamente inesperada, las valientes mujeres habÃan encontrado abierta la tumba y, como testimoniarÃan luego, sin ser creÃdas, habÃan visto a un hombre joven vestido de blanco, sentado sobre la piedra sepulcral, que se habÃa vuelto hacia ellas afirmando que el crucificado habÃa resucitado y pidiendo que dieran a los once la orden del maestro de volver a Galilea, donde le volverÃan a ver. HabÃan quedado estupefactas y en lugar de obedecer habÃan vagado sin rumbo por Jerusalén. Finalmente, una de ellas, una tal MarÃa originaria de Magdala, al pasar por delante de la casa de MarÃa la viuda, su amiga, se habÃa decidido a entrar para contar lo acaecido. La madre de Marcos le habÃa llevado hasta los once, a quienes finalmente la mujer magdalena habÃa referido los últimos hechos extraordinarios. Todos, salvo el joven discÃpulo Juan, habÃan permanecido incrédulos y se habÃan dicho unos a otros algo asÃ: ¿Cómo se podÃa confiar en las mujeres? Ni siquiera tienen derecho a dar testimonio en un juicio salvo sobre cosas banales, imaginaos si es posible creer esa noticia. ¿Un mensajero del cielo? Histeria femenina. También Marcos se habÃa mostrado escéptico, aunque guardando en su mente las palabras de la mujer. Juan sin embargo habÃa querido ir al sepulcro y Pedro, movido por la curiosidad, se habÃa armado de valor y le habÃa seguido. Les habÃa guiado MarÃa de Magdala, porque, al no haber participado en la sepultura, no conocÃan la tumba. La habÃan encontrado realmente abierta y vacÃa, salvo por las telas sepulcrales.
â¿Un robo del cadáver por parte del sanedrÃn? âhabÃa propuesto Pedro a Juan.
Después de haber reflexionado, habÃan concluido que los jefes de Israel no habrÃan conseguido ninguna ventaja con la desaparición del cuerpo: por el contrario, no habrÃan querido que se diera crédito a voces de prodigio. Los dos habÃan razonado también que habrÃa sido mucho más cómodo para los ladrones, y completamente natural, llevarse el cuerpo envuelto en la sábana, no desenvolverlo primero y luego transportarlo. Y además, habÃan advertido que el tejido fúnebre de lino en el que se habÃa envuelto el cadáver no yacÃa en desorden, sino sencillamente arrugado, como si el cuerpo se hubiera desvanecido en su interior. HabÃan concluido que, a menos que algunos desconocidos hubieran organizado una puesta en escena por motivos misteriosos, el crucificado debÃa haber resucitado de verdad.
âHay suficiente oscuridad como para no creerlo, querido Juan, pero hay claridad bastante como para creerlo âhabÃa dicho Pedro, más para sà que para su compañero.
Al dÃa siguiente los once habÃan partido hacia Galilea, no solo por la posibilidad de que su maestro se les apareciera realmente, sino para evitar finalmente los peligros.
En cuanto a Judas Iscariote, habÃa corrido la voz en Jerusalén de que se habÃa suicidado después de haber devuelto el precio del vendido y haber pedido en vano ser juzgado por el sanedrÃn como mentiroso acusador de un hombre justo. Marcos, al oÃr estos rumores y habiendo sabido por Juan que el traidor se habÃa unido al entorno de los zelotes revolucionarios, habÃa supuesto que habrÃa denunciado al nazareno pensando que el arresto habrÃa causado una sublevación popular que habrÃa puesto al maestro en el trono de Israel y Judas se habrÃa reafirmado en su idea cuando el propio rabino no solo le habÃa dicho que conocÃa sus intenciones, sino que, además, le habÃa exhortado a no entretenerse. A la vista de lo opuesto del resultado, el traidor se habrÃa sentido culpable según las leyes de Moisés por haber denunciado a un inocente y, como el sanedrÃn no le habÃa querido procesar y condenar, se habrÃa ajusticiado a sà mismo. Marcos tenÃa un buen corazón, pero el juicio moral de muchos sobre Judas habrÃa sido de condena absoluta.
