Книга DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - читать онлайн бесплатно, автор VICTOR ORO MARTINEZ. Cтраница 2
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DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS
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DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS


En la mañana una algarabía de voces chillonas y risas nerviosas me despertó. De un salto me senté en la cama y me vi rodeado de rostros extraños, de tez oscura y dientes de blancura sin igual. Eran estudiantes de Madagascar y Bangladesh, envueltos sus tradicionales túnicas y vestuarios, otros aún con los piyamas puestos y los ojos legañosos. Me disculpé lo mejor que pude por la intromisión, y con ellos mismos conocí dónde se encontraba el albergue de la gente de Ruso.


Ricardo no se hallaba en el dormitorio, un amigo suyo me aconsejó esperarlo en el aula y al cabo de media hora lo vi aparecer. Realmente se alegró de verme y yo me alegré de que se alegrara, me dedicó todo el primer turno de clases. Ante mi insistencia para que entrara al aula y no le pusieran la ausencia me tranquilizó, comentándome que había ligado a la profesora, una tal Berta, tembona, pero hermosa y bien conservada y que precisamente anoche no se encontraba en el albergue porque se había quedado en su casa, como muchas veces pasaba. Esto venía a mis planes como anillo al dedo, pues de entrada tendría garantizada su litera en el albergue para pernoctar.


Después de terminadas las clases, en un banco oculto de miradas indiscretas despachamos la botella de Viña 95 y le conté con detalle de mis andanzas. Él, tan alocado o más que yo, lejos de recriminarme me dio nuevas ideas de qué debía hacer. Por lo pronto me dijo que me afeitara y cambiara de peinado para no llamar tanto la atención con la estampa silviesca. Me opuse persistente pues tenía la mira puesta en el Festival, donde pensaba aprovechar la imagen usurpada y sacarle buen provecho. En fin tranzamos en que iba a recortarme un poco el chivo y alborotar mis cabellos, cosa que no sería difícil dada su naturaleza ondulada.


Me pidió prestados treinta pesos para invitar a cenar a la profe esa noche y me repitió que de ninguna manera fuera a pensar que con ello me estaba cobrando el alquiler del hospedaje. Me dejó además la tarjeta del comedor universitario para que la utilizara en el desayuno y la comida y me presentó a varios de sus amigos, que pronto lo fueron míos también, pues escasamente les llevaba tres o cuatro años de edad y compartíamos gustos y aspiraciones similares.


Trabajo me costó sentirme otra vez propio como era. Con tal de ganar la confianza de mis nuevos conocidos mandé a comprar una botella de ron y entre tragos y canciones inauguramos la noche, luego vendría otra botella hija de una ponina colectiva y más tarde otra más salida de mis fondos, las que bebimos hasta caer rendidos por el alcohol. El fruto más amargo de aquella noche fue que tuve que deshacerme de mi entrañable compañera, la guitarra.


Cuando en la mañana me vi con sólo diez pesos en el bolsillo me horroricé. Maquinalmente conté los cigarrillos que me quedaban, seis, estaba en la ruina. Mi vista se detuvo en la sensual cintura de la guitarra, le pedí perdón a las cuerdas y clavijas por lo que pensaba hacer y salí con ella a venderla al mejor postor. No tuve que averiguar mucho, uno de los estudiantes de Bangladesh, nombrado Layanta Palipana, me la compró en ciento veinte pesos sin chistar. Cuando descendía las escaleras de su cuarto acerté a escuchar el tintineo triste de una canción asiática que brotaba de sus cuerdas y el corazón se me encogió de pena. Para aliviarla me disparé un par de buches que habían quedado en la última botella y salí en busca de Ricardo.


Ahora necesitaba hacer cálculos estrictos de mis finanzas pues ninguna de mis otras pertenencias valía una peseta. Previsoramente decidí reservar el pasaje en ómnibus hacia la Habana para finales de julio y quitarme esa preocupación de encima. Los albergues, por otra parte, dentro de unos días cerraban por las vacaciones, así que pedí a Ricardo su apoyo inmediato en la solución de mi hospedaje en esos quince días que se avecinaban. Rápido de mente y sagaz como era me ofreció una oportunidad, según él única, de esa forma yo le tiraba un cabo y él me tiraba otro. Como no tenía otra alternativa tuve que aceptar su plan, que consistía ni más ni menos que en suplantarlo físicamente en la Brigada Estudiantil Universitaria que durante dos semanas y de forma voluntaria iría a trabajar en la agricultura en un municipio de la provincia. Enriqueció mi mochila con un mosquitero, una frazada, jarro de aluminio, pasta de dientes, dos latas de leche condensada y una bolsa de galletas de sal, habló con el jefe de la brigada, socito suyo, para que guardara el secreto y de esa manera, con sombrero de yarey y todo me vi viajando dos días después en un ómnibus atestado hasta Vertientes, rodeado de gente extraña y bulliciosa.


