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El misterio de Riddlesdale Lodge
El misterio de Riddlesdale Lodge
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El misterio de Riddlesdale Lodge

TESTIGO. – Tal vez estuviera medio adormilada solamente. Lo oí con mucha claridad. Estaba segura de que era un tiro. Escuché unos minutos y bajé a ver si había pasado algo.

EL CORONER. – ¿Por qué no llamó a su hermano o a algún otro caballero?

TESTIGO. – (Desdeñosa). ¿Para qué? Pensé que serían cazadores furtivos los que tiraban y no quería armar jaleo inútil a hora desacostumbrada.

EL CORONER. – ¿Sonó el tiro cerca de la casa?

TESTIGO. – Bastante cerca, me parece… Es difícil asegurarlo, cuando una se despierta por un ruido… ¡Siempre suena tan terriblemente fuerte!..

EL CORONER. – ¿No tuvo usted la impresión de que sonara en el interior de la casa o en el invernadero?

TESTIGO. – No, fue afuera.

EL CORONER. – Así, pues, bajó usted sola. Esta acción es muy valiente por su parte, lady Mary. ¿Bajó usted en seguida?

TESTIGO. – En seguida, no. Reflexioné durante unos minutos y terminé por ponerme las zapatillas, un abrigo grueso y un gorro de lana. Debí de salir de mi habitación cinco minutos después de haber oído el disparo. Bajé la escalera y atravesé la sala del billar para salir al invernadero.

[ver plano grande]

EL CORONER. – ¿Por qué salió usted por allí?

TESTIGO. – Porque era más rápido que descorrer los cerrojos de la puerta principal o de la puerta de servicio.

Al llegar aquí entregaron al jurado un plano de Riddlesdale Lodge. Era una casa grande, de dos pisos, construida en un estilo sencillo, y alquilada por su actual dueño, míster Walter Montague, al duque de Denver para la temporada. Míster Montague se encontraba en los Estados Unidos.

TESTIGO. – Al llegar a la puerta del invernadero vi a un hombre en el exterior, inclinado sobre algo que estaba en el suelo. Cuando alzó la vista, me quedé asombrada al reconocer a mi hermano.

EL CORONER. – Antes de darse cuenta de quién era, ¿a quién esperaba usted ver?

TESTIGO. – Apenas lo sé… ¡Todo sucedió tan rápido!.. Pensé que era un ladrón, me figuro.

EL CORONER. – Su gracia dijo que, al verle, usted gritó: “¡Oh Dios mío! ¡Tú le has matado!”. ¿Puede usted explicarnos por qué dijo eso?

TESTIGO. – (Muy pálida). Creí que mi hermano había sido atacado por un ladrón y lo había matado en defensa propia…, aunque es posible que yo gritara sin reflexionar.

EL CORONER. – Es muy posible… ¿Sabía usted que el duque disponía de un revólver?

TESTIGO. – Sí…, creo que sí.

EL CORONER. – ¿Qué hizo usted a continuación?

TESTIGO. – Mi hermano me mandó a pedir ayuda. Llamé con los nudillos en la puerta del dormitorio de míster Arbuthnot, así como en el del matrimonio Pettigrew-Robinson. Luego, de repente, me di cuenta de que iba a desmayarme y regresé a mi cuarto para aspirar unas sales.

EL CORONER. – ¿Sola?

TESTIGO. – Sí. Todos corrían y gritaban… No podía soportarlo… Yo…

La testigo, que hasta este momento había declarado en voz baja y con la mayor sangre fría, se desmayó de repente y tuvieron que sacarla del salón.

El siguiente testigo que llamaron fue James Fleming, el mayordomo. Recordaba haber entrado el correo de Riddlesdale a las diez menos cuarto de la noche del miércoles. Había llevado tres o cuatro cartas al duque, que se encontraba en la sala de armas. No recordaba si una de las cartas llevaba sello de Egipto. No coleccionaba sellos; su hobby eran los autógrafos.

