banner banner banner
El misterio de Riddlesdale Lodge
El misterio de Riddlesdale Lodge
Оценить:
 Рейтинг: 0

El misterio de Riddlesdale Lodge

Miss Sayers me pide que llene ciertas lagunas y rectifique algunos errores que existen en su relato de la carrera de mi sobrino Peter. Lo haré con sumo gusto. Aparecer públicamente en letras de imprenta es ambición de todo ser humano, y me mostraré modestamente adecuado a mi avanzada edad para actuar como una especie de leal servidor a la gloria de mi sobrino.

La familia Wimsey es muy antigua…, demasiado antigua a mi parecer. El padre de Peter no hizo más que una cosa sensata en su vida: aliar su exhausta estirpe a la vigorosa sangre franco-inglesa de los Delagardie. Aun así, mi sobrino Gerald, actual duque de Denver, no es más que un estúpido propietario inglés, todo músculos, y mi sobrina Mary fue lo suficientemente frívola y tonta para casarse con un policía y borrarse del mapa. Peter sale a su madre y a mí, lo declaro con orgullo y satisfacción. Es todo nervio y acción, cierto; pero eso es mucho mejor que ser un cerdo y un bobo como su padre y hermano, o un simple manojo de nervios como Saint George, el hijo de Gerald. Por lo menos ha heredado la inteligencia de los Delagardie, que sirve de salvaguardia al desafortunado temperamento de los Wimsey.

Peter nació en 1890. Su madre, por esa época, se atormentaba ya mucho por la mala conducta de su marido (Denver siempre fue un libertino, aunque he de confesar que el escándalo grande no estalló hasta el año del Jubileo), y sus preocupaciones tal vez influyeran sobre el infante. Peter era un niño con aspecto de camarón descolorido, muy inquieto y travieso, siempre demasiado inquisitivo para su edad. No poseía nada de la robusta belleza física de Gerald, pero desarrollaba lo que yo puedo muy bien llamar una especie de gracia corporal: más maña que fuerza. Tenía pies rápidos para el balón y manos diestras para el caballo. También poseía el valor del mismísimo demonio: esa inteligente clase de valor que huele el peligro antes que se produzca. Cuando pequeño sufría espantosas pesadillas nocturnas. Con gran consternación de su padre, tuvo desde su más tierna infancia verdadera pasión por los libros y la música.

Su primera época escolar no fue muy afortunada. Era un niño demasiado refinado, por lo que no es de extrañar que sus compañeros le apodaran Flimsey[2 - Flimsey quiere decir “frívolo”, “sin consistencia”. Juego de palabra sobre la familia Wimsey. (N. del T.)] y le trataran como un monigote. Como extraña autoprotección, hubiera podido aceptar su situación y degenerar en mero bufón, si uno de sus profesores de deporte, en Eton, no hubiera descubierto en él un brillante e innato jugador de cricquet. Tras eso, claro está, todas sus excentricidades se aceptaron como rasgos de ingenio, y Gerald sufrió el terrible golpe de verse desplazado por su hermano menor, que, de la noche a la mañana, se convirtió en una personalidad más destacada que él. Cuando alcanzó el sexto curso, Peter había conseguido transformar su aspecto: atleta, alumno destacado, arbiter elegantiarum…, nec pluribus impar. El cricquet contribuyó mucho a ello. La mayoría de los antiguos alumnos de Eton recordarán al “gran Flim” y su victoriosa actuación contra el equipo de Harrow…; pero tengo que decir en mi favor que yo le llevé al mejor sastre, guié sus primeros pasos en Londres y le enseñé a distinguir un buen vino de uno malo. Denver no se ocupaba apenas de él. A sus complicaciones personales se añadían las de Gerald, que se conducía como un imbécil en Oxford. En realidad, Peter no estuvo nunca en buena armonía con su padre; era crítico cruel de las calaveradas paternales, y el cariño hacia su madre tenía efecto destructivo sobre su sentido del humor.

No es preciso decir que Denver no era hombre que tolerase en sus hijos debilidades semejantes a las suyas. Le costó mucho dinero sacar a Gerald de su aventura de Oxford y deseó con toda su alma que su segundo hijo se inclinase hacia mí. En efecto, a los diecisiete años, Peter vino a mi encuentro por su propia voluntad. Le traté como hombre mundano. En París le puse en manos de personas de confianza, aconsejándole que llevara a cabo sus asuntos sentimentales como asuntos corrientes y que procurara que terminaran siempre con benevolencia por ambas partes y generosidad por la suya. Justificó mi confianza. Yo creo que ninguna de las mujeres que ha conocido haya tenido quejas de él, y dos por lo menos de ellas se han casado con personas de la realeza (de la oscura realeza, lo admito, pero realeza al fin y al cabo). De todas formas, insisto sobre mi concesión de crédito; sin embargo, considero ridículo dejar la educación social de un joven a la casualidad.