El “himno nacional” en esos días era la canción “My World” de Bee Gee y la cantábamos a coro con tremendo entusiasmo y mayor desafinación, intercalándola con los viejos bolerones reverdecidos por los Pasteles Verdes.


Dos chicas sentadas frente a mí no cesaban de cuchichear y sonreír mientras me observaban en detalle. Imaginé que ellas como tantos otros, a pesar de haberme desensilviado, todavía distinguían en mí rastros del plagiado y en un inicio no les hice mucho caso, pero al ver su insistencia les pregunté si tenía monos en la cara.


_No chico, no y no te pongas bravo, sólo comentábamos que para ser primos tú y Richar no se parecen en nada.

_ ¿Y quién les dijo que éramos primos?

_Bueno, es lo que se comenta, ¿son primos o no?

_Somos más que eso, somos primos y hermanos de crianza, lo que pasa es que Ricardo salió bonitillo y yo soy, por así decirlo, el patico feo de la familia.


Enseguida me di cuenta que había metido la pata con eso del patico feo, porque las dos zorras comenzaron a reírse como si les estuvieran dando cuerda. Ríe que te ríe y ríe.


_ ¿Dónde está la gracia que no se la veo?


Y más risas y ahogos y toses y todo el mundo puestos para nosotros. Por suerte la rubita, mejor dicho rubiota, que después supe se llamaba Bety, tuvo la elegancia de darme la explicación al oído. Explicación cargada de insinuaciones por supuesto.


_Cuidado con eso del patico_ me cuchicheo_, tú no tienes tipo de eso ¿O es que eres un gallo tapado?

_Ni tengo tipo ni lo soy, y el que tenga dudas que venga a probar.


La otra, más feíta y desparpajada, se moría visiblemente de las ganas de saber qué hablábamos. De aquel incidente surgió una maravillosa relación que me hizo pasar días espléndidos

En cuanto llegamos al campamento, unas viejas naves largas y despintadas de paredes de madera y techo de zinc, Luis Maldonado, amigo cercano de Ricardo se me acercó.


_Tú no pierdes tiempo compay.

_ ¿Con qué? _ le pregunté extrañado.

_Vamos, no te hagas el bobo, que ya te vi disparándole a Bety.

_No chico, no, lo que pasa es que se quiso hacer la graciosa y tuve que pararla como era debido.

_La graciosa no, ella es así, mi socio, salsosa y camina, ¡para que lo sepas, camina!..

_Entonces es fácil, ¿tú crees que si le disparo la tumbe?

_No es que sea fácil, pero camina. En la Prepa sólo tuvo dos novios, el último fue Ricardo ¿Él no te lo dijo?

_ ¡No jodas compadre que esa chiquita fue jeba de Ricar!

_Uhm.

_ ¿Y cómo soltó esa prenda?, porque está buenísima.

_Na’, la profe Berta se le metió entre ceja y ceja y como él es un barco para los estudios con esa relación vio aseguradas las notas del curso y se enganchó con ella.

_Pues mira que voy a probar a ver si de verdad camina. Gracias mi hermanito por la información.


Por la noche, después que nos acabamos de acomodar en los albergues, en la plazoleta frente a ellos se formaron espontáneamente cuatro o cinco grupos de jóvenes. Unos hacían chistes, otros jugaban a las cartas o al dominó, aquellos por allá cantaban rumbas acompañándose del toqueteo de las maletas de madera, los de más allá, los romanticones, se complacían oyendo un recital de la Pequeña Compañía y entre ellos distinguí a Bety, que al verme se me acercó con un brillo pícaro en la mirada.


_Ven para acá, patico_ me dijo bajito.

_Deja la gracia, ¿me oíste?, ¡deja la gracia!


Me tomó muy suavemente por el brazo.


_No te sulfures mi chiquitico, es una broma entre tú y yo. Ven que te voy a presentar al grupo.

_ ¿Estás loca?_ cuchicheé_, si me doy mucha publicidad va y algún chivato se va de lengua y se descubre que Ricardo no vino al trabajo y a lo mejor por eso le tumban el viaje a la URSS.

