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El misterio de Riddlesdale Lodge
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El misterio de Riddlesdale Lodge

EL CORONER. – Entonces, ¿no puede presentar al jurado ninguna prueba de haberla recibido?

DUQUE DE D. – No, a menos que Fleming la recuerde.

EL CORONER. – ¡Ah, sí! Sin duda tendremos ahí un medio de comprobarlo. Agradecido, su gracia… Llamad a lady Mary Wimsey.

La noble dama, que era, hasta la trágica madrugada del día 14 de octubre, la prometida del muerto, levantó un murmullo de simpatía a su aparición. Rubia y esbelta, con sus mejillas, corrientemente rosadas, ahora de color ceniza, parecía la imagen del dolor. Iba vestida completamente de negro e hizo su declaración en un tono de voz tan bajo que, a veces, era casi inaudible[4 - De la información periodística, no de la de míster Parker.].

Después de haberle expresado su condolencia, el coroner le preguntó.

EL CORONER. – ¿Cuánto tiempo llevaba prometida al difunto?

TESTIGO. – Ocho meses aproximadamente.

EL CORONER. – ¿Dónde le conoció usted por primera vez?

TESTIGO. – En Londres, en casa de mi cuñada.

EL CORONER. – ¿En qué fecha fue eso?

TESTIGO. – Creo que fue en junio del año pasado.

EL CORONER. – ¿Era usted completamente feliz en su noviazgo?

TESTIGO. – Completamente.

EL CORONER. – Como es lógico, usted vería con mucha frecuencia al capitán Cathcart. ¿Le contó algo de su vida anterior?

TESTIGO. – No mucho. No éramos dados a hacernos confidencias. Corrientemente discutíamos sobre temas de interés común.

EL CORONER. – ¿Eran numerosos esos temas?

TESTIGO. – Pues sí.

EL CORONER. – ¿Jamás tuvo usted la impresión de que el capitán Cathcart estuviese preocupado?

TESTIGO. – En particular, no. Pero desde hacía algunos días parecía hallarse algo inquieto.

EL CORONER. – ¿Le habló de su vida en París?

TESTIGO. – Me habló de los teatros y de los lugares de diversión de allí. Conocía París muy bien. Yo estuve en París con algunos amigos en febrero de este año, cuando él estaba allí, y nos llevó por todas partes. Eso fue poco después de hacernos novios.

EL CORONER. – ¿Le habló en alguna ocasión de las casas de juego de París?

TESTIGO. – No recuerdo.

EL CORONER. – Con motivo de su matrimonio…, ¿se habló alguna vez de la cuestión económica?

TESTIGO. – No lo creo. Aún no se había fijado la fecha de la boda.

EL CORONER. – ¿Tuvo siempre aspecto de tener mucho dinero?

TESTIGO. – Es posible. Nunca me preocupé de eso.

EL CORONER. – ¿No le oyó lamentarse jamás de dificultades económicas?

TESTIGO. – Todo el mundo se lamenta de eso, ¿no cree?

EL CORONER. – ¿Era hombre de buen carácter?

TESTIGO. – Dependía. Era muy voluble. Dos días seguidos no era la misma persona.

EL CORONER. – Usted ha oído lo que ha dicho su hermano acerca de que el difunto estaba dispuesto a romper el compromiso. ¿Tenía usted idea de ello?

TESTIGO. – Ni la más ligera idea.

EL CORONER. – ¿Ve usted ahora alguna explicación a eso?

TESTIGO. – Ninguna.

EL CORONER. – ¿Tuvieron algún disgusto?

TESTIGO. – No.

EL CORONER. – Según su punto de vista, el miércoles por la noche aún se hallaba prometida con el difunto y contaba con casarse pronto, ¿no es cierto?

TESTIGO. – Sí. Sí, claro que sí.

EL CORONER. – ¿No era…, perdóneme esta pregunta que ha de serle dolorosa…, no era hombre capaz de poner fin a su vida?

TESTIGO. – ¡Oh, nunca pensé!.. Bueno, no lo sé… Supongo que hubiera podido matarse. Eso lo explicaría todo, ¿no es verdad?

EL CORONER. – Ahora, lady Mary…, por favor, no se ponga nerviosa y tómese todo el tiempo que crea conveniente… ¿Quiere usted contarnos con exactitud lo que vio y oyó el miércoles durante la noche y el jueves de madrugada?

TESTIGO. – Hacia las nueve y media subí a acostarme, acompañada de mistress Pettigrew-Robinson y mistress Marchbansks, dejando a todos los hombres abajo. Di las buenas noches a Denis, que parecía completamente normal. No me hallaba abajo cuando llegó el correo. Me fui a mi dormitorio en seguida. Mi dormitorio se halla en la parte de atrás de la casa. Alrededor de las diez oí subir a míster Pettigrew-Robinson. Este matrimonio dormía en la habitación junto a la mía. Algunos de los hombres subieron con él. No oí subir a mi hermano. Aproximadamente a las diez y cuarto oí a dos hombres hablando en voz alta en el pasillo, y luego oí a alguien bajar corriendo la escalera y cerrar la puerta de un golpazo. En seguida oí pasos en el pasillo y, finalmente, a mi hermano cerrar la puerta de su dormitorio. A continuación, me acosté.

EL CORONER. – ¿No inquirió usted la causa de este disturbio?

TESTIGO. – (Indiferente). Pensé que sería algo relacionado con los perros.

EL CORONER. – ¿Qué sucedió después?

TESTIGO. – Me desperté a las tres.

EL CORONER. – ¿Qué le despertó?

TESTIGO. – El ruido de un disparo.

EL CORONER. – ¿No estaba despierta antes de oírlo?