El Peter de esta época era encantador, franco, modesto, bien educado y espiritual. En 1909, consiguió una beca para seguir en Balliol los cursos de Historia, y debo confesar que se hizo casi intolerable. El mundo estaba a sus plantas y empezó a darse importancia. Se hizo afectado, exageraba los modales oxfordianos, empezó a llevar monóculo y aireó mucho sus opiniones, tanto dentro como fuera de la Unión, pero debo hacerle justicia confesando que jamás trató de tomar un tono protector con su madre ni conmigo. Peter se hallaba en el segundo curso cuando Denver se mató en una cacería y Gerald le sucedió en el título de duque. Gerald mostró más sentido de la responsabilidad de lo que yo esperaba en la administración de sus propiedades; su peor equivocación fue casarse con su prima Helen, una niña mojigata y presuntuosa, tonta de los pies a la cabeza. Peter y ella se detestaban cordialmente; claro que siempre podía refugiarse con su madre en Dower House.

Fue durante su último año en Oxford cuando Peter se enamoriscó de una jovenzuela de diecisiete años y olvidó, de golpe y porrazo, todo lo que había aprendido. Trató a esta pequeña como una criatura ideal, y a mí como un monstruo depravado y viejo que le había hecho indigno de tocar tal delicada pureza. No negaré que formaban una pareja adorable…, todo blanco y oro… Un príncipe y una princesa de leyenda, decían las gentes. Hubiera sido más lógico hablar de una historia de locos. ¿Qué hubiera hecho Peter a los veinte años con una esposa que no tenía talento ni carácter? Afortunadamente, los padres de Bárbara consideraron que la muchacha era demasiado joven para casarse. Peter terminó, pues, sus estudios con los sentimientos de un sir Eglamore cuando mató su primer dragón. Depositó sus diplomas a los pies de su dama como si se tratara de la cabeza del dragón y abordó resueltamente los largos trabajos que debían poner a prueba su virtud.

Estalló la guerra… Por supuesto, este joven idiota quería casarse antes de marchar al frente, pero sus escrúpulos le hicieron muy maleable. Le indicaron que, si volvía mutilado, Bárbara sería víctima de una injusticia. Peter no había pensado en eso. La locura del sacrificio hizo presa en él y se precipitó a casa de su prometida para devolverle su palabra. Yo no intervine en eso. El resultado me agradaba bastante, pero desaprobaba los medios empleados para obtenerlo.

Se comportó muy bien en Francia. Excelente oficial, era muy querido de sus soldados. En 1916 vino de permiso con el grado de capitán y encontró a Bárbara casada con un comandante que había cuidado en un hospital y cuyo lema era tratar bárbaramente a las mujeres. Fue un golpe duro para Peter. La muchacha no había tenido valor de prevenirle de antemano.

Se casó precipitadamente cuando se enteró de que llegaba. Una carta le puso en presencia del fait accompli, recordándole que él mismo la había dejado en libertad de acción.

Peter vino inmediatamente a verme y admitió que había sido un estúpido.

– Bien – dije —. Has recibido una lección. Procura no hacer el imbécil en otro sentido.

Regresó al frente, y estoy seguro de que llevaba la firme intención de hacerse matar, pero no lo consiguió. Fue allí donde alcanzó el grado de mayor y su D. S. O. después de haber realizado para el Intelligence Service una misión peligrosa en las líneas germanas. En 1918, en el curso de un bombardeo, quedó enterrado en un embudo de proyectil, cerca de Caudry, y permaneció en aquella ciudad durante dos años, debido a graves crisis de depresión nerviosa. A continuación, se instaló en Picadilly, en un apartamento, con Bunter, que había estado bajo sus órdenes como sargento, y que le era y le sigue siendo muy fiel.

No me importa decirle que yo estaba preparado para casi nada. Peter había perdido su magnífica franqueza y no se confiaba a nadie, incluyendo su madre y yo. Su frívola actitud le hacía impenetrable y adoptaba una pose de dilettante. Se convirtió en un perfecto comediante. Su fortuna le permitía vivir a su capricho, y con un ojo divertido y burlón observaba yo los esfuerzos del Londres femenino de la posguerra para atraparle.