_No tengas miedo que aquí los que estamos somos de la pandilla, además, lo de la ausencia de Richard lo conoce todo el mundo, con nosotros no hay escache. Ven.


A muchos ya los conocía, a los varones sobre todo, a las hembras les di la mano mientras sonreía. Enseguida me percaté que con mi llegada se completaban cinco parejas y me dije esto va bien. Uno de los romanticones era Luis y me hizo señas para que me sentara a su lado, le hice un gesto preguntando ¿y Bety?


_Vengan los dos para acá, que esto ahora se pone bueno y dése un buche asere y desconecte hoy, que mañana tendremos que fajarnos duro con las yerbas ¡Arriba, venga, todos conmigo! y cantó: “mujer, si puedes tú con Dios hablar, pregúntale si yo alguna vez te he dejado de…mamar” y allí mismo estalló la carcajada colectiva.


Al ver que Bety era una de la que con más fuerza reía la ocurrencia obscena me desinhibí y después del tercer trago saqué a relucir mis dotes de artista y le metimos mano a unas cuantas guarachas picantes, entonces contrario al efecto que esperaba ver, la muchacha se puso seria y como me olí que algo andaba mal me puse serio yo también.


_ ¿No te gusta cómo canto?


Negó con la cabeza mientras contraía los labios y ladeaba el rostro


_No, no es eso.

_ ¿Y entonces…?

_Es que no me dejas escuchar el recital por el radio ¿No te gusta la Pequeña Compañía?


De situaciones anteriores tenía el conocimiento y la experiencia de que no podía hacerme amigo de las mujeres. Cuando establecía una relación cordial sana con ellas, no había forma de que después pudiera conquistarlas, así que vi la oportunidad para comenzar mis insinuaciones antes de que la confianza con ella fuera mayor.


_ ¿Tú sabes qué cosa me gusta más que la Pequeña Compañía? Tu pequeña y cercana compañía.


Me miró recelosa, o más bien fingiendo recelo y con un brillo nuevo en la mirada


_Te pareces a alguien que yo conozco.

_Difícil, mi niña porque de los locos entre los locos yo soy el más loco.

_ ¿Y músico y poeta?

_De todo, por ti soy capaz de todo. Yo puedo decir los versos más tristes esta noche.

_No es decir, es escribir.

_No, ese fue Neruda. Yo te los digo, o los más alegres, los más originales, los que tú quieras escuchar.


Me miraba con aire de incredulidad, sonriendo la ocurrencia y creía adivinar en sus ojos cierta aceptación cuando Luis nos interrumpió.


_Guarde la Colt, compadre. Mira me contaron que aquí cerca hay una presa de lo más bacana. Vámonos todos a pecar.

_ ¿A pescar a esta hora?_ me extrañé_. ¡Tú estás loco!

_Loco no mi socio, tú eres el que estás sordo, dije a pecar, sin ese. Mira para acá, todavía queda una botéllula por los hómbrulos.


Y en la presa fue el despelote, tragos, canciones, chistes, más tragos y después el embullo colectivo de bañarnos y ellas que si los caimanes y nosotros que aquí no hay nada de eso, después ellas que si las trusas y nosotros que las de Adán y Eva y ellas que no y nosotros que sí y con el otro trago, la noche y las aguas oscuras nos engulleron totalmente en cueros. Al inicio chapoteamos y reíamos, luego nos fuimos separando hasta conformar cinco minúsculas islas que cada vez reducían más su territorio a medida que nuestros cuerpos se pegaban, se fundían y vino entonces el alboroto de Amarilis corriendo desnuda por las piedras de la orilla y Luis detrás de ella tropezando mientras intentaba ponerse los pantalones.


_Ese Plomo no es fácil_ se compadeció Bety.

_ ¿Qué plomo?_ pregunté ingenuo

_Luis, le dicen el Plomo y no es por lo pesado que es. Dicen que se manda mal, está más que bien dotado. Amarilis lo sabía y quería probarlo, alardeaba que ella sí se la disparaba completa y mírala ahora cómo va.


Aquel comentario sobre dimensiones fálicas, el sobresalto, el efecto del alcohol y un poco de complejo de inferioridad hizo que se me enfriara hasta el alma. Las otras parejas también salían del agua y los imitamos. Nuestras mentes, ahora más lúcidas después del chapuzón nos forzaban a enfundarnos en los comunes pitusas descoloridos. Amarilis ni atrás ni alante quiso volverse a unir al grupo y las muchachas solidarias la acompañaron de vuelta, unos cincuenta metros delante de nosotros. Los varones acabamos de despachar la botella y empezamos a darle cuero al Plomo y cuero y cuero hasta que el tipo se decidió a hablar, que no, que no se la pudo meter, que cuando ella vio cómo era la cosa comenzó a recular y que no, que no. Ni siquiera la pinchó.