Un dÃa los hechos recogidos por Marcos en esos dÃas y otras noticias sobre el maestro nazareno que habrÃa obtenido de Pedro se reunirÃan en su librito Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios: serÃa el propio Marcos el que inventarÃa el género literario del evangelio, es decir, la buena nueva. Pero eso ocurrirÃa muchos años después, más allá de nuestra historia.
Dos semanas después de haber dejado Jerusalén, los once habÃan vuelto y habÃan llamado a la casa de Marcos y su madre. Les habÃan contado que Jesús de Nazaret se les habÃa aparecido realmente en Galilea, ordenándoles volver a Jerusalén a predicar la buena nueva de su resurrección y de la salvación eterna para los seres humanos, y de extenderla a continuación a todas las naciones.
Marcos se habÃa mostrado incrédulo. HabÃa sugerido a Pedro:
â⦠¿Y si pura y sencillamente habéis sufrido alucinaciones?
âEstamos seguros de que no âhabÃa respondido el jefe de los discÃpulosâ. Todos tenemos ahora luz más que suficiente para creer, aunque comprendo que para ti y para cualquiera que no haya visto al maestro resucitado haya oscuridad bastante como para no creer. ¿Sabes? Creo que siempre será asÃ: luz y sombra, confianza y desconfianza en nuestro testimonio sobre Jesús resucitado nos acompañarán hasta el fin del mundo.
A diferencia de Marcos, MarÃa habÃa glorificado al maestro, completamente convencida de que habÃa resucitado de verdad, aunque no le hubiera visto. Los apóstoles, es decir, los enviados como, como ya se definÃan los once, le habÃan pedido que rogara al hijo que consintiera tenerlos como huéspedes. El joven, a pesar de su escepticismo personal, habÃa aceptado por amor a su madre. Asà que su casa se habÃa convertido en la sede de la dirección de la recién nacida Iglesia.
Sin estas oportunidades y contactos, Marcos nunca se habrÃa encontrado en disposición de poder investigar sobre el asesino de su padre.
CapÃtulo V
Cumplidos los veinte años, el joven se habÃa casado con la única hija de Pedro, Ester, de catorce años. El matrimonio habÃa sido acordado por los respectivos padres, como entonces era habitual en Israel. Se trataba de una buena chica que, sometida al marido como era normal entre las esposas judÃas en aquel tiempo, se veÃa parcialmente recompensada, como todas ellas, ejercitando una autoridad férrea sobre los hijos menores de edad y, a veces, tratando de influir sobre ellos posteriormente, igual que trataba de hacer MarÃa con Marcos, aunque con poco éxito. Ester habÃa aceptado las enseñanzas religiosas de su padre y creÃa en Jesucristo resucitado. A diferencia de su suegra, su cultura era casi nula, pero, en ese entorno antiguo, eso se consideraba normalmente como un mérito más que un defecto en una mujer. Iba a dar hijos a Marcos y, a causa de los muchos viajes que el marido emprenderÃa años después, estarÃa a menudo sin él, en la sombra de su casa de Jerusalén. Ahora mismo podemos hacerla salir de nuestra historia.
Cinco años después del matrimonio, era el año 793,10 (#litres_trial_promo) Marcos habÃa cumplido finalmente la mayorÃa de edad y habÃa pasado a ocuparse directamente de sus negocios. SeguÃa siendo escéptico acerca de la resurrección de Jesús: era el único del grupo que no habÃa pedido el bautismo cristiano.
Entretanto la Iglesia, compuesta al inicio por cerca de ciento veinte personas, habÃa aumentado y ya sobrepasaba, solo en Jerusalén, el número de treinta mil, a pesar de la hostilidad del sanedrÃn, lo que llevaba a persecuciones que causaban arrestos y a homicidios. Parte de los cristianos habÃan por tanto abandonado la ciudad, iniciando la evangelización de SamarÃa y otras regiones. Se habÃan fundado otras iglesias menores y comunidades importantes en Damasco y AntioquÃa de Siria, todas tributarias de la de Jerusalén.