El honorable Frederick Arbuthnot declaró a continuación. Subió a acostarse al mismo tiempo que los demás, un poco antes de las diez. Oyó subir a Denver algo más tarde… No podía apreciar cuánto… Se estaba limpiando los dientes en ese momento. (Risas). Desde luego oyó voces y cierto alboroto en la habitación de al lado y en el pasillo; también, a alguien que bajaba corriendo las escaleras. Entreabrió la puerta de su dormitorio y, al ver a Denver en el pasillo, le preguntó: “¡Hola, Denver! ¿Pasa algo?”. No entendió la contestación del duque. Denver se metió en su habitación, que cerró con cerrojo, y gritó desde la ventana “¡No sea imbécil, hombre!”. Parecía de muy mal humor, sí; pero el honorable Freddy no le dio importancia a eso. Con Denver se riñe con frecuencia, pero las cosas no llegan lejos. En su opinión, era más el ruido que las nueces. No conocía a Cathcart de mucho tiempo…, siempre lo encontró correcto… No, a él no le agradaba Cathcart; “pero siempre se comportaba correctamente, ¿comprende?”, y, que él supiera, no había nada que reprocharle. ¡Dios del cielo, no! ¡Jamás oyó que hiciera trampas en el juego!.. Claro que él no iba fijándose si la gente hacía trampa… ¡No era cosa que se esperase de él! Recordaba que en cierto club de Monte…, pero él no se había dado cuenta… hasta que se armó el jaleo. No, no observó nada de particular en el comportamiento de Cathcart hacia lady Mary ni recíprocamente. No era observador. Por naturaleza, no se mezclaba en los asuntos de los demás. Lo ocurrido el miércoles por la noche no era de su incumbencia. Se metió en la cama y se durmió.

EL CORONER. – ¿Oyó algo más aquella noche?

FREDERICK. – Nada, hasta que la pobrecita Mary me llamó. Entonces bajé y encontré a Denver en el invernadero, lavando la cara de Cathcart. Pensamos que era nuestro deber quitar la grava y el barro de su rostro, ¿comprende?

EL CORONER. – ¿No oyó usted un disparo?

FREDERICK. – Ni un ruido. Tengo el sueño muy pesado.

El coronel Marchbancks y su esposa dormían en la habitación situada encima de la llamada sala de estudio…, en realidad, una especie de sala de fumar más que otra cosa. Ambos dijeron lo mismo sobre una conversación que sostuvieron a las once y media. Mistress Marchbancks se había sentado a escribir algunas cartas después de que el coronel se hubo metido en la cama. Oyeron voces y a alguien corriendo, pero no prestaron atención. No era desacostumbrado en los componentes de la partida gritar y correr. Al fin, el coronel dijo: “Vete a la cama, querida. Son ya las once y media y tenemos que madrugar mañana. No te encontrarás en condiciones para la marcha”. Le dijo eso porque a mistress Marchbancks le gustaba mucho la caza y siempre llevaba un fusil como los demás. Ella respondió: “Voy en seguida”. El coronel dijo: “Velas hasta muy tarde. Todo el mundo duerme ya”. Mistress Marchbancks contestó: “No. El duque está todavía levantado. Le oigo trajinar por su estudio”. El coronel Marchbancks escuchó y le oyó también. Ninguno de ellos oyó subir al duque de nuevo. No oyeron ningún otro ruido durante la noche.