– No puede ser bueno para el pobre Peter vivir como un ermitaño – me decía una solícita matrona.

– Madam – le respondí —, si lo es, no lo parece.

No. En ese aspecto no me producía preocupación alguna. Pero encontraba peligroso que un hombre de su habilidad no tuviera un trabajo con que ocupar su mente, y así se lo dije.

En 1921, el robo de las esmeraldas de lord Attenbury produjo mucho ruido. Cuando juzgaron al ladrón, el público experimentó muchas emociones violentas, pero la mayor de todas fue cuando hizo su aparición como testigo lord Peter Wimsey.

Se hizo célebre y se vengó de ello al mismo tiempo. Yo creo que para un oficial experimentado del servicio de información, la investigación no hubiese presentado serias dificultades; pero un “sabueso noble” era una novedad sensacional. Denver estaba furioso; personalmente, no me importaba lo que Peter pudiera hacer, suponiendo que hiciera algo. Yo tenía la impresión de que el muchacho se consideraba más feliz desde que había tomado entre manos este trabajo, y encontraba muy simpático al hombre de Scotland Yard con el cual se había aliado durante el transcurso de este caso. Charles Parker es un muchacho tranquilo, sensato y bien educado. Siempre ha sido buen amigo de Peter y un excelente cuñado. Posee la valiosa cualidad de ser amigo de la gente sin esperar reciprocidad.

La única contrariedad del nuevo “entretenimiento” de Peter fue que se convirtió en algo más que un “entretenimiento”, si es que eso podía considerarse “entretenimiento” para un caballero. No se puede colgar a los asesinos por diversión personal. La inteligencia de Peter le tiraba hacia un lado; su sensibilidad, hacia otro, hasta que empecé a temer que le dividieran en trozos. Al final de cada caso, reaparecían las pesadillas y los trastornos nerviosos. Y para colmo, Denver, ese gran imbécil, que no cesaba de despotricar contra las actividades policíacas de Peter, le hizo acusar de asesinato y tuvo que comparecer ante la Cámara de los Lores. Este proceso tuvo tal publicidad que el trabajo de Peter, en comparación, no hacía más efecto que un petardo húmedo.

Cuando Peter sacó a su hermano de esa embrollada y sucia historia, se emborrachó y esta reacción tan humana me tranquilizó respecto a él. Peter admite ahora que su “entretenimiento” es la tarea social que le incumbe, y cierto interés por los asuntos públicos hace que acepte, a veces, pequeñas misiones diplomáticas. Desde hace algún tiempo está un poco más dispuesto a mostrar sus sentimientos y un poco menos atemorizado de tenerlos que mostrar.

Su más reciente excentricidad ha sido enamorarse de esa muchacha acusada de haber envenenado a su prometido y cuya inocencia probó Peter. Ella no ha querido casarse con él, como haría cualquier mujer con personalidad propia. La gratitud y un humillante complejo de inferioridad no son la base más adecuada para un buen matrimonio; la posición era falsa desde un principio. Peter tuvo el buen sentido, esta vez, de aceptar mi consejo:

– Querido – le dije —, lo que era un error para ti hace veinte años ya no lo es en la actualidad. No son las jovencitas inocentes quienes necesitan consideración, sino las que han sido dañadas y están asustadas. Empieza de nuevo por el principio. Pero te advierto que necesitarás todo el dominio que sobre ti has podido adquirir.

Pues bien, lo intentó. No creo haberme tropezado nunca con alguien que tuviera tanta paciencia. La muchacha es inteligente, enérgica y honrada; pero para Peter se trata de enseñarla a aceptar lo que se le ofrece, y eso es mucho más difícil que aprender a dar. Supongo que terminarán por entenderse, si son capaces de evitar que sus pasiones triunfen sobre su voluntad.

Peter tiene ahora cuarenta y cinco años. Es momento de que se case. Yo he sido uno de los puntales más firmes e influyentes en su formación y en su vida, y estimo que me hará caso. Es un verdadero Delagardie, con muy poco de los Wimsey, excepto, he de confesarlo, ese profundo sentido de la responsabilidad que impide a los aristócratas terratenientes ingleses ser una inutilidad total en el terreno intelectual. Poco importa que sea detective o no. Es hombre cultivado y un verdadero caballero. Me divertirá ver lo que dará de sí como esposo y padre de familia. Me estoy haciendo viejo y, que yo sepa, no tengo hijos. Me alegraría mucho ver a Peter feliz. Mas, como su madre dice: “Peter lo ha tenido todo siempre, excepto las cosas que verdaderamente quería”.