El primo de Marcos, Bernabé, al encontrar cristianos en Salamina, cuya mÃnima iglesia dependÃa de la de AntioquÃa y estaba compuesta por inmigrantes de esa ciudad, se habÃa visto afectado por su predicación. Conociendo bien las Sagradas Escrituras, se habÃa convencido de Jesús era realmente el MesÃas anunciado por los profetas y se habÃa convertido. No teniendo hijos a los que dejar sus bienes, habÃa vendido su propiedad, se habÃa mudado con su mujer a Jerusalén y habÃa donado lo ingresado a la Iglesia. Luego habÃa empezado a colaborar con Pedro. Al hablar griego, la lengua internacional del imperio, y tener cultura bÃblica, habÃa encontrado enseguida trabajo como enviado en diversas regiones.
Entretanto, en el bando opuesto, un hombre natural de Tarso que se llamaba Saulo, que con Bernabé y durante algún tiempo con Marcos iba a tener parte importante en nuestra historia, habÃa empezado a perseguir a cristianos por encargo del sanedrÃn, consiguiendo éxitos relevantes.
Saulo era ciudadano romano por nacimiento, bajo el nombre de Pablo, seguidor del gran maestro Gamaliel de Jerusalén. Era una persona muy inteligente y también, gracias a sus estudios personales, habÃa adquirido una profunda cultura. Disfrutaba de un gran vigor fÃsico y de una fortaleza mental que se desbordaba en una capacidad hipnótica y su persona producÃa una gran fascinación a pesar de su fealdad: a diferencia de Bernabé y Marcos, personas altas, delgadas, de rasgos finos y con mucho pelo y frondosas barbas, Saulo era calvo desde joven, gordo y pequeño de estatura, tenÃa unas cejas muy pobladas y pelos ralos en el rostro, en que exhibÃa una nariz gigantesca. Ahora no importaban sus miserias fÃsicas, pero de joven no habÃa sido asÃ: habÃan sido objeto de burlas y de apodos haciendo que su carácter se volviera propenso a la ira. Sin embargo, gracias a largos ejercicios, la habÃa vencido hacÃa mucho tiempo y cuando encontraba un obstáculo o, peor, un comportamiento hostil, en lugar de cólera sabÃa extraer una indignación constructiva enérgica pero tranquila. Viudo prematuramente, habÃa decidido dedicar su vida a Dios y, considerando servirle, en el 787,11 (#litres_trial_promo) se habÃa puesto a las órdenes de sanedrÃn, convirtiéndose en cazador de cristianos, pero esa tarea durarÃa solo tres años, pues luego Saulo entrarÃa él mismo en el grupo de los perseguidos. En el 790,12 (#litres_trial_promo) mientras por encargo de sus superiores estaba dirigiéndose a pie a Damasco, con guardias, para identificar y capturar a seguidores de Cristo y estaba a la cabeza de los suyos, estando ya cerca de la ciudad habÃa caÃdo de golpe al suelo13 (#litres_trial_promo) como golpeado por un rayo invisible. HabÃa visto, solo él, al Resucitado envuelto en un fulgor de luz cegadora, mientras que sus hombres solo habÃan oÃdo las palabras que Saulo iba pronunciando entretanto: Primero habÃa dicho con voz potente, con los ojos cerrados, como si estuviera repitiendo involuntariamente lo que estaba oyendo:
âSaulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Luego habÃa preguntado en un susurro, abriendo los ojos:
â¿Quién eres, Señor?
Se habÃa respondido, de nuevo con voz potente y con los ojos cerrados:
âSoy aquel a quien tú persigues. Ahora levántate y ve a Damasco y haz lo que te será dicho que hagas.