Míster Pettigrew-Robinson pareció prestar declaración de mala gana. Su esposa y él se habían acostado a las diez. Oyeron la pelea con Cathcart. Míster Pettigrew-Robinson, temiendo que eso pudiera terminar mal, abrió la puerta de su dormitorio a tiempo de oír al duque decir: “Si usted se atreve a hablar a mi hermana otra vez, le romperé todos los huesos de su cuerpo”, o alguna otra frase de análogo significado. Cathcart corrió escaleras abajo. El duque tenía la cara enrojecida. No vio a míster Pettigrew-Robinson, pero habló unas cuantas palabras con míster Arbuthnot y se metió precipitadamente en su habitación. Míster Pettigrew-Robinson salió al pasillo y dijo a míster Arbuthnot: “Escuche, Arbuthnot”, pero este no le hizo caso, cerrándole la puerta en las narices. Entonces se dirigió a la puerta de la habitación del duque y dijo: “Escuche, Denver”. El duque salió de su dormitorio, pasó corriendo por su lado, sin siquiera verle, y se dirigió al comienzo de la escalera. Oyó decirle a Fleming que dejara abierta la puerta del invernadero, porque míster Cathcart había salido. Entonces el duque se volvió. Míster Pettigrew-Robinson intentó detenerle, repitiendo: “Escuche, Denver: ¿qué ha pasado?”. El duque no contestó, cerrando la puerta de su dormitorio con gran decisión. Más tarde, sin embargo, a las once y media para ser exacto, míster Pettigrew-Robinson oyó abrirse la puerta del cuarto del duque y a alguien marchar a pasos quedos por el pasillo. No oyó si habían bajado la escalera. El cuarto de baño y el retrete se hallaban al final del pasillo, y si alguien hubiera entrado en alguno de ellos, él lo hubiera oído. No oyó los pasos volver. Oyó dar las doce en su reloj de viaje antes de quedarse dormido. La puerta del dormitorio del duque chirriaba de una manera especial, de forma que no había manera de equivocarse.

Mistress Pettigrew-Robinson confirmó la declaración de su marido. Ella se quedó dormida antes de medianoche y había dormido de un tirón. Tenía el sueño muy pesado al principio de la noche, pero ligero a la madrugada. El jaleo de la casa aquella noche la había desazonado y no se había dormido en seguida. En realidad, no se durmió hasta las diez y media, y míster Pettigrew-Robinson la despertó una hora más tarde para hablarle de las pisadas por el pasillo. Total, que con unas cosas y con otras no había gozado más que de dos horas de sueño tranquilo. Se despertó de nuevo a las dos, y permaneció completamente despierta hasta que lady Mary dio la alarma. Podía jurar que no oyó el disparo. Su ventana estaba al lado de la de lady Mary, en la parte opuesta al invernadero. Desde niña estaba acostumbrada a dormir siempre con la ventana abierta. En contestación a una pregunta del coroner, mistress Pettigrew-Robinson dijo que nunca creyó que existiese un verdadero y real afecto entre lady Mary Wimsey y el difunto. Parecían tomar las cosas muy a la ligera, claro que es la moda de nuestros días. Nunca oyó hablar de ningún desacuerdo entre ellos.

Miss Lydia Cathcart, a la que habían hecho venir de Londres a toda prisa, prestó declaración a continuación. Dijo al coroner que era tía del capitán y su única pariente viva. Le había visto muy poco desde que el muchacho entró en posesión de la herencia de su padre. Cathcart había vivido siempre con sus amigos en París, personas a las que ella no estimaba.

– Mi hermano y yo no nos entendimos nunca muy bien – dijo miss Cathcart —, y tuvo a su hijo educándose en el extranjero hasta que cumplió los dieciocho años. Temo que Denis no haya tenido siempre más que una noción muy francesa de todas las cosas. Después de la muerte de mi hermano, Denis fue a Cambridge, por deseo de su padre. Este me había dejado como albacea testamentario y como tutora de Denis hasta su mayoría de edad. Yo no sé por qué, después de haberme despreciado toda su vida, me eligió mi hermano para imponerme una responsabilidad semejante a su muerte, pero no quise negarme a aceptarla. Mi casa estuvo abierta a Denis durante sus vacaciones escolares, pero él prefirió, como regla, ir a pasarlas con sus amigos ricos. No puedo recordar ahora ninguno de sus nombres. Cuando Denis cumplió los veintiún años entró en posesión de sus rentas, que se elevaban a diez mil libras al año. Ignoro lo que hizo del dinero. Tal vez lo invirtiera en alguna propiedad extranjera. Como albacea, heredé cierta cantidad y me apresuré a comprarme buenas acciones británicas. No puedo decir qué hizo Denis con su herencia. No me ha sorprendido en absoluto oír que hacía trampas a las cartas. Sabía que las personas con quienes se reunía en París eran de lo más indeseable. Nunca conocí a ninguna de ellas. Ni nunca estuve en Francia.