Al otro día coincidí casualmente con él en el baño y al verme mirarle de soslayo su aparato me soltó.


_Unos porque quieren tenerla más grande, y a mí porque me sobra un pedazo.


Tenía el rabo más largo que jamás en mi vida vi, nueve pulgadas en reposo, catorce y media parado. Yo no lo medí, me lo contó él y por lo que se apreciaba no debía haberse equivocado.

_Compadre, pero a usted hay que cambiarle el apellido, en lugar de Luis Maldonado eres Luis Biendonado.

_ ¡Ah, no jodas, tú también me vas a dar cuero!_ me dijo desconsolado.

_No mi herma, no es cuero. Alégrese de ser así, siempre es mejor que sobre y no que falte, además lo suyo tiene solución.

_ ¿Verdad?_ en su rostro se notaba alegría y esperanza._ ¿Cuál es la solución?

_Ponerte un pañuelo amarrado en el tronco del rabo como si fuera una arandela.


Tuve que salir de allí a millón porque el muy degenerado me lanzó no un cubo de agua, sino el mismísimo cubo por la cabeza, y era de zinc galvanizado.


Más tarde un sol juliano, tropicalísimo y achicharrador se ensañó en nuestras espaldas juveniles y trasnochadas mientras guataqueábamos unos interminables surcos de caña nueva. Con la resaca de la noche anterior y el cansancio del viaje parecíamos verdaderos zombis, los pesados azadones se levantaban arrítmicos y cansones, mientras nuestra ilusión se centraba en el remoto final del campo, donde un incitador y frondoso mamoncillo esparcía una sombra grande y fresca. Luis, Fidel y yo fuimos los primeros en llegar a él y a pesar de no haber hecho mucho hincapié en cumplir la faena con calidad sentía en las manos el escozor de las incipientes ampollas. A las muchachas las habían mandado a unos semilleros distantes de nuestro campo, por lo que nos sentíamos aún más abandonados y desalentados. Apoyamos las espaldas en el tronco rugoso, a lo lejos los otros sufrían aún bajo el sol.


_Que lo aprovechen bien, porque en Diciembre y Enero cuando los coja el frío de la Sóviet van a llorar por un poquito de sol.


El Plomo me miró sonriendo.


_Algunos, porque yo voy para Alma Atá y allá dicen que se mete un calor de más de cuarenta grados. Peor que este.

_Entonces vamos a solidarizarnos contigo y nos quedamos aquí a la sombra_ sugirió Fidel_, y hablando de sombra. Plomo, necesito que me tires un cabo. Tú sabes que estoy puesto de lleno para Olga, pero veo que le han disparado más de veinte tipos durante todo el curso y ninguno ha podido sacarle el sí. Tú eres socito de ella, ponme una piedra compadre, a ver si paso estos días como se merece.

_ ¿Qué piedra ni un carajo? , bájale muela. Tú eres un tipo de jeta fácil y gracioso. Tienes quince días para ligarla.

_El lío no son los quince días, yo quiero ligarla ahora y pasar estos días con ella. De verdad que me gusta, la tengo metida entre tarro y tarro. Tírame un cabo, asere.

_ ¿Tú le tienes miedo a la niña?_ me metí en la conversación.

_No es miedo, viejo, ella tiene su carácter y sus resabios y con una buena piedra es mejor.

_Ná, compadre, usted lo que tiene es miedo ¿Cuánto te apuestas a que si yo la enamoro la tumbo?_ empecé a cuquearlo.

_No me jodas con eso, chico, pero es más si de apuestas se trata la cosa, ¿nos jugamos una botella de ron a que hoy converso con ella?

_ ¿Conversar nada más?_ dije escéptico_, así no tiene gracia.

_ ¿Va la botella a que hoy la enamoro?_ se envalentonó Fidel

_ ¡Va!_ le respondí animoso y confiado en que me ganaría sin problemas el roncito para pasar la noche.


Y cada uno con el aliciente de la posibilidad de ganarle al otro nos metimos otra vez en el surco antes de que el jefe de brigada llegara hasta nosotros para regañarnos.