Se habÃa levantado ciego, con los ojos ensangrentados y doloridos. Luego la sangre se habÃa transformado en costra y le habÃa llenado de dolor. Conducido de la mano a la ciudad por sus hombres, que habÃan pensado que le habÃa atacado e inmovilizado algún mal repentino, Saulo habÃa sido alojado en la casa de un hebreo llamado Judas. Durante tres dÃas no habÃa comido ni bebido a pesar de la insistencia del dueño de la casa, que sabÃa que era un emisario importante de Jerusalén. Durante la tercera noche habÃa soñado, u oÃdo en el duermevela, la voz de Jesús: le anunciaba que serÃa visitado por el cristiano AnanÃas, que le impondrÃa las manos haciéndole recuperar la vista. A la mañana siguiente se habÃa presentado realmente un hombre llamado AnanÃas, que le habÃa dicho:
âMientras dormÃa y soñaba que estaba en bellÃsimo jardÃn, he oÃdo pronunciar: «AnanÃas». Sintiendo con seguridad que la voz era la del Resucitado, he respondido de inmediato: «¡Aquà estoy Señor!». Ãl me ha ordenado: «Ve a la calle llamada Recta, entra en la casa de un tal Judas y pregunta por Saulo de Tarso, que en este mismo instante está oyendo tu nombre en su mente: está ciego, pero tú le impondrás las manos y él verá». «Señor», respondà con aprensión, «sé que ha hecho todo el mal que ha podido a tus seguidores en Jerusalén. Además, se sabe que ha venido aquà a Damasco para detenernos». La voz del Señor me tranquilizó: «Ve, es para mà un instrumento elegido para llevar mi nombre tanto a los hijos de Israel como los demás pueblos y a sus gobernantes y cuando sea bautizado le mostraré cuánto tendrá que sufrir por mi nombre».
AnanÃas habÃa impuesto las manos sobre Saulo, a quien se le habÃan desprendido de los ojos las escamas de sangre coagulada y de inmediato habÃa recuperado la vista: habÃa entendido que se habÃa tratado de una señal divina de la oscuridad espiritual en la que habÃa vivido al perseguir a los seguidores de Jesús y de la luz en la que estaba entrando. DÃas después, en casa de AnanÃas, Saulo habÃa sido bautizado. Luego se habÃa dirigido al desierto de Arabia para un retiro espiritual. Durante dÃas habÃa reflexionado sobre qué hacer y habÃa orado a Dios para conseguir la iluminación, pero sin obtener respuesta: ¿Volver a Damasco y anunciar a Cristo con AnanÃas y los demás bautizados? ¿Andar por el mundo predicando al Resucitado a quien encontrara? ¿O bien dirigirse a Judea, a Jerusalén, donde estaban escondidos los jefes de la Iglesia, buscarlos, encontrarlos y presentarse arrepentido ante ellos, ofreciéndose a colaborar? ¿Pero cómo reaccionarÃan, no le considerarÃan tal vez un espÃa del sanedrÃn? Una noche, habiendo ya decidido volver a la mañana siguiente, habÃa tenido un sueño revelador. HabÃa subido hasta el tercer cielo y habÃa llegado a conocer al trascendente, casi cara a cara con Dios: nunca iba a conseguir explicar claramente esta experiencia a otros, muy viva, aunque fuera dentro de un sueño, y que le habÃa dado una alegrÃa inefable. Sin embargo, a pesar de la dicha inicial, se le habÃa aparecido al durmiente un demonio espeluznante que le habÃa abofeteado con violencia ambas mejillas. Ese diablo habÃa desaparecido poco después, pero no el dolor: Saulo habÃa sufrido dolores desgarradores en la carne, como si se le clavaran largas espinas y en ese momento habÃa oÃdo la voz de Jesús:
âHe aquà las innumerables dificultades que encontrarás en tu apostolado: abandono de amigos, malentendidos, persecuciones, cárceles y dolencias y finalmente la muerte violenta en Roma por decapitación.
âSeñor âle habÃa rogado Saulo con palabras contritas por el dolorâ, si quieres que sea tu apóstol, dame la posibilidad de anunciar el evangelio hasta cuando muera: no me pongas obstáculos en el camino.
âPara cumplir con tu tarea te bastarán mi amor y mi benevolencia. ¡Yo te amo! No te preocupes y estate seguro de que, a pesar de los muchos sufrimientos, tendrás éxito. Habrá obstáculos que te impedirán llevar a cabo esos proyectos que yo mismo te encargaré, pero ¿qué te importa? Piensa en mi amor sin lÃmites, que no solo se manifiesta en la fuerza absoluta de Dios, sino también en la misteriosa disminución de su poder, en mi dolor y en mi muerte para mi gloriosa Resurrección. Que te sea suficiente ser amado por mÃ, Dios, y ser hecho partÃcipe del misterio pascual de mi debilidad y mi fuerza. Y será sobre todo este escándalo aparente lo que predicarás.