John Hardraw, el guardabosque, fue el testigo siguiente. Su esposa y él habitaban en un pequeño cottage situado justamente al lado de la verja de Riddlesdale Lodge. El parque, que mide alrededor de ocho hectáreas aproximadamente, se halla rodeado en este lugar por una sólida empalizada. Por la noche, la verja se cierra con llave. Hardraw declaró que había oído, el miércoles hacia medianoche, un tiro, teniendo la impresión de que había sido disparado cerca del cottage. Serían exactamente las doce menos diez. Detrás de la casa hay una plantación de árboles de cuatro hectáreas, en donde está prohibida la caza. Supuso que había cazadores furtivos por los alrededores, los cuales se meten, a veces, en el terreno vedado para coger liebres. Salió provisto de su fusil en esa dirección, pero no vio a nadie. Regresó a su casa a la una, según su reloj.

EL CORONER. – ¿Disparó su fusil en algún momento?

HARDRAW. – No.

EL CORONER. – ¿Volvió usted a salir?

HARDRAW. – No.

EL CORONER. – ¿Oyó otros disparos?

HARDRAW. – Únicamente ese. En cuanto regresé a mi casa me acosté y me dormí, y no me desperté hasta que el chófer fue en busca del médico. Eso sería a las tres y cuarto aproximadamente.

EL CORONER. – ¿No es desacostumbrado en los cazadores furtivos que disparen tan próximos al cottage?

HARDRAW. – Sí, más bien. Los cazadores furtivos prefieren la otra parte del terreno acotado, la que da a la landa.

El doctor Thorpe declaró que le habían llamado para que examinara al muerto. Vivía en Stapley, a casi veinticinco kilómetros de Riddlesdale. En este pueblecito no había médicos. El chófer fue a buscarle a eso de las cuatro menos cuarto de la madrugada, y se vistió en seguida y se fue con él. Llegaron a Riddlesdale Lodge a las cuatro y media. El difunto, cuando él lo vio, debería llevar muerto unas tres o cuatro horas. Una bala le había atravesado un pulmón, y la muerte fue consecuencia de una hemorragia interna, y a la asfixia. La muerte no fue instantánea…, quizá viviera algún tiempo. El doctor le había hecho la autopsia y comprobado que la bala fue desviada por una costilla. Era imposible decir si el difunto se había suicidado o habían disparado contra él a quemarropa.

Tampoco presentaba ninguna señal de violencia.

El inspector Craikes, de Stapley, llegó en el mismo coche que el doctor Thorpe. Vio el cadáver, que aún se hallaba tendido de espaldas entre la puerta del invernadero y el pozo cubierto. Tan pronto como se hizo de día, el inspector Craikes examinó la casa y el parque. Encontró manchas de sangre a lo largo del sendero que terminaba en el invernadero y señales como si hubiesen arrastrado un cuerpo. Este sendero desemboca en la gran avenida que va desde la verja a la entrada principal. (Se entregó un croquis al jurado). Donde confluyen sendero y avenida empieza un macizo de arbustos que se extiende a ambos lados de la gran avenida hasta la verja y el cottage del guardabosque. El rastro de sangre condujo a un pequeño calvero en el centro del macizo aproximadamente a mitad de camino entre la casa y la verja. El inspector encontró allí un gran charco de sangre, un pañuelo lleno de sangre y un revólver. El pañuelo llevaba las iniciales D. C., y el revólver era un arma pequeña de modelo americano, sin marca de ninguna clase. La puerta del invernadero estaba abierta, cuando llegó el inspector, con la llave por la parte de dentro.

El muerto, cuando él lo vio, vestía esmoquin y zapatos, sin sombrero ni abrigo. Estaba completamente empapado de agua, y su ropa, además de estar muy manchada de sangre, se hallaba llena de barro y en completo desorden, debido a haber sido arrastrado el cuerpo. El bolsillo contenía una pitillera y una navajita. El dormitorio del difunto fue registrado en busca de documentos, papeles, etc., pero el inspector no encontró nada que le pusiera al tanto de su situación económica.

El duque de Denver fue llamado de nuevo a declarar.