Después de la comida, unos chícharos innombrables con arroz blanco y huevos salcochados volvimos a formar los viejos grupos. Bety me acariciaba las ampollas boludas, el Plomo ahora sin Amarilis tenía los cañones listos para dispararle a cualquiera; Fidel, recién incorporado al grupo era una bola de nervios esperando a que Olga saliera del albergue.

_Vamos a duplicar la apuesta_ le dijo Luis_. Si yo, a pesar de mi mala fama me empato con alguna jebita hoy y tú no logras ligar a Olga, me das dos botellas. Si yo fallo y tú lo logras entonces yo pongo una y Rey pone la otra ¿De acuerdo?

_ ¡Eh!, ¿y yo qué gano en todo esto?_ protesté.

_Cállese la boca, compadre, que nos vamos a empinar dos pomos esta noche a costilla del socio.

_ ¿Tú crees? Mira que con tus antecedentes…

_Olvídese de eso, que aunque sea con Dayana, que ya me aguantó una vez yo me empato hoy.

_ ¿Quién es esa Dayana?_ la curiosidad por la mencionada heroína me hizo preguntar.

_Ná, una feótica ahí que está reguliche de cuerpo, pero de cara lo que se manda es una caricatura. Eso sí, no sé si es por el queso que siempre tiene acumulado, pero me aguantó, es verdad que regateaba y decía toda no, toda no y hasta lloró su poquito, sin embargo esa vez pude limpiar el tubo.


En esos momentos salía Olga del dormitorio y guardamos de inmediato absoluto silencio. Alta, imponente de cuerpo, diría que hasta bella, con un aire de orgullo que la hacía más atractiva, la muchacha se acercaba.


_Un buche, Plomo, necesito un buche_ pidió Fidel.

_ ¿Tú estás loco? ¡Ni se te ocurra! Si te siente olor a bebida entonces sí no la vas a ligar más nunca ¡Con el carácter que se manda! Tienes que llegarle a pecho limpio ¡Arriba, que de los cobardes no se ha escrito nada!


Fidel se persignó burlonamente, pero más serio que una tusa y se acercó a saludarla. Cuando al rato logró llevarla a solas hasta un rincón apartado, Luis me haló por la mano.


_Vamos con disimulo a oír lo que hablan, que este cabrón es capaz de inventarnos un cuento con tal de no pagar la apuesta.


Nos escurrimos hasta unas arecas cercanas y desde allí nos echamos todo el play.


_Mira mami…yo te llamé…porque…_él nervioso.

_ ¿Y quién te dijo que yo soy tu mami?_ ella castigadora.

_Es un decir…o mejor dicho…no lo eres, pero quiero que lo seas. No mi mami…porque yo sé que a ti no te gusta ese lenguaje chabacano…pero es que yo…es que yo…Ná, vieja, que estoy metío contigo, que me tienes loco, vaya, que estoy enamorado de ti, que me gustas una pila, que quiero ser tu novio, que…

_ Pero cuantos qué!_ ella haciéndose la dura.

_Todos los que hagan falta, Olguita. Me tienes el coco hecho agua. Por ti soy capaz de cualquier cosa_ él envalentonado.

_ ¿Ahora…?_ ella imponente.

_Ahora, ¿qué?_ él sorprendido.

_Ahora que se acabó el curso, que lo que nos queda apenas en Cuba son unos días y luego yo para Leningrado y tú para Bakú a miles de kilómetros uno del otro.

_Lo mío es serio, Olga, te lo juro. Es más, fíjate si es serio que si tú quieres nos casamos antes de irnos, o no nos vamos y estudiamos cualquier cosa aquí en Cuba. Lo que tú digas, pero dime que sí anda. Antes no te había dicho nada porque de verdad que soy un poco tímido, por no decir que miedoso, pero no puedo resignarme a separarnos y no decirte lo que siento. Yo hago lo que tú quieras, lo que me digas, pero dime que sí, chica, ¡anda!

_Tú no me caes mal, eres un poco barco y mal hablado, pero no me caes mal_ ella cediendo.

_ ¿Entonces…?_ él desesperado.

_ ¿Entonces?…lo contrario de no.

_ ¿Cómo que lo contrario de no? ¿Es que acaso no me crees? ¡Yo soy un hombre…!

_Déjame tocarte las manos, ¡huy, pero si las tienes heladas!

_ ¿Ah, también te vas a burlar de mí ahora?

_Yo no me estoy burlando. Ya te dije, lo contrario de no.