Pero yo creo que él tiene más suerte que la mayoría de la gente.

    Paul Austin Delagardie

La solución del

Misterio de Riddlesdale

con un informe del

Duque de Denver

ante la Cámara de los Lores

por asesinato

Los cuentos inimitables de Tong-King nunca tienen un final real, y este, escrito en su estilo más elevado, tiene aún menos fin que la mayoría de ellos. Pero toda la narración está impregnada del olor de las pajuelas perfumadas y de honorables pensamientos elevados, y los dos protagonistas son de noble cuna.

    Las alforjas de Kai-Lung.

1

”Con premeditación”

¡Oh! ¿Quién hizo esta muerte?

    Otelo

Lord Peter Wimsey se estiró voluptuosamente entre las sábanas proporcionadas por el hotel Meurice. Tras sus esfuerzos en el enrevesado misterio de Battersea, había seguido el consejo de sir Julián Fake de que se tomase unas vacaciones. De repente se había cansado de desayunar todas las mañanas con los ojos puestos en el Green Park; había comprendido que la compra de primeras ediciones en las subastas constituía un ejercicio insuficiente para un hombre de treinta y tres años, y hasta los crímenes de Londres estaban adulterados. Abandonó su piso y sus amigos, huyendo hacia las regiones salvajes de Córcega. Durante tres meses dio de lado a cartas, periódicos y telegramas. Escaló montañas, admirando desde lejos la belleza salvaje de las campesinas corsas y estudiando la vendetta en su propio ambiente. En tales medios, el asesinato no solamente se hacía razonable, sino simpático. Bunter, su hombre de confianza y que le ayudaba en sus investigaciones policíacas, había sacrificado noblemente sus costumbres civilizadas, dejando que su amo anduviese sucio y hasta sin afeitar. Su fiel aparato, que fotografiaba corrientemente huellas dactilares, solo tomaba paisajes rocosos. ¡Qué bien sentaba aquel descanso!

Sin embargo, la voz de la sangre tiraba de lord Peter. La noche anterior habían regresado a París en un espantoso tren y deshecho su equipaje. La luz otoñal, al filtrarse a través de las cortinas, acariciaba los frascos de tapones de plata colocados sobre el tocador y delineaba la pantalla de una lámpara eléctrica y los contornos del teléfono. Un ruido cercano de agua corriente anunciaba que Bunter acababa de abrir los grifos de la bañera y colocaba en su sitio el jabón de olor, la esponja y las sales de baño, que hubiesen sido inútiles en Córcega, y el delicioso cepillo de mango largo que tanto placer le producía al pasárselo a lo largo de la columna vertebral.

“Todo es contraste en la vida” – se dijo lord Peter, que filosofaba medio dormido —. Córcega…, París…, después Londres… Buenos días, Bunter.

– Buenos días, milord. Hermosa mañana, milord. El baño de su señoría está ya preparado.

– Gracias – respondió lord Peter.

Pestañeó a la luz del sol.

Fue un baño estupendo. Se preguntó, mientras se enjabonaba, cómo pudo resistir en Córcega, y tatareó los compases de una canción. En medio de un soporífero intervalo, oyó al valet de chambre traer el café y los bollitos. ¡Café y bollitos! Salió de la bañera salpicándolo todo, se frotó voluptuosamente con la toalla, se envolvió su largo tiempo mortificado cuerpo en una bata de seda y ganó su dormitorio a buen paso.

Con inmensa sorpresa vio que míster Bunter, pausadamente, metía en el neceser todos los útiles de tocador. Otra asombrada mirada le mostró que sus maletas…, apenas abiertas la noche anterior…, estaban cerradas de nuevo y preparadas para un viaje.

– ¿Qué pasa, Bunter? – preguntó su señoría —. ¿No sabes que tenemos la intención de pasar aquí quince días?

– Perdóneme, milord – respondió Bunter, deferente —. Pero después de leer The Times (que llega aquí todas las mañanas por avión, milord), no dudé de que su señoría desearía marchar inmediatamente a Riddlesdale.

– ¿A Riddlesdale? – preguntó Wimsey —. ¿Qué sucede?.. ¿Le ocurre algo a mi hermano?