Saulo habÃa visto entonces en el abandono de los amigos, en la enfermedad y en los numerosos otros obstáculos que habÃa encontrado su participación en la debilidad del Dios-hombre crucificado y se habÃa sentido tan amado y sostenido por él como para poder cumplir, por voluntad divina, en su propia carne todo lo que faltaba a la Pasión de Jesús, aunque al mismo tiempo habÃa entendido perfectamente que el único y verdadero salvador de la humanidad era Cristo y también que el único autor del éxito de su apostolado serÃa él, el Resucitado.
Jesús le habÃa dicho entonces, justo antes de despertar:
âHaz todo lo que puedas, confiando plenamente en mi amor, que concluirá tu obra. Y ahora ve a Damasco y empieza tu tarea allÃ.
El apóstol habÃa vuelto a la ciudad y, lleno de entusiasmo, habÃa predicado allà durante un trienio. Pero con el tiempo habÃa suscitado el odio religioso de los judÃos ortodoxos. Hacia la mitad del año 793,14 (#litres_trial_promo) estos habÃan decidido, de buena fe, «para honrar al Señor», matar a «Saulo el Hereje». Advertido a tiempo por sus amigos habÃa huido con su ayuda haciéndose bajar por la noche en una cesta de las murallas de la ciudad. Se habÃa refugiado en Jerusalén, en la casa de una hermana casada con la cual habÃa vivido cuando habÃa enviudado, antes del viaje a Damasco. Luego se habÃa dirigido a casa de Marcos, donde, como sabÃa desde antes de conocer a AnanÃas, vivÃan los dirigentes de la Iglesia: no tenÃa más que una carta que le recomendaba como muy buen y fiel cristiano. HabÃa ofrecido su obra de evangelizador al jefe de los apóstoles, Pedro, y a Jacobo Bar Alfeo, que se habÃa afianzado como el principal en la dirección de los cristianos de Jerusalén, siendo a menudo el primero en ir a otros lugares de Palestina y a la ciudad de AntioquÃa de Siria. A pesar de la recomendación del buen AnanÃas, Saulo habÃa encontrado mucha desconfianza: su referente era conocido por los directores de la Iglesia, pero la carta podÃa haber sido falsa. Solo Bernabé se habÃa mostrado convencido y habÃa intercedido con vigor, consiguiendo hacer desaparecer el recelo de los demás. Al hablar bien en griego, Saulo habÃa empezado a predicar la nueva de la resurrección de Jesucristo en los lugares de más tránsito, delante del templo, a aquellos judÃos helenistas que tenÃan como único idioma esa lengua. Sin embargo, no tuvo éxito. Peor aún, suscitó en ellos tal hostilidad que también ellos, como los hebreos de Damasco, trataron de matarlo. No lo consiguieron porque el apóstol, por un contratiempo, no habÃa pasado ese dÃa por la calle en la que, ocultos, le esperaban armados. Sin embargo, algún hermano en la fe habÃa oÃdo noticias del fallido atentado y habÃa advertido a Pedro. Asà que Saulo habÃa sido conducido en secreto, por Bernabé y par de personas más en función de escolta, a Cesarea MarÃtima y de ahà embarcado a su ciudad natal, Tarso. Allà habÃa permanecido durante cuatro años evangelizando, primero a los hebreos en la sinagoga y luego a los gentiles. Como todos sabÃan en la ciudad que era ciudadano romano, se habÃa mantenido relativamente seguro: por lo menos aquà nadie habÃa tratado de matarlo. Algunos convertidos por Saulo, trasladados a Roma, habÃan llevado allà el cristianismo, incluso antes de que llegara Pedro años después.
En el 798,15 (#litres_trial_promo) Bernabé se habÃa reunido con Saulo en Tarso y habÃa partido con él de vuelta a AntioquÃa, cuya comunidad de seguidores de Jesús, ya conocida comúnmente como «los cristianos», coordinaba por encargo de Pedro.
CapÃtulo VI