_ ¡Coño, pero que bruto soy!, si lo contrario de no es sí. ¿De verdad? ¿Me estás dando el sí?

_Claro chico ¡Mira que eres bruto!


El Plomo me haló suavemente otra vez, ahora hacia atrás.

_Vamos echando, compay, que el socio nos jodió las botellas. Ve a buscar el dinero para comprarlas.


Dos botellas entre doce no es gran cosa, si acaso sirvió para quitarnos la pena y para que Olga después del quinto o sexto trago accediera a apoyarnos en una idea loca que tenía Bety: meterme disfrazado de mujer en el albergue de las muchachas. Ver y no tocar fue lo único que me recomendó, cuando luciendo falsas protuberancias y maquillado casi a la perfección nos escabullimos en el dormitorio.


Después que estuve dentro sentí miedo de que me fueran a descubrir en la jugada y con el alboroto saliera preso o botado de allí, pero ya estaba dentro y no había marcha atrás posible. Bety me acostó en su litera y puso el mosquitero prometiendo volver enseguida. El en seguida se convirtió en casi una hora, durante la cual me di gusto vacilando culitos tiernos, peluqueras, teticas limón y tetonas melón. Ya estaba en punto de frenesí cuando Bety se coló dentro de la litera. Me palpó mis partes sin recato, así era como te quería, me susurró, para que no pase lo que anoche en la presa ¡Ven mi patico!


¡Ay Dios mío, qué noche aquella!, y así fueron muchas más, todas las noches siguientes, intensas, frenéticas, alocadas, como la vez que decidimos sacar a uno que le decían Pato Oyuyo y que era una piedra después que se dormía, con litera y todo para el área de formación. El susodicho usaba unos calzoncillos de patas largas y cuando despertó en medio del coro que le formamos, hembras y varones, se levantó de un brinco, pero encañado como estaba, parece que de retener los deseos de orinar, se le salió el aparato aquel por la pata del calzoncillo y lo que se armó allí fue el acabose. Quería fajarse y todo, se cagó en la madre de los culpables, pero nadie saltó. Yo por si acaso, en silencio, me cagué en la suya mil veces.


Las cañas guataqueadas yo no sé si agradecerían el tratamiento que le dimos, pero yo sí agradecí y agradezco todavía a Ricardo y a Bety, a Luis y muchos otros aquellos días pasados allí y que todavía hoy recuerdo con agrado. A mi rubita le prometí en la despedida del campamento ir a verla antes de abordar el barco que los llevaría hasta Odesa. Se llevó mi dirección para enseguida que llegara escribirme y que de esa forma no se perdiera la comunicación. Juró que me quería y hasta yo sentí de verdad nostalgia y dolor por separarnos. Cantando las viejas estrofas de “Reloj” y pidiéndole que no marcara las horas porque íbamos a enloquecer, con un beso largo y un abrazo interminable nos despedimos.


A la Habana llegué una noche lluviosa dos días antes de que comenzara el Onceno Festival de la Juventud y los Estudiantes. La Colmillo Blanco en que viajé era la mar de cómoda, pero apenas si pude disfrutar en el trayecto de las bellezas del paisaje, para mí casi desconocido, pues el chofer, un aprendiz de esquimal, tenía el aire acondicionado a todo meter y me temblaba hasta la quijada de arriba. El shock hipotérmico debe haber sido el culpable de mi maltrecha estampa cuando descendí del ómnibus, tal sería mi facha que enseguida un policía me pidió identificarme. Trabajo me costó convencerlo de que yo era un delegado de la Universidad Central al que se había ido la guagua que transportó a los participantes del evento.


Libre de él, pero con la preocupación renovada por mi seguridad, pues este hecho me venía a confirmar que la policía, en estos días especialmente, iba a estar más activa que de costumbre y por tanto debía cuidarme de no ser sorprendido en mis proyectos de plagio. Crucé la Avenida Boyeros y deambulé entre los kioscos, vacíos a causa del mal tiempo, de la Feria de la Juventud. Una malta y un par de panes con croquetas calmaron mi apetito ¿Adónde ir? La idea que traía era acercarme a la Escuela Vocacional Lenin, que sería una de las Villas de alojamiento de los visitantes al evento, pero realmente no sabía dónde esta se encontraba, ni cómo llegar hasta allí, de contra la lluvia continuaba y volví a tiritar. La CUJAE era la otra opción y una más remota, por la lejanía era pernoctar en casa de mi tío Alfredo, el padre del huérfano, que vivía en Bauta. De esa última idea desistí de inmediato.